Las palabras resonaban en el aire, como ecos sin forma que se perdían en la bruma de pensamientos de Fabián. Estaba rodeado de rostros conocidos, familiares, amigos de su madre que apenas recordaba. Todos venían a ofrecerle sus condolencias, pero él apenas podía procesar sus palabras.
"Lo siento mucho, Fabián. Era una mujer increíble."
Asentía en silencio, sin saber qué decir. ¿Qué se supone que uno responde a eso? Las palabras parecían huecas, vacías. Observaba los rostros, los abrazos, los susurros de consuelo que llegaban a sus oídos, pero no lograban traspasar la barrera de dolor que sentía dentro. Había perdido a su madre, la única persona que realmente entendía sus silencios, que siempre sabía qué decir sin que él tuviera que pedirlo.
En su mente, la imagen de ella estaba congelada, atrapada en un recuerdo de días pasados: su sonrisa cálida y su mirada llena de comprensión, como si pudiera ver más allá de las palabras y llegar directamente a lo que él sentía. Fabián cerró los ojos un momento, esperando que esa imagen perdurara, temeroso de que también se desvaneciera con el tiempo.
Después de la ceremonia, Fabián volvió solo al departamento que había compartido con su madre. El silencio era insoportable, tan abrumador que le pesaba en el pecho. Sin saber qué hacer, caminó sin rumbo por las habitaciones, sintiendo el vacío que había quedado en cada rincón. El aroma de su madre aún flotaba en el aire, mezclado con la fragancia de su perfume favorito, una mezcla de jazmín y vainilla.
Finalmente, se detuvo en el pequeño estudio donde ella solía sentarse a leer y escribir. Fue entonces cuando vio, sobre el escritorio, una libreta de tapas duras con flores doradas en la portada. Reconoció la libreta de inmediato: era la misma que su madre había usado para escribirle cartas cuando era niño.
Al abrirla, sus dedos temblaron al pasar las páginas llenas de palabras cuidadosas, trazadas con su delicada caligrafía. Eran cartas que su madre le había escrito en diferentes momentos de su vida, algunas de cuando él era niño, otras de años recientes. Cartas de amor, de consuelo, palabras de apoyo que parecían susurrarle al oído desde el pasado.
Una de las cartas capturó su atención de inmediato. Estaba fechada un año atrás y comenzaba con su nombre en letras grandes y firmes: "Para Fabián, con todo mi amor, en el día de su cumpleaños." Sus ojos se llenaron de lágrimas antes de que siquiera pudiera leer el resto.
—Siempre pensé que estarías aquí para leerme estas palabras —susurró, su voz quebrándose en el vacío de la habitación.
Se sentó en el escritorio y leyó en silencio. Cada palabra era como una caricia suave, como si su madre estuviera ahí, en algún rincón invisible, acompañándolo. La carta hablaba de cómo ella siempre lo había visto como alguien fuerte, alguien capaz de enfrentar cualquier adversidad, pero también como alguien sensible, con un corazón profundo y lleno de amor.
"Nunca olvides quién eres, Fabián. Eres más fuerte de lo que crees, y no importa dónde esté yo, siempre podrás encontrarme en cada paso que des, en cada recuerdo que guardes."
La carta era un recordatorio de todo lo que ella había visto en él y de la profunda conexión que compartían. Aquel pequeño consuelo le dio a Fabián una idea inesperada: si su madre había encontrado consuelo al escribirle todas esas cartas, tal vez él también podría encontrar algo de paz al escribirle a ella.
Con manos temblorosas, buscó entre los cajones una hoja en blanco y un bolígrafo. Se sentó de nuevo y, sin detenerse a pensar demasiado, comenzó a escribir. Cada palabra que salía de su pluma parecía aliviar una fracción de ese peso que cargaba en el pecho, como si su madre estuviera allí, escuchando, entendiendo.
Primera Carta
Querida mamá,
No sé si esto tiene algún sentido, pero necesito hablar contigo, necesito sentir que, de alguna forma, aún estás aquí conmigo. Hoy, en tu despedida, vi a tantas personas acercarse y decir cosas bonitas sobre ti, cosas que ya sé, que siempre he sabido. Y aún así, nada de eso me consoló. Todos ellos estaban ahí, recordando quién fuiste para ellos, pero nadie, absolutamente nadie, puede entender lo que eras para mí.
Te has ido, mamá. Y aunque todos me dicen que esto es algo que pasa, que es natural y que debo aceptarlo, no sé cómo hacerlo. Tú eras mi refugio, mi paz, mi guía. Y ahora... ahora solo queda un vacío enorme que no sé cómo llenar.
Me siento perdido, como si me hubieran arrancado una parte de mí mismo. Pienso en todas las veces que me dijiste que algún día tendría que enfrentar el mundo sin ti, y siempre creí que ese día estaba muy lejos. ¿Por qué no me preparaste para este dolor? ¿Por qué me dejaste sin tu abrazo, sin tus palabras?
Siento que te fallé de tantas formas. No puedo dejar de pensar en todas las cosas que pude haber hecho mejor, en todos los momentos en los que pude haberte escuchado más, haberte querido mejor. Ahora, todas esas oportunidades se han ido y solo me queda el arrepentimiento.
No sé si alguna vez llegaré a superar esto, mamá. Me siento tan vacío, tan quebrado… Quisiera poder abrazarte una vez más, escucharte decir que todo estará bien.
Con todo mi amor y todo el dolor que siento ahora,
Fabián
Fabián dejó la pluma sobre la mesa, agotado emocionalmente. Las lágrimas caían sobre el papel, formando manchas en la tinta. No estaba seguro de si alguna vez esa carta llegaría a algún lugar, pero escribirla había sido como liberar una parte de ese dolor atrapado en su pecho.
Se dio cuenta de que, por primera vez desde que su madre murió, se sentía un poco menos solo.
Esa noche, se fue a dormir con la libreta en las manos, abrazándola como si fuera la última conexión tangible que tenía con su madre. Mientras cerraba los ojos, una pequeña esperanza creció en su interior: tal vez, con cada carta, podría encontrar un pedazo de paz en medio de tanto dolor.