Rezar y esperar. Esperar y rezar. Esas eran las únicas acciones que podía hacer, y en medio, la desesperación absoluta, la impotencia destructiva.
Aquellos días su familia se preocupó al verla tan triste, pero Josephine no les dijo lo que la estaba angustiando ¿Cómo contarlo? Además sentía que si ponía en palabras su miedo, si les contaba de Leonard , la muerte se haría cierta. Y ella se negaba a creer que él quedaría reducido a ese puñado de cartas que atesoraba. La esperanza era una chispa que quería mantener viva.
Esos primeros días le parecieron una noche eterna, donde solamente existían dos luces de esperanza, como faros, uno en su corazón y otro en el de los Knigth , anhelando poder guiar a Leonard de regreso.
Y también perdió a su único cómplice, pues Billie pasó a contarle una noticia que antes la hubiera alegrado y ahora le resultaba agridulce, se iría a estudiar , llevaría a su familia con él.
-Tengo dinero ahorrado, señorita Josephine y también conseguí un trabajo.Iba a esperar un año más, pero siento que es el momento. Antes no me hubiera animado, no hubiera soñado con algo así sin su ayuda, señorita Josephine.Lamento irme ahora.
-Me alegra mucho por ti, Billie. Tal vez me cueste expresarlo, pero de verdad me alegra mucho y estoy orgullosa. También te agradezco lo que has hecho estos años por mí.
-Él volverá – dijo simplemente y Josephine asintió levemente, quería creerlo.
-Tienes que escribirme para contarme cómo estás, voy a extrañarte. Y si alguna vez necesitas ayuda, debes avisarme- le dijo intentando volver a ser la adulta, pero hacía tiempo que había perdido esa batalla. Ahora Billie parecía más maduro y sensato que ella.
- También la extrañaré, y escribiré, lo prometo. Cartas a Josephine Lawrence – le dijo y eso le recordó que ya no tendría la ayuda de su pequeño cómplice y que tal vez ya no fuera necesario. Aún si Leonard volvía, no habría más cartas.
La joven sintió que esa otra despedida le rompía un poquito más el corazón, se hubiera hundido en la tristeza si no hubieran sucedido varios hechos que la mantuvieron a flote en el extraño tiempo de la espera.
Su trabajo como tutora de los mellizos Marshall la obligó a fingirse animada, con aquellos dos no podía distraerse, debía estar atenta a sus miles de preguntas, usar su imaginación para entretenerlos y sobre todo eludir su perspicacia sobrehumana.
Millie le había ofrecido tener en brazos a Excalibur como consuelo. “Así te sentirás mejor y ya no te verás triste”, había dicho la niña y Jo se había conmovido de que fuera tan perceptiva. Así que había tenido un rato en brazos al erizo y luego había planificado mil actividades al aire libre para entretener a los niños y a ella misma.
Poco después había llegado el tiempo de vacacionar en el mar, como todos los años, con su familia, solo que esta vez habían recortado el descanso a dos semanas, pues su hermana se había comprometido, y aunque faltaba mucho para el casamiento, había muchos preparativos por delante. Ese hecho había creado un revuelo familiar, su madre estaba tan entusiasmada que difícilmente tenía tiempo para notar su estado de ánimo.
Era bueno que el foco de atención fuera su hermana, eso le permitía poder lidiar tranquila con sus propios sentimientos, aunque el primer día que vio el mar, lloró. No pudo evitarlo, pensar que él quizás estaba al otro lado, incluso escribió en la arena aquella plegaria que repetía sin cesar en su interior “vuelve, vuelve” como si le escribiera una carta. Aún así, el azul del cielo que conjugaba con el del agua le dio algo de sosiego, seguía habiendo tanta belleza en el mundo que le permitía creer que también había milagros.
Su familia la dejaba vagabundear a gusto, pero quizás porque el amor tenía mucho de intuitivo, cuando sentía que su alma ya no soportaba la incertidumbre alguno de ellos aparecía a hacerle compañía. Su hermano mayor para acompañarla a caminar hasta el faro al atardecer, su hermana menor con su chispeante carácter y todo su entusiasmo para arrastrarla a darse un baño en el mar.
Su hermana casada no los había acompañado, pero en cambio estaba la tranquila presencia de su padre, con quien podía sentarse en silencio a contemplar el paisaje sin que ninguno de los dos se viera urgido a interrumpir el silencio con conversaciones vacías. Ella que era una observadora tan aguda, reconocía que su familia era muy particular y sobre todo, muy amorosa, era algo por lo que agradecía siempre. No la habían acosado con “el deber” de casarse, no le habían prohibido que leyera, muy por el contrario, la habían alentado. Tampoco se habían opuesto a que fuera tutora de los Marshall aunque no necesitara dinero, y el mote de solterona que la sociedad le imponía lo usaban para bromear más que para torturarla. Así que aquel tiempo en que su alma parecía perdida en la bruma, su familia fue un manto cálido que la mantuvo a salvo.
Así fueron transcurriendo los días, hasta que casi al finalizar sus vacaciones llegó la noticia que tanto esperaba, Leonard estaba a salvo y había regresado a casa.