También te puedes enamorar en silencio, ver su sonrisa, su actitud y al solo mirar sus ojos tu corazón se acelera.
Es lo más difícil que hay: enamorarte en silencio.
Hay un sufrimiento constante detrás, noches sin dormir pensando en cómo podrías llamar su atención. Te aferras a pequeños momentos insignificantes, como una sonrisa casual, un saludo distraído. Por unas simples palabras que diga, tu día mejora. Crees, por un instante, que todo va a estar bien, que en algún punto esa persona se dará cuenta de tus sentimientos.
Porque conservas una leve esperanza de que, al final: te vea.
Por primera vez en mi vida, sentía que podía hacer todo.
Esa mañana me levanté adolorida, con la frente aún sensible por el golpe, pero con el corazón liviano. Félix me había mirado toda la semana. Tal vez eran miradas fugaces, apenas un segundo entre jugadas, pero eso era suficiente para mí.
Eso me hacía una chica afortunada.
No cualquiera tiene la dicha de que Félix te mire.
El día transcurrió con la misma rutina de siempre. Sofía parloteaba sobre sus cosas, Julie la seguía el juego, y yo caminaba detrás de ellas, como siempre, invisible. Pero no me importaba. No hoy.
—¡Chicas! —la voz de Julie me sacó de mis pensamientos. Su tono tenía esa emoción aguda que anuncia algo importante.
Sofía y yo giramos la cabeza al unísono.
—Estoy saliendo con Félix.
Sentí cómo el aire abandonaba mis pulmones.
No.
Ella sabe que me gusta Félix desde hace años.
—¿Qué? —mi voz fue apenas un susurro.
—¡Felicidades! —exclamó Sofía antes de abrazarla por los hombros. Matt, su novio, que estaba a unos pasos, lanzó una carcajada.
Ellos eran perfectos. Sofía y Matt. Julie y Félix.
Y yo... yo solo estaba allí, tratando de encontrar algo que decir.
—Felicidades —murmuré, forzando una sonrisa que dolía más que cualquier golpe.
Julie no pareció notar mi incomodidad. Estaba demasiado ocupada contándonos cómo Félix le pidió salir, cómo le sonrió de esa forma que te hace sentir especial. La forma en que él te ve cuando estás en su mundo, y todo lo demás desaparece.
Lo sé. Sé cómo Félix mira. Pero no a mí. Nunca a mí.
Mientras ellas reían, yo clavé los ojos en el suelo. Las palabras de Julie resonaban como campanas en mi cabeza, cada una más fuerte que la anterior.
Estoy saliendo con Félix.
Sofía, siempre directa, notó mi silencio.
—Ay, Berenice, no te pongas así.
—¿Así cómo? —pregunté, intentando sonar casual, aunque mi voz se quebraba.
—Ya sabes... rara. Esto no tiene por qué ser un drama.
—¿Un drama? —la miré incrédula, sintiendo cómo una presión ardía en mi pecho.
—Pues sí. O sea, Félix nunca te ha mirado, ¿o me equivoco? —dijo, encogiéndose de hombros como si acabara de resolver un problema matemático.
Julie rió nerviosa, pero no lo negó.
—Mira, no es por ser mala, pero... —Julie me miró con algo que parecía compasión, aunque sabía que no lo era realmente— Félix y yo encajamos. Tú sabes, es como... natural.
Natural.
Ellas seguían hablando, pero sus palabras se desvanecieron. Todo lo que podía oír era el eco en mi cabeza.
"Félix nunca te ha mirado."
Mis manos temblaban mientras intentaba mantener la calma.
—¿Sabías que a Berenice le gusta Félix? —preguntó Sofía de repente, como si estuviera comentando el clima.
—¿En serio? —Julie alzó las cejas con sorpresa, aunque no parecía muy afectada. Luego se encogió de hombros—. Bueno, Félix no es de esos chicos que... ya sabes, buscan algo como...
Algo como yo.
Ni siquiera necesitó terminar la frase. Yo entendía perfectamente.
—No tiene sentido que te molestes, Berenice —continuó Sofía, como si estuviera hablando con una niña pequeña—. Esto es lo mejor para todos. Félix nunca te habría elegido, pero al menos ahora puedes seguir adelante.
Seguir adelante.
Eso lo decían como si fuera algo sencillo. Como si mis sentimientos fueran una cosa que pudiera dejar en un cajón y olvidarme de ellos.
Quise decir algo, gritarles, pero las palabras se ahogaron en mi garganta.
—Claro —murmuré al final, con la misma sonrisa falsa de siempre—. Claro, tienen razón.
Ellas siguieron hablando, planeando la próxima cita doble entre Julie y Félix, Sofía y Matt. Se reían, brillaban, como si el mundo estuviera hecho para ellas.
Y yo... yo solo estaba allí, tratando de no derrumbarme frente a ellas.