—La verdad es que se ha portado muy extraño.
—¿Cómo extraño? ¿Eso es bueno o malo? ¡Diablos, Lorena, habla! —casi exigió como si fuera una orden; odiaba que las personas guardaran silencio cuando preguntaba algo.
—¡Primero no me grites! Segundo, creo que es bueno, pero también es raro, o sea. Se fue detrás de Evangelina, la modelo principal del evento, Él cree que no me di cuenta, pero lo hizo. Cuando regresó a los minutos, lo vi como más relajado; su humor mejoró. Creo que la conocía de otro lado, tal vez de Italia, de cuando estuvo ahí.
—Voy a investigarla.
—No lo hagas, primo, deja que fluya, déjalo ser, sé que no quieres que sufra, pero él debe descubrir las cosas por sí mismo, déjalo crecer. —Expresó Lorena, como si fuera una mujer de ochenta años.
—Voy a pensarlo; recuerda que se trata de mi hermano menor.
—Cómo has cambiado, pelona.
—¿De dónde sacas esa ridiculez?
—De internet —encogiéndose de hombros, restándole importancia a la cara de quien no le caliente el so que traía su primo—. Ya relájate, no le preguntes nada, porque dirá que fui de chismosa; piensa que eso es algo bueno, significa que por fin está siguiendo adelante.
Terminó de hablar con Frederick y sintió que por fin había un rayo de luz para su querido Sebas; era consciente de lo mucho que había costado salir de aquel pozo donde se había hundido; en cambio ahora, estaba volviendo a brillar como siempre, pero a la vez de manera distinta.
—Te mereces ser feliz, primo.
…
—Los amigos hacen esto.
—Nunca antes habías vivido aquí—respondió Sebas , mirando a la hermosa mujer delante de él; con ese vestido blanco, esos tenis deportivos del mismo color y esa chaqueta, se veía sencilla y perfecta a la vez. No podía evitar admirarla, era como una guerra interna, quería y no quería, “Es una amiga” se repetía una y otra vez.
—Según mis documentos, nací aquí, pero en una ciudad muy lejana, que ni siquiera he encontrado en el mapa. —Le iba a preguntar por qué lo decía de esa forma, pero en ese instante, un auto se acercó a toda velocidad. Su primera reacción fue tomarla de la cintura y pegarla a su pecho; ella sentía que su corazón latía con mucha fuerza, entre el miedo de ver aquel auto tan cerca y tenerlo ahí, mirándola directamente a los ojos, con muy poco espacio entre ellos.
—¿Estás bien?
—Creo que sí, solo fue el susto; puedes soltarme si gustas.
—Lo siento —se disculpó; no quería tenerla cerca, tocarla. Era como una sublime sensación que lo recorría, que le traía paz y calma a su alterado corazón, pero debía hacerlo; eso no era de amigos.
Caminaron un poco, uno al lado de otro, sin emitir palabras, hasta que Eva vio uno de esos buses que había visto en las películas, con un segundo piso descapotado. Tenía ganas de que el aire chocara con su rostro, sentir la brisa.
—Quiero eso —señalando hacia el autobús—; es como en las películas.
—¿Segura? La verdad, siempre he vivido en esta ciudad, pero nunca he subido a uno de esos.
—Se supone que somos amigos y los amigos hacen esas cosas. —Lo tomó del brazo y prácticamente lo arrastró hacia allí, pagaron las entradas y se subieron.
—Va a arruinar mi cabello.
—Con toda la goma que usas, dudo que se te mueva una hebra de tu hermoso cabello, rubio, bonito.
“Rubio bonito”, mientras él se quedó estático, con esas palabras yendo de un lado a otro en su mente; ella, como niña emocionada, ya estaba sentada en su lugar, agarrando la parte delante del asiento y ansiosa porque todo empezara.
—¿Por qué te sientas ahí? —preguntó ella.
—Yo también quiero ver sin que me estés señalando cada cosa; además, parece que habrá un guía, no es para tanto.
—Qué aburrido eres. —Sacándole la lengua y restándole importancia, pero la verdad que le hubiera gustado tenerlo más cerca, siendo su compañía, siendo su guía; sin embargo, a medida que el auto avanzaba, nada de lo que le señalaban, le parecía nuevo, era como esa sensación de ya haberlo visto todo. Cuando el viaje terminó, ella estaba más callada de lo normal.
—¿Por qué tan callada?
—No, nada —volviendo a sonreír con los labios, pero esa no llegaba a los ojos; eso era algo que hasta un ciego podía ver.
—Tengo hambre, comamos algo.
—Un perro caliente.
—Como en las películas —terminó la frase que ella iba a decir.
—No me emites, esas son mis frases, inventa las tuyas.
—No quiero. ¿Algún problema?
—Sé karate, soy cinta negra, así que puedo defender mis frases de quien sea y cómo sea.
—¡Huy, qué miedo! Yo practico boxeo tailandés, así que tú decides.
—¿Sebastian McKay? —Cuando el rubio giró, estaba ahí, un hombre alto, corpulento, casi un modelo de revista, vestido todo de negro.
—Frankenstein. —Se abrazaron de manera efusiva, —No te veo desde el año pasado.
Quiso seguir hablando, hasta que un carraspeo inesperado lo sorprendió, Quedó viendo detrás del rubio y la pudo ver, por un instante junto a los rayos de sol, como un relámpago; vino a su mente como una aparición, su querida Eve, pero luego pudo ver la figura real.