Las chicas que nadie elige

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Quizás solo debamos darnos una oportunidad y dejar de pensar que las personas nos odian

Estábamos todas en nuestro rincón favorito de la biblioteca. Ese pequeño espacio apartado, con mesas de madera, estantes de libros que se sentían como un refugio y el aroma único de papel y café.

La luz de la tarde se colaba por la ventana cercana, proyectando un brillo dorado sobre las páginas de los libros y nuestros rostros. Estábamos trabajando en nuestro nuevo blog, titulado: "Cosas que nunca debes permitir que te hagan los chicos", una iniciativa que esperábamos inspirar y proteger a otras chicas de situaciones que todas temíamos enfrentar.

Estábamos enfocadas, cada una con sus ideas, hasta que Bella cerró su computadora con un gesto decidido. Nos miró con una mezcla de nerviosismo y emoción, y su voz rompió el silencio que habíamos estado compartiendo.

—Chicas... —comenzó, con la voz temblorosa—. Me voy a atrever a conocerlo en persona.

Nos quedamos en silencio por un momento, sorprendidas. La frase nos tomó por sorpresa, pero pronto sentimos un impulso de emoción. Bella tenía una sonrisa tímida, pero se veía decidida, como si realmente estuviera decidida a enfrentar ese pequeño miedo interno.

—¿En serio? —preguntó Nia, con los ojos muy abiertos.

—Sí. No quiero seguir imaginándome cómo sería si me atreviera. Así que voy a dar este paso. Voy a enfrentar esto —dijo Bella, con una seguridad que la hacía brillar.

Las chicas intercambiamos miradas de emoción, y la energía en el aire cambió por completo. Estábamos felices por ella, apoyándola con cada fibra de nuestro ser.

—¡Bella, estás muy valiente! —exclamó Hope, con una sonrisa enorme y entusiasta.

—Sí, Bella, lo estás —añadió Nia con una sonrisa, apoyando sus manos en la mesa como si estuviera dándole más fuerza a sus palabras.

La emoción era contagiosa. Nos miramos todas y no pudimos evitar un pequeño grito de felicidad, un instante de esperanza y de valentía compartida.

De repente, Hope miró hacia afuera por la ventana, con el ceño ligeramente fruncido. Algo en su expresión nos hizo prestarle atención.

—Chicas... —comentó con un tono de voz suave pero firme—. He dejado de hablar con Austin.

Nos quedamos en silencio nuevamente. Sus palabras fueron como un pequeño susurro, pero lo suficientemente fuertes para que nos llegaran.

—Lo dejé. Estaba empezando a darme cuenta de que me sentía insegura, de que pasaba más tiempo esperando que él me respondiera que viviendo mi propio día a día. Reflexioné sobre todo lo que me hizo pasar y decidí que era mejor soltar. Ya no quiero aferrarme a algo que solo me hace llorar —dijo, con una mezcla de tristeza y paz en su voz.

Nos miramos entre nosotras, un poco confundidas pero también entendiendo lo que estaba pasando. Esperábamos una reacción más negativa, pero lo que nos dio fue un susurro de paz.

—Te entendemos, Hope —dijo Bella suavemente—. A veces necesitamos dejar ir cosas para sentirnos libres.

Hope sonrió tímidamente.

—Quiero disculparme por todo lo que pasó. Estuve distante, confundida, y no me di cuenta de cuánto afectó a las demás. Pero ahora estoy mejor, y quiero avanzar —agregó con una honestidad que nos tocó a todas.

Nos miramos nuevamente, compartiendo una conexión única, esa que solo ocurre cuando el amor propio y el apoyo mutuo se entrelazan.

Sin darnos cuenta, todas nos levantamos de las sillas para acercarnos y abrazarnos. Era ese momento: el momento en el que las palabras se sentían como un refugio y el amor de amistad se sentía tan fuerte que no hacía falta decir más.

Nos abrazamos todas, sintiendo ese pequeño "estamos juntas" en cada movimiento.

—Te queremos, Hope —susurró Nia.

—Gracias por abrir tu corazón —dijo Bella con una sonrisa cálida.

—Siempre estaremos aquí para ti —agregue, tratando de ser fuerte aunque sentía lo mismo por dentro.

Nos soltamos del abrazo, con una sonrisa más firme. Era el tipo de momentos que no se necesitaban analizar; solo se sentían, y se entendían.

Nos quedamos un poco más en ese rincón, compartiendo silencios cómodos y el sonido de las páginas de los libros moviéndose con la brisa de la tarde que se colaba por las ventanas.

Tal vez la vida no era tan fácil. Tal vez aún nos enfrentábamos a nuestras propias inseguridades, pero nos sentíamos listas para enfrentar lo que viniera, siempre juntas.

Me sentía mal por cómo me había comportado con Matteo la última vez, y sentía que tenía que hacer algo para remediarlo. No podía seguir siendo tan distante y cerrarme, especialmente cuando él parecía tan atento y amable. Decidí que iría a su casa para disculparme, y llevaría algo que me ayudaría a romper el hielo: unas galletas caseras que intenté hacer especialmente para él.

Las preparé yo misma, aunque no salieron tan bien como esperaba. Aun así, las metí en una caja de cartón con una nota que simplemente decía: "Perdón por lo que pasó. Espero que me puedas entender." No me sentía completamente segura, pero al menos lo intentaría.

Me vestí rápidamente, tomé las galletas y salí de casa con una mezcla de miedo y esperanza en el pecho. Al llegar a la calle, pude ver su casa. Era una vivienda sencilla, pero se veía muy ordenada y bien cuidada. Sentía cómo mi corazón aceleraba cada vez más mientras me acercaba a su puerta.

Toqué el timbre con manos temblorosas. Esperé unos segundos que se sintieron como una eternidad hasta que escuché unos pasos dentro de la casa. Luego, Matteo apareció en el umbral de la puerta, sonriendo ampliamente al verme.

—¡Hola! —dijo con una sonrisa cálida. Sus ojos eran brillantes, amables, y me hicieron sentir aún más nerviosa.

—Hola... —dije, tratando de mantener mi voz firme—. Te traje algo... quería disculparme por todo.

Extendí la caja con las galletas caseras, sintiendo mi nerviosismo como una presión en la garganta. Por un momento, me sentí como una tonta.




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