Las Chicas Perfectas

CINCUENTA Y NUEVE

Ana sabía que su gemelo se moría de amor por Sindy y que era correspondido por ella. Sin embargo Sindy no sabía cómo conquistarlo ni en qué momento dar el primer paso.

Ésto se debía a la pureza de esa jovencita, quien desconocía todo lo relacionado al sexo y al oscuro mundo que lo rodeaba. Así era Ana antes de ser secuestrada por Adam. Así de pura e inocente y así le fue también.

A su mente regresaron los siniestros recuerdos de su cautiverio a manos de ese monstruoso ser, que se deleitaba atormentándola mediante intensas torturas y violaciones.

A Adam le encantaba venderla a los peores clientes que se deleitaban torturandola y violándola una y otra vez.

No tenía escapatoria y de nada le servía resistirse o llorar. Así aprendió a colocarse aquella máscara de total y fría indiferencia.

Ana llegó a creer que su familia la hubo abandonado a su suerte, que solo su gemelo la buscaba intentando hacer contacto con su persona.

Pero ella puso una barrera entre ambos debido a la gran vergúenza que sentía hacia sí misma. Además no soportaba sentirlo cerca cuando ella ya no era libre.

Por eso cuando dieron con ella y la salvaron, al principio actuó fría e indiferente con todos ellos porque estaba dolida.

Luego fue por el terror que le tenía a Adam. Terror que aún ahora seguía teniendole, pero se obligaba a sí misma a sobreponerse. No quería vivir con miedo ni mucho menos seguir siendo manipulada por el miedo mismo.

Por supuesto que su familia y el amor de Kaspy la ayudaban en todo momento. Volvió al presente tomando una decisión. Iría a ver a Sindy, pero sola. Le daría una mano a su hermano.

Sin decir nada a nadie salió de casa rumbo a la mansión de su amiga. Sindy la aguardaba espectante debido a que no le dijo el motivo real de su visita.

Una vez solas en el living, Ana empezó.
- Sindy se perfectamente que tú y mi hermano se aman, no es necesario que lo ocultes.

Ante semejantes palabras, Sindy enrojeció hasta la raíz de sus cabellos mirando para otro lado. Esto despertó alegres carcajadas en Ana, debido a que su amiga Sindy no sabía mentir.

-¿Q-Q-Qué c-cosas d-dices A-Ana?
- Digo la verdad Sindy, pero tu no sabes cómo seducirlo. Eso también puedo notarlo.

- Y-Ya b-basta por favor.
- Pero puedo ayudarte a lograrlo si así lo deseas

-¿Qué dices?
-¿Quieres hacer que Anthony enloquezca de deseo por tí y no pueda quitarte las manos de encima?

Sindy no podía creer lo que estaba escuchando de su amiga, su corazón latía como si hubiese hecho una maratón.

- Puedo enseñarte a cautivar a Anthony ¿quieres aprender?
- ¿Podré hacer que haga algo más que fijarse en mí?

- Si, lo tendrás encima tuyo todo el tiempo.
- ¿Como tú lo tienes a Kaspy?
- Exactamente ¿qué dices amiga?
- Enseñame, por favor Ana. Enseñame.

Ambas sonrieron felices y a partir de ese momento las clases dieron inicio. Todos los días Ana iba a verla a la misma hora y pasaban juntas tres horas.

La rubia le enseñaba a vestirse, a caminar, a hablar, a arreglarse. En definitiva le estaba enseñando a ser la chica perfecta, solo que Sindy era la única que aprendía a serlo siendo feliz, sin recibir torturas fisicas ni violaciones.

Por supuesto que nadie de sus entornos sabía nada debido a la discreción de ambas amigas. Y cada vez que Kaspy le preguntaba a Ana qué hacía con Sindy, la rubia le respondía con evasivas.

Era una sorpresa para su hermano y no quería que nadie la arruine. Kaspy confiaba plenamente en su amada dorada, por lo tanto no sentía molestia alguna ni nada por el estilo.

Así, luego de dos meses intensivos el gran día llegó. Sindy citó a Anthony en un fino restaurante para cenar juntos. Tenía algo que decirle.

Anthony estaba espectante. Pero nada lo preparó para lo que vio cuando, estando en el restaurante llegó Sindy. La joven vestía un fino vestido negro adherente a su esbelto cuerpo, con tacones negros también.

Su negra y sedora cabellera llegaba a su cintura y contrastaba con su blanca piel. Su verde mirada resplandecía debido al intenso deseo.

Su caminar era sensual como todo en ella que atrajo las miradas de los allí presente, despertando en los hombres de todas las edades el intenso deseo de poseerla. Anthony mismo sintió cómo su miembro empezaba a endurecerse.

- Hola Anthony, siento llegar tarde - su voz era una invitación al deseo sexual.

-¿S-Sindy? - preguntó el rubio con voz ronca. Esto hizo sonreír a la aludida quien asintió con la cabeza - Dios...estás hermosa....dios...
- Gracias Anthony.

 




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