La confianza en nosotras mismas reside en la capacidad para creer en que podemos hacerlo sin importar las opiniones ajenas
La mañana era fresca y tranquila mientras caminaba hacia la escuela. Mis audífonos estaban puestos, pero no estaba escuchando nada. Era más un escudo, una excusa para evitar el contacto con el mundo mientras mi mente vagaba entre pensamientos.
Me preguntaba si Hope estaría de mejor humor o si las cosas entre nosotras seguirían algo tensas. También estaba la mudanza de anoche y, sobre todo, Matteo.
Aún no podía creerlo.
El aire se sentía más frío de lo normal, pero la caminata servía para calmar mis nervios. O eso pensé, hasta que lo vi.
Matteo estaba parado a unos metros más adelante, recargado contra un poste de luz con una sonrisa despreocupada. Mis pasos se detuvieron por un instante, el tiempo suficiente para que él notara mi presencia y alzara la mano en un saludo casual.
—¡Berenice! —me llamó con esa voz que parecía demasiado segura de sí misma.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Era temprano, aún no había demasiada gente en la calle, pero me sentí como si todos los ojos estuvieran sobre nosotros.
—Buenos días —dijo mientras se acercaba. Llevaba una mochila cruzada sobre un hombro y su cabello estaba ligeramente despeinado, como si acabara de levantarse.
—Ho-hola —balbuceé, maldiciendo internamente lo torpe que sonaba.
Matteo sonrió, como si mi incomodidad no le molestara en absoluto.
—Así que vamos a ser vecinos, ¿eh? ¿Sabes? Me pareció haberte visto anoche desde mi ventana, pero no estaba seguro.
¿Lo había notado? ¿Cuánto había visto?
—Sí, vi la mudanza —respondí rápidamente, tratando de sonar casual mientras sentía cómo el calor subía por mis mejillas.
—¿Siempre eres tan observadora? —bromeó, levantando una ceja con diversión.
Negué con la cabeza, pero no pude evitar soltar una risa nerviosa.
—No... no mucho.
Él comenzó a caminar junto a mí, igualando mi paso sin problemas. Cada movimiento suyo parecía tan natural, mientras yo apenas podía recordar cómo coordinar mis piernas para no tropezar.
—Es genial que estemos tan cerca. No conozco a nadie más por aquí —dijo, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta—. Y además, ahora no tendré que preocuparme por perderme el primer día.
—¿Vas a mi escuela? —pregunté, sorprendida.
—Sí. Me inscribieron la semana pasada. Espero que no sea demasiado complicado hacer nuevos amigos. Aunque... —hizo una pausa, mirándome con una expresión amistosa—, ya tengo al menos una conocida, ¿no?
El corazón me dio un vuelco. ¿"Conocida"? ¿Me veía como alguien normal?
—Supongo —respondí en voz baja, mirando al suelo.
—¿Sabes? Me gusta como eres —Matteo sonrió de nuevo, y esta vez sentí cómo mi garganta se secaba.
—Gracias —murmuré, sin saber qué más decir.
El resto del camino, Matteo continuó hablando, contándome anécdotas sobre la mudanza y sus viejos amigos. Yo asentía de vez en cuando, intentando no parecer tan incómoda, aunque por dentro sentía que mi timidez estaba ganando la batalla.
Cuando llegamos a la entrada de la escuela, él se detuvo y se giró hacia mí.
—Nos vemos dentro, ¿sí? —dijo con una sonrisa antes de entrar al edificio.
Lo observé alejarse, todavía sin creer lo que acababa de suceder. Un chico como Matteo, guapo, seguro, amable... ¿cómo podía hablarme como si yo fuera alguien importante?
Me apoyé contra una de las paredes del pasillo y respiré hondo. Mi corazón seguía latiendo con fuerza, y no estaba segura de sí era por los nervios o porque, por primera vez, algo bueno parecía estar sucediendo en mi vida.
La cafetería estaba más llena de lo habitual, pero conseguimos una mesa junto a la ventana. El sol entraba cálido y agradable, contrastando con el frío del aire acondicionado. Bella revolvía su bebida con nerviosismo, mirando su taza como si esta tuviera todas las respuestas a sus dudas.
—Chicas, tengo que contarles algo —dijo al fin, rompiendo el silencio.
Hope y yo dejamos de discutir sobre el mejor sabor de galletas, mientras Nia alzaba una ceja, curiosa.
—¿Qué pasa? —pregunté, inclinándome hacia ella.
Bella respiró hondo, como si estuviera a punto de saltar de un precipicio.
—He estado escribiéndome con alguien por redes.
Hope dejó escapar un pequeño grito de emoción, mientras Nia y yo nos miramos sorprendidas.
—¡Cuéntalo todo! —exigió Hope, completamente entusiasmada.
Bella se sonrojó hasta las orejas y jugueteó con su cuchara.
—Es un chico que conocí en un foro de literatura hace unos meses. Empezamos hablando de libros, y luego seguimos en privado. Es... muy lindo y amable. Me hace reír mucho.
—¡Bella, eso es genial! —dije con una sonrisa, aunque noté que su expresión no reflejaba la emoción que esperaba.
—Sí, pero... ahora quiere que nos veamos en persona.
La confesión cayó como una bomba en la mesa. Nia dejó de mirar su teléfono y se concentró en Bella, mientras Hope abría los ojos como platos.
—¿Y eso te preocupa? —preguntó Nia con un tono tranquilo, como siempre.
Bella asintió rápidamente.
—No sé si debería hacerlo. ¿Y si no le gusto? —bajó la mirada, su voz temblorosa—. Ya saben cómo soy.
Mis manos se apretaron alrededor de mi taza. Sabía lo difícil que era enfrentar esas inseguridades, pero escuchar a Bella decirlo en voz alta me dolía más de lo que esperaba.
—Bella —dije suavemente—, si este chico te ha estado escribiendo tanto tiempo, es porque ya le gustas. Lo que eres, lo que piensas, lo que dices...
—Pero no me ha visto en persona —interrumpió ella—. Las fotos son diferentes, y la pantalla también.
—Eso no significa que no le vayas a gustar igual —añadió Hope con convicción—. Además, ¡si no le gustas, pues se lo pierde! Tú eres increíble.
Bella sonrió débilmente, pero su ansiedad seguía escrita en su rostro.