Las chicas que nadie elige

6

Nunca cambies una buena amiga, por alguien que finge serlo

La cafetería estaba llena, como siempre. El olor a café recién hecho se mezclaba con el sonido de charlas animadas, risas y el tintinear de bandejas y cucharas. Me sentía pequeña en ese espacio, un punto casi insignificante entre tantas voces y caras sonrientes.

Estaba sentada en una mesa con Nia, Bella y Hope. Las últimas semanas habían estado llenas de nuestras reuniones en la biblioteca. Eran mi refugio, mi seguridad, el único lugar donde sentía que podía ser yo sin juicios, sin comparaciones. Aquí, entre ellas, me sentía cómoda, por primera vez en mucho tiempo.

—Espero que el examen de matemáticas sea fácil —dijo Hope, removiendo su café con una pajilla.

—Seguro estará bien —respondió Bella, con su sonrisa amplia y segura, que siempre me hacía sentir como si todo estuviera bien.

Estábamos a punto de volver a nuestras charlas cuando escuché una voz familiar, aguda, imposible de ignorar.

—¡Berenice! —la voz de Sofía sonó a través del aire como un disparo. Me sobresalté, mirando hacia la puerta.

Allí estaban ellas: Sofía, Julie y un grupo de chicas y chicos que sonaban como si estuvieran en un mundo completamente diferente. Eran las personas con quienes había compartido mi vida de otra manera. Mis antiguas amigas, con sus sonrisas perfectas, sus trajes impecables y sus mundos que siempre parecían estar llenos de luz.

Mis manos temblaron ligeramente. No quería ir allí. No, no ahora. Pero mis nervios estaban en el filo de una decisión. Algo dentro de mí me presionaba.

—¡Berenice! —volvió a llamarme Sofía, con una sonrisa llena de energía y ese tono inconfundible que me hacía sentir como una niña asustada.

Mis amigas me miraron de reojo, conscientes de lo que sucedía. Hope se inclinó un poco hacia adelante, sus gafas reflejando la luz de una lámpara.

—No vayas —murmuró Hope con un tono suave, casi imperceptible, pero lleno de preocupación.

Mi pecho se sentía apretado. La presión de la mirada de Sofía, el eco de mis propios miedos, se sintieron como una corriente eléctrica en mis venas. ¿Por qué tenía que ser tan difícil? Mis viejas amigas representaban algo que me hacía sentir como si estuviera atrapada: nostalgia, inseguridad, el temor constante a no encajar.

Y entonces, sin darme el tiempo de pensar más, me levanté.

—Voy a saludarlas —murmuré, intentando sonar casual, aunque mi voz salió rota, temblorosa.

Mis amigas intercambiaron miradas entre sí, pero no dijeron nada. No me detuvieron.

Me sentí como si estuviera caminando hacia mi propia condena cuando me dirigí hacia el grupo de Sofía. Mis pasos se sintieron pesados, cada uno más difícil que el anterior, hasta que estuve frente a ellas.

—¡Hola! —intenté que mi voz sonara normal. Sofía y Julie sonrieron de inmediato.

—¡Berenice! —exclamó Sofía, abrazándome de manera espontánea. Era el tipo de abrazo que parecía natural, pero que a mí me desgarró por dentro. Julie sonreía de manera más contenida, mientras miraba con curiosidad.

—No las he visto en un tiempo —continué, tratando de no dejar que mis nervios me traicionaran.

—¡Claro! Siempre estás ocupada con tu mundo, ¿no? —dijo Sofía con esa sonrisa que se sentía demasiado alegre para mi corazón.

Yo asentí, sintiendo que me hundía en una corriente que no podía detener. Cada risa de ellos, cada gesto de confianza, me sentía como una daga.

De repente, pude ver las miradas de las chicas de la otra mesa, las de Nia, Bella y Hope. Estaban allí, a una distancia que se sentía como un abismo. Sus sonrisas se habían desvanecido, reemplazadas por algo que no podía identificar, pero que era claro: decepción.

Me sentí como un monstruo, como si les hubiera fallado, como si me hubiera traicionado.

—Bueno, ahí las dejo —dije con un esfuerzo, intentando salir de la conversación. Mis palabras sonaron vacías, pero no me atreví a quedarme más tiempo.

Regresé hacia la otra mesa con el pecho pesado, con la sensación de estar deseando volver al lugar seguro donde solía estar. Mis manos seguían temblando.

Al llegar, mis amigas me miraron en silencio. Nia no dijo nada, pero pude ver en sus ojos ese pequeño destello de decepción.

—¿Estás bien? —preguntó Bella con una sonrisa preocupada.

No respondí. No podía responder. Solo asentí con la cabeza y traté de mantener la sonrisa en mi rostro. Pero no me sentía bien. Me sentía rota, sola, y más perdida que nunca.

La cafetería seguía con sus ruidos, sus charlas y sus sonrisas, pero sentía que algo se había quebrado en mí.

Tal vez no podría volver atrás.




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