Las Claves Del Indio

XXXII.- CUEVAS

No todos los cueveros entraron en la variante de vender, una vez que empezó a popularizarse, por Mercado Libre. Es más, lo despreciaban. Ramiro, por ejemplo, el de La Gran Historieta, hablaba pestes del sitio. Así se llamaba su local, en la calle Viamonte. Y también el segundo, en una galería de Rivadavia, pero antes que se convierta en avenida, en esa zona inhóspita de pocas cuadras, entre Cerrito y Paraná. En realidad, el de Viamonte fue su primer local propio, porque antes, cuando lo conocí, compartía un espacio en la Librería Antigua, que como su nombre lo indica era una librería de viejo que estaba cercana al Congreso, en Bartolomé Mitre, casi Montevideo. El socio era un anciano calvo, atildado, con anteojos en la punta de la nariz y modales parcos, parecido a Ezra Winston, el anticuario de Mort Cinder. Él se dedicaba a los libros y Ramiro a las revistas, que ubicaba en una mesa central. Pero después que se separaron, Ezra siguió vendiendo historietas (no las tenía a la vista), aunque a precios imposibles. Un ejemplar bajo de Andanzas o Correrías, cotizaba ahí por lo menos el doble de lo que podía costar en el Parque o en el Club del Cómic. Aunque es justicia decirlo, estaban impecables. Más que de kiosco, de editorial.

Ramiro, en cambio, vendía a precios bajos, pero en estados de conservación muy inferiores. Tenía sí, revistas intactas, claro que con particularidades. Algún obsesivo contemporáneo a la aparición de las primeras Correrías, a los fines que no se estropearan, las había encuadernado de forma casera. Pero en vez de hacerlo con la revista completa, le había pegado encima de la encuadernación la tapa original, recortada. Otra variante, menos depredadora, era la de forrar la revista con un adhesivo plástico transparente. Esos ejemplares de Correrías los conseguí muy baratos por presentar esas características, absolutamente desdeñables para los puristas. Recuerdo ahora el número cinco "Ladrón alado" y el treinta y uno, "Las siete esmeraldas de Isis".

El problema de Ramiro era que no tenía horarios fijos, como La Tonina, de Mar del Plata. Y su calidad de trashumante, además.

El local La Gran Historieta estaba situado al fondo de la planta baja de la galería, en un sector bastante oscuro. Entre las fotocopias de imágenes retro pegadas en la vidriera, se podían adivinar las estanterías de metal con pilas de revistas. En la puerta lucía siempre –estuviese abierto o cerrado- el cartelito de "Enseguida vuelvo". El "enseguida" podían significar dos horas de espera en el bar de la misma galería, que daba a la calle. Un lugar de habitués en el que yo me sentía sapo de otro pozo.

Un día llegué y me encontré con el negocio vacío. Pregunté a los vecinos y en el bar. Nadie supo indicarme paradero. Se me dio entonces por subir al primer piso y cuando vi el local 87, con la vidriera completamente empapelada de tapas de revistas antiguas, pensé que se había mudado dentro de la misma galería. Pero estaba cerrado y no había cartel de "Enseguida vuelvo" ni indicación de horario alguna. En de al lado, el 88, el vidrio en cambio estaba despejado. Parecía una oficina, había un tipo absorto frente a una PC. Le golpeé el vidrio para saber a qué hora abría el otro, levantó la cabeza, me miró y vino a abrir de mala gana. Resultó ser el del 87, que tenía de depósito, pero nada que ver con Ramiro, el de La Gran Historieta. Le pregunté si vendía historietas, me dijo que sí, pero que sólo por internet. Anotó mis búsquedas y me escribió en un papelito su nick como vendedor, para que revisara ahí su material: ALLIPAC. Me sonaba, supongo que habría visto alguna publicación suya en Mercado Libre. Me fui puteándolo por lo bajo.

Tiempo más tarde LOLO, el Rey del Dulce, un coleccionista de La Plata que según declaraba no se metía mucho por internet, pero que se conocía todas las cuevas de Capital, me dio el dato del nuevo local de La Gran Historieta, que en realidad era el viejo, el de la galería de la calle Viamonte. Lo indagué a LOLO, por si me estaba hablando de años atrás. Pero no, su última visita había sido reciente.

No bien pude me llegué hasta ahí y efectivamente me encontré a un Ramiro envejecido y de mal humor. Se quejaba que el mercado del coleccionismo de historietas se estaba enrareciendo por "la basura ésa de internet". Cuando le comento de cuando le había perdido el rastro y fui a parar al local 87 de la otra galería, no me deja terminar. Insulta a ALLIPAC con todas sus ganas y me cuenta que aprovechó su mudanza para sacarle los clientes del Indio. El ladino venía a comprarle esas revistas que antes no trabajaba, y le pedía descuentos para revenderlas con un cincuenta por ciento arriba a los que preguntaban por él en Rivadavia y también a través de Mercado Libre.

-¡ALLIPAC se puso el sátrapa! –escupe sardónico- Capilla… su apellido al revés, ¿te das cuenta?.

Recién ahí, tantísimo tiempo después, caí de donde me sonaba. Me lo había mencionado Orenstein. Capillita –así lo llamaba- había sido empleado suyo. Atendía en la Bond Street y le tenía toda la confianza del mundo, hasta que descubrió una traición imperdonable. No me dijo cuál.



#8126 en Fanfic
#12980 en Thriller

En el texto hay: comic, coleccionista, historietas

Editado: 24.07.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.