Las Chicas Perfectas

SETENTA Y UNO

Sindy caminaba sin parar por la estrecha habitación donde fue confinada, tras ser encerrada por su padre en el convento.

Por más que fuese mayor de edad, no podía decidir por sí misma ni irse por voluntad propia. Si o si necesitaba el permiso de su autoritario padre.

Aquel lugar era en extremo estrecho para ella, debido a que estaba acostumbrada a su gigantezca habitación de la mansión donde se hubo criado. No obstante tendría que adaptarse si o sí a ese tipo de vida.

El director del lugar ordenó mantenerla bajo llave y estricta vigilancia, debido a la orden recibida por el aritócrata de su padre. Ésto hacía que su tormento siga en continuo aumento.

Sindy se sentía asfixiada, desesperada al punto de no poder dejar de caminar como si fuese un animal enjaulado.

Lloraba en silencio continuamente. Ella había estado encerrada toda su vida, debido a las inseguridades de su padre quien le tenía prohibido salir de la mansión por sí misma.

Ahora cambio de lugar, confinándola en una prisión más estrecha. No quería seguir viviendo así. Por dios que no era lo que deseaba para su vida. Pero de nada servía hablar con su padre, él jamás escuchaba sus deseos ni le importaba su dolor.

- No quiero estar aquí, no quiero ser monja, no soporto más esta vida. Padre ¿por qué no lo entiendes? - repetía Sindy con desolación.

Ni siquiera le era permitido tener un celular. La tenían completamente incomunicada y aislada.

La idea era alejarla del mundo exterior para siempre. En un momento de desolación intensa, Sindy dió un fuerte golpe a la pared exclamando:

- ¡Maldición! Me quieren volver loca ¿verdad? - se dejó caer al suelo apoyandose a en la pared llorando con intenso pesar - Eso es lo que desean ¿cierto? Enloquecerme. Dios mío.

La imagen de su amado Anthony invadió su mente desesperandola más aún.
- Anthony, mi amor. Ayúdame, por favor te lo pido. ¡Anthony!

Sindy no sabía si era de día o de noche, si fuera llovía o estaba el sol radiante. Ni siquiera eso era capaz de poder saber debido a que estaba herméticamente encerrada. Parecía ser que el tiempo se había detenido.

Anthony podía sentir el intenso dolor de su amada Sindy, pero nada podía hacer debido a que no contaba con el apoyo de nadie.

Si deseaba liberarla, tendría que infringir varias leyes y eso solo perjudicaría a sus padres. Por tal razón decidió dejarse morir.

Ismael salía de la escuela esa tarde. Tenía trece años ya. Por tal razón bien podía volver a casa solo. Pero a mitad de camino alguien lo llamó.

- Ismael, eres el hermano menor de Anthony ¿cierto?

El niño contempló a quien le hubo hablado asombrado, ya que era la primera vez que la veía.

Quien lo habló sonrió, su celeste cabellera flameba al compáz del viento. Era en verdad muy atractiva e Ismael enrojeció hasta la raíz de su oscura cabellera.

- Si, y tú ¿quién eres?
- Soy Misa y tengo que hablarte. Es importante.

-¿En serio?
-¿Deseas caminar conmigo por favor?
- Claro

Misa podía notar la pureza de ese niño, pureza e ingenuidad. Además de ser muy lindo.

Con razón te fijaste en él, Adam. Maldito. Pero no dejaré que lo dañes ni permitiré que me sigas usando a tu antojo.

Misa le contó todo sobre su relación con Anthony, y cómo fue forzada a arruinarle la hermosa relación que el rubio tenía con Sindy por órdenes de Adam.

Órdenes que se vió obligada a obedecer si quería que su hermano mayor siga vivo.

A medida que iba avanzando en su relato, el pequeño Ismael abría los ojos enormemente debido al intenso asombro.

- Él es un monstruo ¿sabes? Por eso te pido que me ayudes a salvar a mi hermano y a cambio yo lo delataré a él, Adam, para que al fin sea arrestado. ¿Qué dices?

-¿Por qué recurres a mí? Podrías hablar directamente con mis padres...
- No, eso no funcionará. Adam es muy listo, pero sé que contigo bajará la guardia.

-¿Eh? ¿Y por qué estás tan segura de eso Misa?
- Porque él te aprecia en verdad. Se que a tí te dirá la verdad aunque no lo parezca.

Ante esas palabras el niño desvió la mirada. Sentía que el destino le había jugado una mala pasada, un chiste de mal gusto era aquello.

¿Cómo podía ser que el único humano en este mundo que lo quería en verdad, era un psicópata asesino en serie? Encima le pedían que lo traicione. Respiró profundo antes de contestar con dureza.
-Misa es tu nombre ¿cierto?
- Si

- Deberías tener más cuidado con lo que hablas y lo que haces. Si en verdad aprecias a tu hermano - el niño le clavó una siniestra mirada - No vuelvas a intentar traicionar a Adam.

-¿Eh? - la peliceleste retrocedió un par de pasos asombrada 
- ¿O es que en serio quieres recibir el cadáver de tu hermano?

Misa no esperaba aquella reacciòn. Había creído que el hermano menor de Anthony era un niño dulce y puro. Pero ahora comprobaba que se había equivocado. Adam logró corromperlo al fin de cuentas. Frunció el ceño.

- Ismael, en verdad eres un idiota por creer en ese monstruo. Solo te está utilizando por ser el hijo de sus peores enemigos.

- No me importa, él es la única persona que ha demostrado interés por mí, es el único que se preocupa por mí. ¡No me interesan los motivos que tenga al hacerlo!

- Ya veo, es una lástima. Teniendo una gran familia, eliges traicionarlos.

-¡No tienes idea de lo que dices! ¡¿Una gran familia?! Ja ¡Que buen chiste! ¡A ellos no les importo yo, nunca se preocuparon por mí!

Sin decir más Ismael se alejó de la hermosa peliazúl, pero se detuvo de golpe tras respirar profundo. 
- Oye Misa ¿tienes celular?

Misa sonrió, quizás no esté tan equivocada después de todo con respecto a ese chico. Le entregó su tarjeta.

- Aquí tienes muchacho, llamame y te agendaré ¿de acuerdo? - le dijo sonriendo.
- De acuerdo....pero no vuelvas a intentar traicionar a Adam ¿estamos?

- Solo quiero recuperar a mi hermano. Es todo lo que tengo en el mundo.
- Vale, veré qué puedo hacer. Pero no te prometo nada.
- Gracias.




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