—No vuelvas a hacer eso —expresó él, alejándose rápidamente, como si ese beso lo quemara por completo, lo llevara al infierno, la culpa, la angustia, sentimientos tan negativos, que lo habían estado consumiendo. Sin embargo, con el roce de sus labios, es como si él mismo hubiera prendido fuego a leña.
—No lo hagas tú, me besaste y encima me dices que no lo vuelva a hacer. No debí venir, soy una tonta, tonta Eva, tonta Eva.
—No lo digas, no uses sus frases, ¿por qué las usas?
—Estás loco, esto está mal, muy mal; espero que la pequeña se recupere, ojalá no vuelva a saber nunca más de ti.
Ella también experimentaba la culpa y la angustia que la estaban absorbiendo; se supone que ella no era ese tipo de persona; sin embargo, algo la atraía hacia él, la acercaba a su luz; era como si su cuerpo actuara de manera irracional.
—¡No azotes la puerta! —gritó él, mientras ella se marchaba. No podía apartar sus ojos de la puerta; ella se había marchado, Sentía una especie de impulso que lo llevaba a querer ir tras la mujer que había vuelto su mundo de cabeza en cuestión de días; sin embargo, su lado racional, lo detenía. Mientras que ella se quedó ahí, delante de esa puerta, con unas ganas enormes de llorar, las lágrimas hicieron lo suyo.
—No llores, Evangelina, no lo hagas. ¿Por qué lo haces? Él no es nada para ti; piensa en Lana, ella no merece que le hagas esto, ella te ama.
Estaba a punto de derrumbarse, de caer al suelo y llorar como una niña, abrazándose a sí misma, pero en algún punto, en el fondo de su corazón, surgieron esas fuerzas, ese valor necesario para secarse las lágrimas y marcharse de ahí; por un segundo miró, por encima de su hombro.
UNA SEMANA DESPUÉS
—Amore, te he extrañado tanto —entró Lana con los brazos estirados, con un gran oso de peluche de regalo, pero en cuanto vio la cara de Eva, sabía que algo había pasado. Dejó caer el obsequio. —¿Qué sucede?
—Tenemos que hablar.
—Sí, es porque me ausenté más tiempo de lo que debía; era por un motivo. Era para poder casarnos sin que nadie se interponga, para que nadie ponga en duda esposa de quién serás y qué es lo que eso significa.
—Lo siento, pero no puedo. —Esa frase, para Alana, era como si se le cayera el mundo encima; ella no la podía dejar, era su otra mitad, su gran amor; siempre esperó por ella, hizo todo por ella, mintió, engañó e incluso falsificó documentación, todo para tenerla a su lado.
—Señorita, pero me pide que le mienta a un paciente, eso no es ético.
—Doctor, sabe perfectamente de quién soy hija.
—Hay documentación que
—Haga lo que tenga que hacer, yo me encargo de que ella lo crea, solo necesito que usted me apoye, entienda, soy una mujer enamorada, he esperado por una oportunidad así, durante años.
—Lana, entonces dice que estos son mis documentos, donde nací, donde me gradué, pero ¿por qué no hay muchas fotos nuestras, solo de nuestras manos, pero lucen diferentes de como las veo ahora.
—Te dije, que tenías unos kilos más, no te gustaba tenerte fotografías, pero así eras antes; ahora eres esta, mi novia, con la que hicimos planes.
—No puedes irte de aquí, es nuestro hogar, nuestra casa. —Las maletas que vio detrás de ella, la hicieron entrar en pánico.
—Lana, te quiero, eres lo único que tengo, pero no te amo. Lo he intentado, pero eso no se intenta, solo se siente y yo no lo siento. Ha pasado mucho tiempo que vengo luchando con esto, con este miedo de lastimarte, pero en el camino, me estoy lastimando a mí.
—Por favor, por favor —acercándose a ella, llenándola de besos, intentando quitarle el bolso que tenía en sus manos—. No me dejes, no pidas que te deje ir, eres vida entera.
—No llores, por favor, no te quiero hacer esto, pero no puedo más.
—¡¿Recordaste algo?! Dímelo, cualquier cosa yo te puedo explicar. —De pronto, Lana, la sujeto fuertemente de los brazos, como exigiendo y temiendo a la vez una verdad oculta, porque el vivir en una mentira, te hace estar siempre a la zozobra.
—¿Qué debería recordar? Lana, por favor, no hagas esto más difícil.
—No voy a dejar que me dejes, tú eres mi vida entera, sin ti no soy nada. En un acto desesperado, lleno de aquella desesperación que te consume al perder lo más preciado de tu vida, porque eso, era para ella, su querida Eve. Se sujetó de sus piernas, mientras lloraba, hasta hacer que el maquillaje se le corriera—Te amo, Eve.
—¿Cómo me llamaste?
—Me estás volviendo loca, ni sé lo que digo —trató de excusarse, aun con la desesperación apoderándose de ella. Si ella se enteraba de la verdad, sencillamente no lo iba a soportar.
—Siempre he pensado que me ocultas cosas, dime, Lana, ¿me veo tan tonta?
Miraba hacia todos lados, tratando de analizar qué hacer; no podía permitirlo, Tal vez era bajo, lo que iba a decir, pero tenía que hacerlo.
—Por favor amor, no me dejes, te juro que hago lo que digas, lo que tú quieras.
—No puedo seguir con esto, entiende, Lana, no te amo, no puedo seguir así, te estoy haciendo daño.