Las Claves Del Indio

LVI. REQUIESCAT IN PACE

Expectamus Dominum (Esperamos al Señor), es una frase que reza esculpida en lo alto del frontón de la Recoleta, del lado de adentro, explicando a los que acabaron la visita qué hacían ahí los muertos. La misma frase en latín está situada en el ingreso del cementerio de Zárate. Prefirieron advertirle a los que entran que no es a ellos a quien se aguarda.

Mi papá contaba que, ante su curiosidad por el significado de la frase, un cura se la tradujo como A vos también te esperamos. El cura, o no sabría latín y le mandó cualquiera, o pretendía asustar a los fieles. Mi pobre padre confió en la palabra del cura y vivió siempre con esa amenaza sobre sus hombros. Finalmente, se cumplió.

En el cementerio de Saladillo, en cambio, optaron por el castellano. Pasando el pórtico, en un modesto cartel de chapa, ya oxidado, se lee: Creo en la resurrección de los muertos. Eligieron, además, el singular, no involucrando a todos los que allí reposan. Con buen criterio, porque supongo que debe haber más de un ateo.

Una vez transpuesto el pórtico, de frente a ese cartel, desde las galerías de nichos que se encuentran sobre el muro perimetral, trato de ubicar el cortejo fúnebre entre las abigarradas callejuelas. En un día normal, la altura de las bóvedas, alternadas sin orden con los sepulcros en tierra, me hubiese obstaculizado la tarea. Pero me ayuda la persistente llovizna. Diviso a unas calles de distancia una procesión de paraguas. Negros, por supuesto.

De vuelta del ciber, había comprado una pizza para comer con mi suegro. Sabía que él siempre guarda un par de cervezas en la heladera. Pero por temor a que un rayo se la quemara, la tenía desenchufada desde hacía varias horas. De modo que si la pizza hubiese llegado tan caliente como estaban las cervezas, y éstas tan frías como llegó la pizza, la cena hubiera resultado aceptable.

Le insistí a mi suegro que la tormenta no era eléctrica, que estaba lloviznando apenas, que prendiese el televisor, que la pantalla no iba a estallar en mil pedazos. Lo enchufó, poco convencido. No fue una buena idea, porque enseguida sintonizó el canal de Saladillo, donde pasaban el noticiario.

El programa lo lleva adelante un tipo con unos pocos pelos largos en las sienes, arrastrados y entrecruzados a la vieja usanza sobre la lustrosa calvicie, con el propósito de disimularla. Lee desde una notebook cables informativos que le transmiten vía mail. La mayoría son correos de vecinos, quejándose que en la calle equis hay un pozo o agradeciendo al médico tal o felicitando a cual por su cumpleaños. Cuando se le tilda la conexión, el pelado agarra un ejemplar del Clarín que tiene al lado, y es el turno de las nacionales. Hasta que internet se normaliza y puede volver a las locales, que son las que más concitan el interés de mi suegro. Sobre todo las necrológicas. Es una especie de deporte de las personas mayores. Encuentran cierto deleite en enterarse a quién le tocó antes.

Más concentrado en la singular mecánica de notebook – diario - notebook, que en lo que el pelado decía, yo trataba de adivinar, tomando como indicio la pausa frente al monitor, el momento de transición a las nacionales.

Se lo anticipaba a mi suegro, para chicanearlo, dado que él es muy defensor de la identidad y los valores saladillenses, y en consecuencia un fiel espectador del noticiario.

¡Ahora, nacionales!, le anunciaba, y se fastidiaba no sólo por la burla, sino además por mis aciertos. Pero en una pausa del pelado me equivoqué. No obedecía a la interrupción de internet, sino a la solemnidad del pasaje a los obituarios. Mi suegro me pegó un chistido furioso.

Me desentendí del televisor y me levanté para buscar en la heladera queso y dulce de postre. Estaba en la tarea de retirarlos, cuando una exclamación de mi suegro, me paró en seco:

-¡El Chiquito Cabello, pobre!

Tardé un par de segundos en entender.

-¿Se murió el Chiquito Cabello?

-¿Qué? ¿Vos lo conocías? –interrogó, desconfiado, mi suegro, en la duda que no siguiera burlándome.

-Lo fui a ver una vez…

-Yo sabía que estaba jodido, tuvo una enfermedad larga. Hasta tuvieron que hipotecar la casa, me dijeron. ¿Y por qué lo fuiste a ver, vos?

-Por las revistas…

-Ah, sí. Esas del indio que vos juntás, ¿no? Tenía de todo el Chiquito. Muy charlatán. ¿No te contó de la vez que Moreira se refugió en las tolderías, por esta zona?

Demasiada indiada para un mismo día. Me fui a dormir, pensando que ahora que el Chiquito Cabello pasó a mejor vida, y estando en aprietos económicos, quizá su heredera…



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En el texto hay: comic, coleccionista, historietas

Editado: 24.07.2019

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