Las Claves Del Indio

LXV. RUPTURA

La declaración del traidor de mi suegro fue imposible de remontar.

Se había cruzado en la puerta del departamento con Federica, que huía. Y la prueba de la ínfima y manchada bombacha abandonada en el baño resultó determinante para que Graciela no quisiera escuchar argumento alguno sobre haber sido víctima de los manejos de una drogadicta.

Lo cual es absolutamente veraz, dado que me robó los mil seiscientos pesos que me quedaban. Debí haber aceptado el espurio trato por los dos ejemplares de Correrías, que quedaron en mi poder, pero ahora a un precio desorbitante.

Quedaron en mi poder es una forma de decir, porque en realidad, por el momento, no tengo nada en mi poder. Graciela me echó de casa con lo puesto, acusado de infidelidad. Ni eso pasó, siquiera...

¿Y si lo llamara al concitadino y le contara la doble estafa de su hija? Mejor no correr el riesgo, esa chica es capaz de acusarme de cualquier cosa, y encima no hay que descartar que sea menor de edad. Puedo terminar preso.

La única pertenencia que me queda en la vida, aparte de lo puesto, es el auto. Siguiendo el consejo de un amigo experto en estas lides, nunca permití compartir la titularidad a ninguna mujer. Un auto, en casos extremos como éste, puede servir hasta de vivienda. Quién dice que no esté listo el arreglo... En mis actuales condiciones, no me puedo dar el lujo de tomar un taxi. Así que voy caminando al taller, mientras trato de pergeñar algún invento para evadir el pago. La suerte de algún modo me ayuda: todavía no llegaron los accesorios. Le ruego al conocido de mi conocido, invocando el conocimiento mutuo, que haga cualquier emparche de urgencia para poder usarlo aunque sea un día, y traérselo nuevamente. No hay cosa que les guste más a los mecánicos que el desafío. Éste no parece tener mucho trabajo porque de inmediato se aboca a la patriótica tarea de atar con alambre. Al cabo de dos horas, me lo entrega, con la advertencia que no voy a poder andar con ese arreglo provisorio más que unos cientos de kilómetros. La convicción que tendré que volver, hace que el tallerista no mencione el costo adicional del emparche. Yo parto raudo. Aún con dudas, me dirijo a mi -ex- departamento. Calculo que el tiempo transcurrido puede haber transformado furia en depresión. Conociendo a Graciela no me ilusiono con que revoque la condena, pero intentaré al menos rescatar la ropa, algunos libros de teatro. Y la colección, mi único activo junto con el auto, que en este estado debe valer dos mangos. Levanto unas cajas de cartón en el trayecto. Tengo que correr el riesgo. Más de una vez Graciela amenazó hacer una fogata con mis revistas. Ruego no encontrarme con un incendio en la puerta del edificio.

Graciela, como lo preveía, transita tirada en la cama la etapa del lamento. Mientras empaco, suma llorosa, al reproche de infidelidad, no sé qué historia de que le robé el sello de abogada, que le falsifiqué la firma, que inicié una demanda en su nombre, que para peor de males se enteró porque un tipo que está citado por el juzgado interviniente recién vino y le armó quilombo a ella... Se me cruza por un momento el mail de JUANO, la críptica alusión a la justicia que lo reclamaba, pero no... Un disparate absoluto. Estamos en Feria Judicial, además.

Fue un acierto volver enseguida, dado que a medida que desgrana las quejas, va creciendo en belicosidad... También fue feliz haber previsto lo de las cajas, que me abreviaron enormemente el trámite de embalaje. El traidor de mi ex suegro no volvió a aparecer. Lo supuse encerrado en el baño o internado. Creí haberme salvado de que me reclame la deuda, pero cuando termino de cargar en el baúl el último bulto, lo veo doblar la esquina, con una bolsita de farmacia en la mano. Subo rápido al coche, intentando evadirlo, pero el motor no arranca. Ya lo tengo agachándose sobre la ventanilla. Como le levanto el vidrio, se enoja y empieza a golpear con la bolsita que traía.

-¡Che...! ¿Cuándo me vas a pagar lo que te presté?

Por fin logro arrancar. El espejito retrovisor refleja a mi ex suegro agachado, juntando lo que supongo serán pastillas de carbón, tan negras como las de Orozuz.



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En el texto hay: comic, coleccionista, historietas

Editado: 24.07.2019

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