Las Caras ¿del Amor?

PARTE 10

—¡Dijo que sí! — La sonrisa de Franklyn, de alguna manera, alegraba su corazón, le daba una dicha inexplicable, eso que tan solo hacía unas horas lo había conocido; sencillamente la vida era como un laberinto; de alguna manera extraña encontrabas la salida.

—Felicidades a los dos; aunque recién los conozco, se nota en sus ojos lo enamorados que están. Les auguro una vida feliz.

Sebas observaba a una distancia prudente; esa sonrisa removía cada fibra de su ser, pero simplemente no debía.

—Pareces ser demasiado perfecta, pero nunca como ella.

—Hola, guapo, ¿por qué tan solito? No te veo desde el cumpleaños de Frank. —Era una rubia, oxigenada, una mujer que a leguas se notaba todas las operaciones que se había realizado, además del maquillaje tan recargado. Estaba a la caza y había visto a su presa, una que siempre huía de sus garras.

—Hola, Epifanía.

—Bom bom, qué olvidadizo eres, soy Estefanía, no Epifanía, ¡qué feo nombre, por Dios! —sabía perfectamente que no era así; en una ocasión la ayudó a recoger su cartera que se había caído y pudo observar su identificación, donde hacía su nombre real.

—Como sea, voy a felicitar a los novios.

Alejándose de ella, como si su vida dependiera de ello.

—Te tenían atrapado, rubio —le dijo Franklyn, quien había dejado por un momento a su novia con sus amigas, mostrándole el anillo y la suerte que había tenido en que calzara perfecto.

—No soporto a esa mujer, no sé si no entiende o se hace la que no entiende.

—Creo que el tinte se le fue al cerebro y no entiende. —respondió respondió Frank—es tan diferente a tu cita.

Cuando dijo aquello, el trago que bebía se le atragantó hasta hacerlo dejar de respirar.

—No es una cita, es una amiga —tratando de recuperar la compostura y que el aire regresara a sus pulmones.

—Muñequito de torta, aunque me parezcas muchas veces un bobo y en el pasado te odié como a nadie, sé que no eres ese tipo de antes y que si ella estuviera viva, a pesar de todo, hubiera querido que fueras feliz, que siguieras adelante, Con Eva tengo, no sé, un pálpito, algo que no puedo explicar, creo que suena loco.

—¿Me hubiera perdonado?

—Yo creo que sí, Eve era así, por eso digo, que no pierdas más tiempo. Se nota buena chica, es bonita y tiene un no sé qué, como dice mi prometida, tiene un aura bonita, aunque no tengo ni idea cómo es eso de aura bonita, pero suena bien.

—Pareces un niño chiquito, no sé cómo es que te vas a casar si no maduras.

—¿le hubieras pedido matrimonio?

—Esto que te dice —mostrándole el anillo que colgaba de su pecho, nunca se lo quitaba, porque era como una promesa con el más allá. Era aquella que no le pudo hacer en vida, era como cargar su propia cruz, como sentir dolor, como castigo por lo que hizo, por el suplicio que sentía que ella a su causa había padecido.

—No tienes la culpa de los demonios que te rondaban vestido de ovejas, ahorita mismo debe estar ardiendo en el infierno. Mejor no ni lo menciono, no vaya a ser que se me aparezca en mis pesadillas, así que olvida lo que dije. Vamos a disfrutar de mi fiesta de compromiso, hay que divertirse. ¡Vamos a bailar! Mi amor.

Empezó a gritar, contagiando con su alegría a los demás invitados, tomando de la mano a su novia y llevándola al centro de la pista de baile.

—Eva, saca a bailar al rubio, aunque solo se sepa el paso del robot, todo porque está oxidado.

Ella se fue al centro de la pista, empezó a mover las caderas al ritmo de la música, estiraba las manos, como invitándolo a unirse, con esa sonrisa que contagiaba, con esa alegría que irradiaba en todo su ser, Eva sentía una algarabía que la invadía por completo, hacía casi cuatro años que había despertado de un coma, de un sueño profundo, años sin recuerdos, había estado en la oscuridad, en el limbo, en aquel precipicio, es como si durante años, le hubieran robado la anergia, en cambio, ahora, sentía esa libertad, esa sensación de estar en el lugar y, con las personas correctas, era la magia que no tenía explicación, había empezado a vivir nuevamente.

—vamos rubio bonito, no me hagas rogarte, uno, dos y

Antes que terminara la cuenta, el tomo su mano, no podía evitarlo, no podía luchar contra la corriente que sentía, ante esa atracción que parecía consumirlo, ella era ese imán, esa energía que lo atraía, esa alegría que hacía mucho no sentía, esa sensación de que podías alcanzar la felicidad conocida, no podía identificar que era eso exactamente que tenía, pero se sentía bien sonreír otra vez sin sentir culpa.

—es música muy moderna.

—Suenas como un abuelito, sin miedo al éxito rubio, toca aquí —indicando sus caderas. Él se sentía como un chiquillo, los nervios estaban apareciendo, era como lo estaba mirando, era esa profundidad en sus ojos. —Me muevo para aquí, lo hago para allá y tú me sigues el ritmo, hasta aquí puedo escuchar cómo se retuercen tus tuercas, como las bisagras del robot quisieran hablar.

—Muy graciosa, deberías poner tus manos sobre mis hombros —comentó él, una vez que se sentía más relajado y su cuerpo dejaba de sentirse rígido.

—¡Oye! No es una balada.



#2290 en Novela romántica
#810 en Chick lit

En el texto hay: redención, perdon, amor

Editado: 06.12.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.