Las chicas que nadie elige

8

El respeto que nos debemos

La biblioteca estaba en silencio, excepto por el suave crujir de las páginas y el repiqueteo de los dedos de Nia contra el teclado de su computadora portátil. Habíamos pasado gran parte de la tarde trabajando en ideas para nuestro segundo blog, algo que había nacido espontáneamente pero que ya sentíamos como una parte importante de nosotras.

Bella había traído un termo de té, que compartía con Hope mientras revisábamos los últimos borradores. Sin embargo, Hope apenas había dicho nada en todo el rato. Jugaba con su lápiz, girándolo entre los dedos, con una expresión ausente que no me gustaba nada.

Finalmente, me decidí a preguntar.

—Hope, ¿todo bien?

Ella parpadeó, como si la hubiera sacado de un trance, y dejó el lápiz sobre la mesa.

—Sí, sí... bueno, no lo sé —murmuró, bajando la mirada hacia el cuaderno frente a ella.

Nia, que estaba concentrada escribiendo, alzó la cabeza, y Bella se inclinó hacia Hope con el ceño fruncido.

—¿Qué pasó? —preguntó Bella.

Hope suspiró ajustando sus gafas, como si estuviera reuniendo fuerzas para hablar.

—Es Austin. Hemos estado hablando mucho últimamente.

Hubo un instante de silencio, pero todas estábamos atentas.

—¿Y eso es malo? —preguntó Nia, arqueando una ceja.

—No es malo, pero... hay cosas que me molestan un poco.

—¿Cómo qué? —presioné, sintiendo un nudo en el estómago. Ya sabía que algo no iba bien con él.

Hope se revolvió en su asiento, como si quisiera desaparecer.

—A veces es muy... insistente. Si no le respondo rápido, se molesta. Y ayer me dijo que no le gustaba que saliera tanto con ustedes, que deberíamos pasar más tiempo solos.

Bella dejó escapar un jadeo.

—¿Te dijo eso?

Hope asintió, y luego se apresuró a añadir:

—Pero seguro lo dijo sin pensar. Sé que no lo dijo en serio, y no quiero hacerlo sentir mal.

Fruncí el ceño. Había algo en su tono, en la forma en que se esforzaba por justificarlo, que me encendió una alarma.

—¿Le has dicho cómo te sientes? —pregunté.

Hope negó con la cabeza.

—No quiero asustarlo. Apenas estamos empezando, y no quiero arruinarlo.

La frustración se acumuló en mi pecho como una presión insoportable.

—¿Arruinarlo? —solté, tal vez más fuerte de lo que pretendía—. Hope, él no debería hacerte sentir así. Si hay algo que te molesta, tienes derecho a decirlo.

—Pero... —Hope empezó, pero yo la interrumpí.

—No hay "peros". No puedes dejar que alguien te diga qué hacer o con quién estar. El respeto por ti misma debe ser más fuerte que tu deseo por sentirte amada.

Nia y Bella intercambiaron miradas, incómodas con la tensión que comenzaba a formarse en el aire.

Hope me miró como si acabara de golpearla.

—¡Austin no me está faltando el respeto! —dijo, levantando la voz por primera vez.

—¿De verdad? —repliqué, cruzando los brazos—. Porque desde aquí parece que sí.

Se levantó de golpe, haciendo que su silla chirriara.

—No lo conoces, Berenice. No sabes cómo es realmente.

—No necesito conocerlo para saber que nadie debería hacerte sentir culpable por ser tú misma.

Hope apretó los labios, sus ojos brillando con algo entre enojo y vergüenza.

—¿Sabes qué? Tal vez tú no entiendes lo que es que alguien te elija. No todos somos tan duros como tú, Berenice.

Su comentario fue como un golpe. Sentí las palabras clavarse profundamente, pero no dejé que mi expresión se rompiera.

—Tener a alguien no significa perderte a ti misma, Hope.

Ella no respondió. Agarró su mochila con un movimiento brusco y salió de la biblioteca, dejándonos a las tres en un incómodo silencio.

Bella suspiró, mirando la puerta por donde Hope había salido.

—No debiste ser tan dura con ella.

—No fui dura. Fui honesta —respondí, aunque sentía un nudo de culpa en el estómago.

Nia cerró su laptop con un movimiento firme y me miró directamente.

—Berenice, a veces la honestidad duele más de lo que ayuda.

No respondí. En lugar de eso, miré la pantalla de mi computadora, donde había escrito el título de nuestro nuevo blog:

El respeto por ti misma debe ser más fuerte que tu deseo por sentirte amada.

Lo leí una y otra vez, preguntándome si realmente había hecho lo correcto.

El eco de los pasos de Hope al salir de la biblioteca aún resonaba en mi mente mientras caminaba por el centro comercial. Mi pecho seguía tenso; no podía dejar de pensar en cómo mi consejo había salido tan mal.

¿Debería haberme callado? ¿Habría sido mejor quedarme al margen, como siempre hacía?

Entre pensamientos, me di cuenta de que estaba vagando sin rumbo, con las manos metidas en los bolsillos de mi chaqueta y la cabeza baja. Las luces brillantes y la música navideña eran un contraste incómodo con mi ánimo.

Decidí entrar en una librería para distraerme. El olor a papel y tinta me tranquilizaba un poco, pero ni siquiera los libros, que normalmente eran mi refugio, podían ahuyentar los ecos de mi conversación con Hope. Mi mente seguía girando en torno a las palabras que había dicho y cómo, tal vez, podrían haber sido menos duras.

Salí de la tienda con las manos vacías, perdida en mis pensamientos, cuando sentí un empujón que me sacó de balance.

—¡Mira por dónde vas! —dijo una voz burlona detrás de mí.

Mis piernas cedieron, y antes de darme cuenta, estaba en el suelo. Las pocas cosas que llevaba en las manos cayeron a mi alrededor, desparramadas como mi dignidad.

—Vaya, una chica invisible hizo una aparición —se burló otro chico, riéndose mientras me señalaba.

Mi cara se calentó al instante, no de enojo, sino de vergüenza. Quise levantarme rápidamente, pero mis manos temblaban al tratar de recoger mis cosas.

—¿Qué haces aquí sola? ¿No tienes amigos? —preguntó uno, inclinándose un poco hacia mí con una sonrisa cruel.




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