Primero lo primero, AGRADECERLES enormemente su apoyo, sus palabras y buenos deseos. Acá vamos , poquito a poco, aún hay cosas que superar pero al menos han sido días un poco más calmos . Aunque también he vuelto a trabajar en forma presencial y full time lo que implica muchooooooooooooooo cansancio físico , sumado al cansancio mental que ya traía. Pero he logrado escribir algo, así que se los dejo aunque es corto. Iré lento, así que paciencia.
Gracias una vez más, me he sentido acompañada cuando me hacía falta¡Abrazos!
PD: perdonen los errores si los hay, esta escritora hoy se olvidó prendido el horno casi dos horas luego de sacar la comida, así que eso revela mi estado, ja.
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Leonard sentía que iba a desgastar las cartas de tanto leerlas buscado pistas, pero los días pasaban y lo que había creído sería una misión fácil, comenzaba a parecer imposible. En sus peores momentos llegó a preguntarse si su Balzac existía o si era una fantasía, ¿era una mujer real o alguien le había hecho una mala broma?
No podía entender porque ella no aparecía, en realidad imaginaba que el haber mentido le daba culpa o el valor que había tenido al escribirle no le alcanzaba para acercarse personalmente. O quizás temiera la desaprobación familiar al revelar que había estado escribiéndose con un desconocido. Tenía mil hipótesis en la cabeza y mientras intentaba que las palabras en las cartas se volvieran pequeñas huellas que lo guiaran a ella, si es que existía.Y quería creer que sí. Aunque con el correr de los días, la desesperanza lo ganaba, pero había prometido que ,tras la noche más oscura, la encontraría. No podía rendirse. A veces hasta soñaba con ella, pero siempre huía de él y jamás veía su rostro.
Siguió asistiendo a distintas reuniones sociales, pero solo acumulaba frustración, así que decidió seguir otro de los consejos de su Balzac. Extrañamente ella, la real que lo esquivaba era el mal que lo aquejaba, y la de las cartas seguía proporcionándole consuelo.
Leonard caminaba por la orilla del río Frome dejando que el agua fresca acariciara sus piernas, se había arremangado los pantalones y simplemente caminaba contemplando el paisaje dejándose llevar por la corriente cuando un sonido lo distrajo.
Levantó la vista y vio a la señorita Josephine Lawrence caminando por la costa junto a los mellizos Marshall. Había visto a los niños a lo lejos en algunas reuniones, así que los reconocía, igual que a su tutora, hasta creía recordar cómo se sentía el peso de ella sobre él, por su último encuentro.
Millie Marshall lo señalaba con un claro gesto de admiración.
-Buenos días...-saludó él a los niños y su tutora.
-Buenos días , señor Knigth- respondió Josephine
-Wow, es una idea genial – comentó Malcom encantado mientras lo contemplaba.
-Ni se les ocurra – dijo Josephine agarrándolos de las manos antes de que corrieran al agua y le dirigió una mirada de reproche a él.
-Sí es una idea absolutamente maravillosa, pero no fue mía, así que espero que vuestra tutora no se enfade conmigo- se defendió Leonard sonriendo en forma risueña.
-¿Y de quién fue la idea? Me gustaría conocer a esa persona – dijo Millie.
-Y a mí - respondió Leonard por lo bajo y Josephine sintió un estremecimiento recorrerla.
-El agua está fría en esta época – evaluó Malcom aunque él saltaría sin dudarlo si Jo no lo detuviera con fuerza.
-En realidad se siente deliciosa ¿Y ustedes que hacen por aquí?- preguntó Leonard.
-Vinimos a recolectar hojas, para un herbario – contestó Millie sonriendo coqueta, Leonard causaba efecto hasta en niñas de once años.
-¿Puedo acompañarlos? – preguntó él.
-¡¡Claro!! – contestó Malcom con entusiasmo.
-¿Puedo? – preguntó Leonard mirando a Josephine que lo contemplaba ceñuda.
-Señor Knigth...- dijo ella suavemente mientras los niños le tironeaban de las mangas.
-¿Sí?
-¿Aquellos que van flotando no son sus zapatos? – preguntó con toda calma señalando hacia el medio del río y él lanzó una maldición en voz baja porque definitivamente lo eran. Los había dejado junto a la orilla varios metros atrás, obviamente el río había crecido y los había arrastrado. No había nada que hacer, estaban perdidos.
-Sí, lo son – dijo él mirando a Josephine divertido, en aquel momento se sentía como si fuera uno más de los niños Marshall haciendo travesuras. Salió del agua, acomodó su ropa y se dispuso a acompañar al trío en su recolección de hojas, descalzo.
- Por suerte no fueron sus pantalones- comentó Malcom y Leonard rio, con una risa profunda que hizo que Josephine sintiera ganas de reír con él , aunque se contuvo.
-Es una suerte, aunque cuando vea a mi amiga deberé preguntarle que se supone que uno haga con los zapatos mientras camina por el río Frome.
-Debería atarlos y llevarlos consigo – sugirió Millicent.
-No es mala idea, ¿qué piensa usted? – le preguntó a Josephine que aún tenía un rastro de sonrojo en su rostro.
-Que debió ocurrírsele antes – respondió ella con un atisbo de sonrisa al recordar los zapatos flotantes.Iba a responderle pero un ruidito, proveniente del morral de la niña, los distrajo. Y a continuación asomo la cabeza alguien que le era familiar.
-¡Excalibur! – exclamó Leonard al ver al animalito.
-¿Cómo conoce a Excalibur? – preguntó Millie sorprendida.
-Digamos que es bastante celebre en Devonshire – respondió encantado. Por alguna razón ver al puercoespín le hacía pensar que su chica de las cartas era muy real.
-No crea lo que dicen de él, es encantador – intervino Malcom preocupado.
-Claro que sí, soy un ferviente partidario de Excalibur. Jamás creería ninguna injuria que se diga sobre él – proclamó y se ganó el corazón de los niños.