Las chicas que nadie elige

1

Ella no se siente capaz de amar, ni de ser amada. Pero sabe que algún día amara mucho.

Nadie habla de las chicas que nadie elige.

Nadie habla de lo que sufren en silencio.

Nadie habla de las chicas que no se sienten amadas.

Nadie habla de las chicas inseguras y crueles consigo mismas.

—¡Berenice! —la voz chillona de Sofía perfora mi cabeza como una aguja.

¿Por qué tiene que ser tan gritona?

—No grites, Sofía.

—¡Mueve el trasero aquí ahora mismo!

La miro con fastidio. Odio sudar. El sudor arruina mi cabello y me hace sentir como un cerdo en un corral.

—¡No quiero!

—¡Berenice! —insiste.

Me levanto con resignación y bajo las gradas para quedar frente a ella.

—No digas mi nombre a los cuatro vientos. Odio cómo suena.

Sofía saca un diminuto espejo de su bolso, algo tan ridículo que no puedo evitar arrugar la cara.

—¿Qué haces?

—A ver, Berenice —dice mientras se aplica un pintalabios rojo brillante—. Las chicas deben lucir bonitas. Maquillarse, vestirse bien, usar zapatos que destaquen.

La observo. Shorts ajustados, una sudadera que deja al descubierto su cintura, maquillaje impecable y su cabello... no hablemos de su cabello. Está perfecto.

Y yo... mejor no entremos en detalles.

Otra vez las comparaciones.

—Mhm —es todo lo que consigo murmurar mientras la miro de reojo.

Supongo que soy de ese raro 0% de mujeres que odia el maquillaje y la ropa bonita. Mientras más desapercibida pase, mejor.

—Si tan solo Julie y yo pudiéramos arreglarte, seguro tendrías chicos detrás de ti. No serías una momia andante.

—Lo dudo —murmuro sin convicción.

Mis ojos vagan hacia el campo de fútbol. Allí está él: Félix. Todo en su rostro parece sacado de un sueño. Su cabello negro siempre parece peinado por el viento perfecto, y cuando sonríe... es como si el mundo tuviera sentido.

Él nunca me miraría.

—Deja de mirarlo como una tonta —dice Sofía—. Se dará cuenta.

Una chica del equipo de porristas se le acerca con una botella de agua, y él la acepta con una sonrisa encantadora.

¿Por qué no puedo ser como ella? ¿Por qué no puedo caminar hasta Félix y decirle lo que siento?

—Al menos lo admiro de lejos. Con eso me basta.

—Si te gusta, díselo. No tienes que guardar tus sentimientos.

No lo entenderías, Sofía.

—Las chicas como yo no tienen oportunidad con chicos como Félix.

—Si nunca te arriesgas, no lo sabrás.

Mentira. Sofía lo dice porque es bonita, porque tiene un novio perfecto. Nunca entendería lo que es ser yo.

El balón llega como un rayo. No hay aviso, no hay tiempo para moverme. Siento el golpe en la frente como un trueno, y el mundo se tambalea a mi alrededor.

—¡Berenice! —escucho a Sofía gritar, pero su voz parece lejana.

Cuando abro los ojos, él está allí. Félix. Sus ojos color miel me miran con una mezcla de preocupación y vergüenza.

—¿Estás bien?

Mi corazón se detiene. Esa voz... nunca había estado tan cerca de mí.

Levanto la mirada y ahí está, ofreciéndome su mano.

Es esto real.

Tomo su mano, y por un instante, todo parece perfecto.

—Lo siento —dice con una sonrisa breve antes de darse la vuelta y regresar al juego.

Me quedo allí, paralizada, ignorando los reclamos de Sofía. Félix me miró. Félix me tocó.

Es lo mejor que me ha pasado en toda mi vida.

(...)

En casa, el aire es pesado. Mamá está sentada en el sofá, rodeada de botellas vacías. Su mirada es una mezcla de frustración y aburrimiento, y su sola presencia me llena de ansiedad.

—Berenice —su voz es como un látigo.

—¿Sí, mamá?

—¿Me trajiste mis cervezas?

Mierda.

—Se... se me olvidó.

Ella se levanta del sofá, con los labios apretados y el cinturón en mano.

—¡¿Para qué sirve tener una hija si ni siquiera puede hacer algo bien?!

No llores. No llores.

—Lo siento, mamá.

—¡Eso no me sirve de nada!

El dolor es inmediato, pero no tanto como las palabras que me lanza una y otra vez.

"Eres inútil."
"Eres un estorbo."

Quiero gritarle que se detenga, pero las palabras se quedan atrapadas en mi garganta.

Quizás todo el mundo tiene su propia dosis de infelicidad.

O tal vez eso solo le pasa a las chicas como yo.

Esa noche, al cerrar los ojos, el calor de la mano de Félix aún está en mi piel.

Por primera vez en mucho tiempo, deseo algo más que solo dolor.




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