La casa de Josephine había sido invadida por las amigas de su hermana y sus madres, parecían un enjambre que solo hablaba de bodas y bebés, y sentía que si se quedaba allí, ella sería la presa, ya fuera para criticar su estado de soltería, para compadecerla o para sugerirle un matrimonio ventajoso. Debía huir, aunque la parte difícil era hacerlo sin ofender a nadie y sin arruinarle el momento a su hermana, ella estaba disfrutando de aquellos preparativos. Pensó escapar por alguna ventana, pero tenía la certeza de que no terminaría bien. Así que tomó un par de sus libros de poemas y se dedicó a cruzar el territorio enemigo, es decir la sala de estar.
-¿Josephine? – preguntó su madre con un tono que indicaba advertencia. Ella le sonrió levemente, hizo una reverencia a las invitadas y utilizó su excusa preferida.
-Perdonen que no pueda acompañarlas, pero prometí darles clases a los mellizos hoy – dijo con su mejor tono de preocupada tutora. Su madre la miró fijamente, sabía muy bien que aquel día Jo no tenía clase con los Marshall, pero no podía regañarla ni desmentirla, tampoco tenía sentido obligarla a quedarse. Sonrió, solo sus hijas detectaron que era una sonrisa fingida.
-Ve, Josephine,te están esperando – dijo y agregó un consejo, aunque más bien sonaba a orden- Lleva un sombrero o se te dañará la piel – Jo asintió y tomó un sombrero rápido, no quería empeorar la molestia de su madre diciéndole que añoraba sentir el sol en la piel. Se apresuró a salir antes que su progenitora se arrepintiese.
Solo había pensado en escaparse , pero no a donde ir. Ahora se daba cuenta que había sido muy mala idea revelarle todos sus lugares favoritos a Leonard, aunque había un lugar sobre el que no le había contado, porque era un descubrimiento bastante reciente.
Los Cuthbert se habían mudado a Londres con sus hijos y habían puesto en venta su casa, no era un lugar muy grande pero sí muy bonito y el jardín , abandonado de la mano humana, se había vuelto un lugar de deliciosa naturaleza descontrolada, Josephine amaba colarse allí a leer. El cerco de madera se había derrumbado en un costado, así que le permitía entrar con facilidad, había un par de bancos donde solía sentarse, aunque prefería descansar sobre la hierba en medio de las flores que crecían desordenadas y mezclándose sin respetar las jerarquías que les imponían las dueñas de casa. Eso la había hecho soñar que si contara con una casa propia con un terreno tan amplio como aquel, plantaría flores diversas como si hiciera una manta de patchworch y esperaría que al florecer se armara un precioso damero multicolor, casi una alfombra que se extendiera sobre la tierra. De hecho se lo había sugerido a su madre, pero ésta había despreciado la idea, le tenía demasiado apego a los jardines ingleses tradicionales.
Jo se quitó el sombrero, se desató el cabello, se descalzó porque quería sentir la hierba y se acostó en un rincón donde habían florecido unos narcisos tardíos, con los que se sentía muy identificada aquel día. También ella escapaba a las reglas, pero eso no le impedía florecer aunque no fuera ni en la época ni en el modo que los demás esperaban. Sí, aquel día, era un narciso floreciendo a destiempo, rodeada de flores silvestres en un jardín que se rebelaba al orden, aunque para los demás fuera solo un lugar abandonado, para ella era un pequeño edén. Y sentía que pertenecía allí.
La casa de Leonard también había recibido visitas, un par de amigas de su madre habían llegado temprano acompañadas de sus hijas casaderas. Había intentado ser educado y cordial, pero era imposible para él no sentirse agobiado por aquellas jóvenes, eran tan diferentes a lo que añoraba. Por suerte, su padre lo había rescatado. Leonard le había expresado su interés de adquirir alguna propiedad con el dinero que le habían pagado, y su padre le había hablado de la propiedad de los Cuthbert, no recordaba bien el lugar pero decidió ir a darle un vistazo. Le gustaba que estuviera tras un recodo en el camino, era como si tras recorrer un trecho sin esperar nada, uno diera con un tesoro. Era una casa de dos plantas pero pequeña, a la distancia se veía bien cuidada. Y tenía un terreno amplio, además de estar en el lindero del bosque. Se acercó despacio, disfrutando el acercarse al lugar, se preguntaba si podría mirar más cerca sin tener que buscar al vendedor de la propiedad cuando descubrió la rotura en el cerco. Sonrió, aquel lugar parecía llamarlo. Al entrar descubrió un jardín descontrolado, había flores diferentes que habían escapado a los canteros y se habían adueñado del lugar. La hierba estaba alta pero en lugar de dar impresión de descuido, tenía un aire atemporal y transmitía paz al mismo tiempo que vitalidad. Todo allí florecía. Exploró un poco, hasta que se topó con una inesperada sorpresa, en un rincón del jardín, bajo el sol, entre dorados narcisos, dormitaba una joven. Y lo más sorprendente de todo es que ella parecía pertenecer a aquel lugar, tanto como él mismo.
No supo qué hacer, ¿debía despertarla o dejarla dormir? Se quedó parado frente a ella, para taparle un poco el sol hasta que ella despertara.
Josephine se despertó sintiendo alguna presencia, sobresaltada vio a una figura masculina frente a ella y se sentó. Debía haberse quedado dormida mientras soñaba despierta. Trató de enfocarse en el hombre, pero el sol y que aún estaba medio dormida solo le dejaba entrever una silueta. Quizás estaba soñando aún, porque de pronto sintió que era muy familiar.
-¿Leonard? – preguntó antes de espabilarse completamente.