Nadie habla de las chicas que nadie elige y no porque ellas quieran, sino que nunca una persona ha intentado lo mínimo que alguien pueda hacer para enamorarla
La biblioteca estaba más silenciosa que nunca, como si incluso los libros supieran que algo estaba a punto de cambiar. Nos sentamos en nuestro rincón, ese que nos había visto crecer juntas. El mensaje de cerrar el blog seguía pesando sobre nosotras, pero habíamos decidido no rendirnos todavía.
—Tal vez sea una señal —dijo Nia, acomodándose las gafas—. A veces las cosas terminan porque es hora de empezar algo nuevo.
—¿Nuevo? —Hope resopló, aunque ya no con la amargura de antes—. ¿Cómo qué? ¿Un club de bordado?
—Podríamos empezar un canal de videos, pero soy pésima frente a las cámaras —bromeó Bella, y todas reímos.
Mientras las demás hablaban, mi mirada vagó por los estantes cercanos. Algo me llamó la atención: un cuaderno de tapas gastadas y bordes deshilachados, apenas visible entre los libros. Me levanté sin decir nada, guiada por una curiosidad inexplicable.
Al tomarlo, sentí su peso distinto, como si estuviera lleno de secretos. En la portada, en una caligrafía elegante, se leía:
"La voz que nadie escuchó".
—Chicas, miren esto —dije, volviendo al rincón.
Las demás se inclinaron mientras yo abría el cuaderno. Era un diario, lleno de pensamientos, emociones y pequeñas anécdotas de alguien que había usado ese mismo rincón hace muchos años.
"Soy Annabelle," comenzaba la primera página, "y este rincón es el único lugar donde me siento visible."
A medida que leíamos, Annabelle nos contaba su lucha con sentirse invisible, cómo encontró refugio en la biblioteca y cómo, poco a poco, aprendió a valorarse. Sus palabras estaban llenas de dolor, pero también de esperanza. Incluso había escrito poemas y cartas que nunca envió.
—Es como si fuéramos nosotras, pero en otro tiempo —susurró Hope, con los ojos brillando de emoción.
Una página en particular me dejó helada. Decía:
"No importa cuántos intenten silenciarte. Siempre habrá alguien dispuesto a escucharte, incluso si esa persona eres tú misma."
Nos quedamos en silencio, procesando esas palabras. Luego, Bella habló con una determinación que nunca le había visto.
—No podemos cerrar el blog. No ahora. No después de esto.
Nia asintió, y Hope, después de un momento, también.
—Annabelle nos encontró por algo. Este no es el final. Es un nuevo comienzo.
Tomamos una foto del diario, con cuidado de no dañarlo, y escribimos juntas una nueva entrada para el blog:
"A todas las Annabelles del mundo: estamos aquí, y te escuchamos. La voz que nadie escuchó será ahora una voz colectiva."
Cuando dejamos la biblioteca esa tarde, algo había cambiado. No solo en el grupo, sino en nosotras mismas. Habíamos encontrado un propósito más grande que un blog o un rincón en una biblioteca.
Decidí tomar los volantes que Matteo me había dado. No fue una decisión fácil; me aterraba pensar en cómo reaccionaría mi madre, pero también sabía que no podía seguir ignorando lo que estaba pasando en casa.
Me pasé horas pensando en cómo decírselo, repasando cada palabra en mi mente, pero nada me preparó para lo que sentí cuando finalmente lo hice.
Esperé a que estuviera sobria, algo que no ocurría muy seguido últimamente. Esa tarde, la encontré en el sofá, mirando la televisión como si todo estuviera bien.
—Mamá, necesito hablar contigo —dije, mi voz apenas un susurro.
—¿Qué pasa ahora? —respondió, sin apartar la vista de la pantalla.
Tomé aire y le extendí los folletos. Mi corazón latía tan rápido que pensé que se me iba a salir del pecho.
—Esto... esto es ayuda. Para nosotras.
Por fin me miró, y la expresión en su rostro pasó de la confusión al enfado en un instante.
—¿Qué es esto? ¿Qué estás insinuando? —su tono era cortante, lleno de rabia.
—Que necesitamos ayuda, mamá —respondí, tratando de mantener la calma, aunque sentía que me desmoronaba por dentro—. No puedes seguir así, y yo no puedo seguir viéndote... viéndote destruirte.
No sé si mis palabras la hirieron o la enfurecieron más, pero su grito llenó la sala.
—¡No necesito ayuda! ¡Esto es una tontería!
Mis manos temblaban, pero no iba a retroceder.
—Si no aceptas, te van a llevar a la cárcel —solté de golpe, y vi cómo su rostro cambiaba.
Por primera vez, pareció entender que hablaba en serio. La rabia en sus ojos fue reemplazada por una mezcla de miedo y orgullo herido.
—¿Qué has hecho, Berenice? —susurró, mirándome como si no me reconociera.
—Intentar que esto no termine peor, mamá. Por favor.
Después de unos largos segundos, tomó los folletos de mi mano, casi arrancándolos.
—No significa que me guste —gruñó mientras los revisaba, su voz llena de resentimiento.
—No tiene que gustarte. Solo tiene que funcionar —le respondí, sintiéndome más fuerte de lo que había imaginado.
La primera vez que asistió a una sesión fue un desastre. Estaba a la defensiva, molesta con todo y todos. Pero después de algunas semanas, algo comenzó a cambiar, aunque fuera apenas perceptible.
No era un final feliz, pero era un comienzo. Por primera vez en mucho tiempo, sentí una chispa de esperanza. Había elegido protegerme, elegir por mí y, al mismo tiempo, darle a ella una oportunidad para cambiar. Aunque el camino sería largo, yo ya no estaba dispuesta a volver atrás.
La tarde estaba despejada, con un cielo anaranjado que parecía sacado de un cuadro. Matteo y yo estábamos sentados en la banca de un parque cercano. Habíamos salido de la biblioteca juntos, como tantas veces en las últimas semanas, pero esta vez el ambiente era distinto.
—¿Sabías que este es mi lugar favorito? —dijo Matteo, señalando el horizonte—. Me gusta venir aquí cuando necesito pensar.
Asentí, pero no dije nada. Sentía su mirada de reojo, y mi corazón empezó a latir más rápido. No entendía por qué me ponía así.