Jo odiaba ser el centro de atención, pero si eso había mantenido a salvo a Leonard, aceptaría las consecuencias. Fingir un desmayo, sin dudas, había sido una medida desesperada y muy poco pensada. Ahora tenía a la gente revoloteando a su alrededor, a su madre preocupada y a la Baronesa cuidando personalmente de que fuera atendida por su médico personal y descansara en sus habitaciones. Josephine se habría reído mucho de la situación si ella no fuera la protagonista, pero lo era.
Aunque al menos había podido lograr algo, escapar de Leonard. Porque lo más inesperado de su plan, fue ,después de estar evadiéndolo tan cuidadosamente, terminar en sus brazos. No había planeado que él corriera a socorrerla y había tenido que hacer uso de toda su voluntad para mantener su actuación, muy mala por cierto, cuando él la levantó del suelo.
Y también sintió algo de culpa cuando lo vio preocupado a su lado preguntando si estaba bien. Pero había sido por ayudarlo, aunque él nunca lo supiera.
Su madre había ido a agradecerle, esperaba que no hubiera dicho nada inapropiado.
Suspiró y aprovechó para disfrutar de un buen descanso en la mullida cama de la habitación de huéspedes de la Baronesa. Ella que se caracterizaba por ser una persona bastante calma, había pasado el día sumida en el nerviosismo y en medio de un remolino de pensamientos, se estiró todo lo que pudo y se dispuso a relajarse . Al menos hasta que su madre decidiera que era conveniente regresar a casa, nadie la molestaría ni la obligaría a socializar. Tampoco tendría que fingir frente a Leonard Knigth.
Cuando Leonard llegó a su casa, estaba agotado. Y confundido. Había pasado la velada intentando buscar pistas sobre su Balzac.
Había mantenido conversación con las jóvenes que había descubierto eran o habían sido cercanas a Chloe y ninguna de ellas le había dado ninguna señal, muy por el contrario, le habían resultado insulsas y aburridas.
También había descubierto que en Dorset había algunas mujeres muy interesantes, con un fino sentido del humor y pensamientos de avanzada, jóvenes interesadas en política y arte, también que hablaban sobre los derechos y que habían recibido una educación mucho más liberal que las dejaba expresar sus pensamientos, pero ninguna de ellas era Balzac. No había una razón lógica para su convicción, solo una profunda intuición, la mujer que buscaba, había sido muy especial para él en los últimos dos años, quería creer que podía reconocerla, o al menos saber quien no era ella.
Había socializado más que en todos sus años de vida, lo que le había requerido un gran esfuerzo, además también varias de las presentes habían coqueteado con mayor o menor disimulo con él. Eso lo había hecho darse cuenta que su investigación lo había puesto en el panorama de las mujeres solteras , eso no había estado en sus planes. Tampoco había planeado tener aquel ataque de pánico al escuchar los tiros, pero de pronto, sin poder controlarlo, su mente había vuelto al horror, de nuevo había visto morir a sus compañeros, había vuelto a estar cubierto de barro y sangre, había vuelto a sentir un frío que iba más allá de traspasarle el cuerpo para llegarle al alma. Aún no lo superaba, aún no sanaba y se había sentido perdido, hasta que el desmayo de la señorita Josephine Lawrence lo había traído de regreso. Ahora sabía quién era la muchacha de ojos verdes, porque su madre se había acercado a agradecerle su asistencia. Eso lo había avergonzado, pues de alguna manera, sentía que la ayuda había sido mutua. Él la había asistido, pero ella, sin quererlo, lo había salvado. Había vuelto al presente, a ser Leonard en medio de un salón en casa de la Baronesa, mientras levantaba a una joven desmayada muy oportunamente.
Aquella muchacha era la tutora de los Marshall. Sonrió porque pensó que su Balzac tenía razón, que la joven Lawrence parecía ser adecuada para la tarea. Y de pronto, ella le dio mucha curiosidad