Las Claves Del Indio

LXI. EZRA

Ezra Winston, el anticuario de Mort Cinder, emerge del fondo del local desierto de la Librería. Fueron pocas las veces que volví a este lugar, luego que se mudara Ramiro. En realidad lo evitaba, para no alimentar malos pensamientos. En cada visita, si bien encontraba todo lo que se me podía ocurrir, mi deseo quedaba fatalmente insatisfecho, debido a los precios que pretendía Ezra. Ahora estoy preparado. Tengo resto, como cuando voy a las maquinitas, decidido a aguantar lo que haga falta para que los símbolos mayores se detengan en la línea central.

Respondo al saludo cortés. Sé que este tipo de mercader no pierde el tiempo con curiosos, por eso lo más valioso del material no está a la vista. Así que, sin más trámite, pregunto por la dos de Andanzas. Noto que el tono de entendido y el no trasuntar ansiedad alguna, causa una buena impresión en Ezra, que ahora, rápidamente, pasa a evaluar mi solvencia. Duda un momento de mi portafolio. Lo debe imaginar o lleno de billetes, o vacío para la rapiña. Al final parece que apruebo la inspección, porque asiente levemente con la cabeza y, sin decir palabra, me deja solo para sumergirse en las sombras del interior del local. ¡La tiene! Es posible que esté guardada en una caja fuerte, como la de ALLIPAC, porque tarda. Pienso que, de haber traído un revólver, no existiría ocasión más propicia. Empiezo a transpirar, y ni siquiera puedo entretener la espera revisando las Hora Cero, Frontera, Misterix, esparcidas aquí y allá. Se me ocurre que es curioso que, en medio de mi nerviosismo, repare justamente en las creaciones de Osterheld y Breccia... ¿Otro signo del destino? El librero regresa, por fin, con el ejemplar enfundado de la dos. Lo deposita con delicadeza en la palma de su mano y me lo exhibe.

El deslumbramiento que sufriera JUANO, al ver por primera vez esa tapa en Internet, resulta absolutamente entendible. Qué decir del mío, que la tengo enfrente en carne y hueso (papel y tinta, para el caso). Ninguna fotocopia o imagen digital podría hacerle honor. Ahora observo con nitidez que la redondeada entrada de la caverna, con la roca que la obturaba caída en el piso, apenas permite la entrada de claridad externa. La luz no proviene de ese lugar, sino de un extraño haz, amarillo como las letras de la leyenda Las Grandes Andanzas del Indio, que parece generarse allí y, provocando claroscuros, atraviesa oblicuamente la cueva, dirigiéndose a la figura principal, el gigante y monstruoso bebé descubierto, para perderse después entre los laberintos formados por las estalactitas –o estalagmitas, ya que las concreciones calcáreas de la bóveda se unen con las del piso-. En consecuencia, quedan relativizadas las imágenes del Indio y del Padrino, cuyo estupor se remarca por los comunes rayos que brotan de las cabezas. Sus cuerpos están casi fundidos y suspendidos en el aire, mientras que el del Gurí se halla rotundamente plantado. Así, el Viejo destaca la importancia que cobra aquí el descubrimiento del Hermanito, a diferencia de la mayoría de las tapas de Andanzas, donde el protagonismo, obvio, pasa por el Indio. Aunque, en realidad, está ausente el gran personaje de la historia: el Tata, que es quien decidió encerrar al niño en la montaña de los antepasados. Por otra parte, la revista se ve impecable, con el lomo perfecto, como si nadie la hubiera tocado, sin asomo de escrituras ni marcas. Comparándola, el original que me fotocopió Orestein, robado después de la caja fuerte de ALLIPAC, con sus crucecitas rojas, pierde por goleada.

Me abstengo de consultar si está completa, para no provocar la indignación del librero. En cambio, en Mercado Libre, lo haría por chicanear y me contestarían con suficiencia: de kiosco.

Trato que no se transparente demasiado el impacto, y busco un tono frío, de negocios, para preguntar el precio. También profesional, pero con delicadeza de marchand, a diferencia de la grosería habitual de los mercaderes de rubro, Ezra anota en un papelito una cifra y me lo alcanza. Leo: 500. De inmediato, antes que se arrepienta, con una alegría que no me cabe en el cuerpo, sin el menor amague de regateo, fuera de mí, de mis costumbres, desconocido, meto la mano en el bolsillo, saco el fajo de billetes y empiezo a contar.

Me interrumpe un chistido de Ezra. Lo miro. Me está pidiendo con un gesto el papelito. Se lo entrego. Escribe algo. Me lo devuelve. Adelante de 500, agregó el signo U$S.

Ahora sí, es imposible detener el asombro. Es más, lo manifiesto expresamente.

-¿Quinientos dólares?

-O dos mil pesos, si así lo prefiere - cierra el librero, traduciendo implacable la cifra al mercado negro, como la ciento trece de Andanzas.

¿Qué hacer? ¿Abandono acá? ¿Recurro a una estrategia? ¿A cuál, si no puedo sostener ninguna con convicción? La actitud de Ezra con la revista, sumada a una parquedad constitutiva, indica que el precio es inamovible. Está seguro de que lo que sujeta delicadamente en sus manos es una gema, y también que, a pesar de mi disimulo, yo coincido en la valoración. Intento por el lado de las cuotas, citando a Ricardo (a) LOLO, el coleccionista concitadino, como referencia. Ezra ni siquiera lo recuerda. O al menos es lo que dice.



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En el texto hay: comic, coleccionista, historietas

Editado: 24.07.2019

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