Las Chicas Perfectas

CINCUENTA Y DOS

Kaspy entró a la habitación donde su dorado amor lo esperaba en el sillón, ubicado cerca de la chimenea que permanecía encendida.

Ana miraba las llamas del fuego crepitar con cierta tristeza, podía sentir a su gemelo rugir y llorar en su interior, aquel lazo era indestructible al tratarse de gemelos.

Hermano ¿por qué actúas así? Sabes que el amor que me une a Kaspy es diferente al que me une a tí.

¡No Ana! ¡No es así! Tú me abandonaste, me re-emplazaste por esa basura. ¡Maldición! ¡Ahora déjame en paz!

Anthony, eres tú quien me está abandonando no al revés.

Kaspy colocó su mano izquierda sobre el hombro derecho de Ana quien interrumpió su comunicación con su gemelo para mirar a su amado con intensa dulzura.

-Mi amor, llegaste por fin. 
- Me encontré con tu gemelo, no fue un encuentro muy agradable ¿sabes?
- Si mi amor, lo sé y lo siento. Perdona a Anthony, está celoso.
- Ya veo

Ana buscó con la mirada al bebé de su amado extrañandose de no encontrarlo. 
- ¿Qué pasó con tu hijo? ¿Dónde está?

- Se quedará con una prima mía lejana ¿sabes? - Kaspy sonrió nervioso - No quería molestar con un bebé, ya que apenas me aceptaron a mí de momento.

Aquello se oía bastante razonable, aunque Ana podía imaginar lo mucho que Kaspy extrañaba a su bebé. Era la mayor muestra de amor que su esposo podía hacerle.

- Kaspy, ven mi amor. Ven aquí - el aludido se arrodilló frente suyo perdiendose en su celestina mirada - Te amo y no quiero estar en otro sitio que no sean tus brazos ¿entiendes?

-Aún no entiendo cómo lograste convencer a tu padre de aceptarme aquí, pero es lo mejor que pudiste hacer amor mío. Solo deseo poder amarte y protegerte siempre, aunque lo segundo no pude hacerlo como debería haberlo hecho.

Ana fue acariciando sus cabellos con gran suavidad y profundo amor. Kaspy sujetó a su amada entre sus brazos, para acercarla a la chimenea y dejarla en suelo sobre la alfombra.

Allí empezaron a besarse con ardiente pasión. Kaspy iba acariciando el cuerpo de su amada esposa con suavidad, disfrutando con cada segundo que pasaba. A su vez, Ana acariciaba el torax de su apetitoso esposo sin dejar de besarlo.

Llegó un momento en que Kaspy no pudo contenerse más debido a que su miembro había empezado a endurecerse. Se quitó las ropas velozmente, para luego ayudar a Ana a desnudarse también.

Una vez desnudos y preparados, Kaspy empezó a acariciar la entrepierda de Ana quien no sentía nada debido a la parálisis que padecía. Sin embargo Kaspy le abrió las piernas con mucho cuidado, y empezó a penetrarla lentamente.

Ana se aferró a él con desesperación, sintiéndo las duras embestidas de Kaspy.

Mientras disfrutaban haciendo el amor, fuera se desataba el diluvio universal junto a un intenso frío, que no lograba traspasar las paredes de la mansión por razones obvias.

- Amo hacerte el amor en días lluviosos y de crudo invierno - Le susurraba Kaspy entre embestidas y embestidas - Es el placer de los dioses para mí ¿sabes?

- En ese caso sigamos así el resto de la noche ¿qué te parece?
- Por mí está bien mi dorado amor.

Ambos rieron sin dejar de besarse con intenso placer y sincero amor.




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