Las Claves Del Indio

XXXI.- FOTOCOPIAS

En las dos puntas del espectro de tipologías de coleccionistas, se ubican, como ya apunté, los que buscan el ejemplar perfecto, sin siquiera un asomo de doblez en el lomo, y los que aceptan revistas escritas y hasta con faltantes de páginas o tapas, que algún día reemplazarán por fotocopias.

Ahora, el atesoramiento de historietas completamente fotocopiadas no entra ya en ninguna categoría, y genera el más absoluto desprecio por parte de cualquier coleccionista.

Sin embargo, algunos que sólo buscábamos rescatar las lecturas de la infancia, y nos convertimos forzadamente -ante la carencia de reediciones serias- en coleccionistas, aunque sin desdeñar ejemplares escritos en la tapa, con sellos, con corrector, rotos, desgastados, con hojas fotocopiadas, sin contratapas, con agujeros del gusanito come-papel, de todo, bah... nosotros, digo, la clase zeta del coleccionismo, tampoco descartábamos la posibilidad de las copias.

Claro que una vez que uno entra en ese mundillo y conoce las reglas de juego, no puede ni siquiera mencionar que alguna vez tuvo una fotocopia de Andanzas o Correrías en sus manos.

Paradójicamente, el archivo digital no es causal de desprestigio y hasta se da el caso de coleccionistas que compran la revista, la escanean y luego la venden. Se me ocurre respecto a la fotocopia –y es apenas una hipótesis- que se trata de papel versus papel. Nuevo y despreciable en un caso, amarillento y valorable en el otro. En cambio lo digital se ubica en un plano distinto, no hay competencia.

Pero apunto a que apenas iniciados los '90, cuando la informática estaba aún en pañales, cuando el equivalente de Mercado Libre era la Segunda Mano, cuando la única posibilidad de contacto con otros fans radicaba en recorrer el Parque con la remera del Indio, y yo leía las Selección de las Mejores en el kiosco del gordo Aloy y me generaba inquietud el recordar vagamente las historias, pero no así, no de la manera en que las leía, sospechando que algún recorte habían hecho… fue entonces, en esa época, digo, que la ansiedad me hizo recurrir a fotocopias.

No puedo recordar cómo llegue hasta un tipo que vivía en los monumentales monoblocks situados al costado de la Autopista Dellepiane, cerca del ominoso Parque Indoamericano y antes de llegar a Lugano, territorio vedado al extranjero por esa época.

Es posible que el contacto haya venido por la Segunda Mano, o por alguno que me pasó el teléfono. Lo más probable sea lo primero.

Era un profesor, cincuentón largo, aparentemente soltero, que vivía en esos departamentos ínfimos con su madre octogenaria y un gato que no se veía, pero se adivinaba por el olor. Había conservado sus colecciones de Andanzas y Correrías de la infancia. En algún momento de desesperación económica, antes de desprenderse de los ejemplares, concibió la idea de desencuadernarlos cuidadosamente, numerar las hojas con lápiz de modo de hacer coincidir dos en anverso y reverso y llevarlos a una fotocopiadora de mucha confianza para tomar como matriz una primera copia y después, facilitado el trabajo, comercializarlas en serie, con una buena ganancia sobre el costo que le insumían, pero a un precio ínfimo comparado con el de los originales.

A él le compré la copia de la uno de Andanzas y varias Correrías bajas, que después, ya ganado por la fiebre del coleccionismo, fui reemplazando por las auténticas.

Pero el del profesor de los monoblocks constituía un caso aislado. Aún aquellos que al igual que yo, eran coleccionistas forzosos, dado que su interés radicaba en las historietas, no en el papel viejo, resistían la idea del intercambio o la comercialización de fotocopias, por el hecho del forzamiento del lomo de la revista (necesario para que la máquina pudiese captar los bordes internos y no saliesen borroneados o negros por filtración de luz). No les gustaba, aun cuando no cultivasen las obsesiones del coleccionista medio, que el ejemplar se deteriorase. Saltaba a la vista que la idea de desmembramiento del profesor había sido un singular producto de la necesidad extrema.

Tuve, sí, en algún momento, sobre finales de los noventa, la posibilidad de obtener copias de las tiras de La Razón, donde aún el protagonista era el antecesor del Padrino.

Había visitado una muestra de homenaje al Indio, de las que periódicamente suelen hacerse para los cumpleaños, en el Centro Cultural Recoleta. Del catálogo saqué el dato del curador. Se trataba de un dibujante de nombre curioso, Elenio Pico. Tomé contacto con él en su estudio de la Avenida Santa Fe, donde conservaba los antiquísimos ejemplares del diario.

El valoraba particularmente esa etapa del Viejo, en la que todavía no aparecía la influencia de Gottfredson. Donde primaban en el trazo las líneas angulosas, en vez de las redondeadas. Yo había acudido a la cita deseoso de ver Andanzas y Correrías y al encontrarme con ese material prehistórico me decepcioné y decliné la oferta de fotocopiar las tiras. Más tarde -cuando terminé coincidiendo con la apreciación de Pico sobre el dibujo del Viejo- me arrepentiría.



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En el texto hay: comic, coleccionista, historietas

Editado: 24.07.2019

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