Las Claves Del Indio

VI. TITULOS

Hacía tiempo que las Correrías, más que las Andanzas, habían empezado a ser importantes para mí. Sin embargo, “El ñandú gigante”, “Las siete esmeraldas de Isis”, “El ojo de gato”, “El tercer ojo de Kali”, “La mujer más gorda del mundo” o “El complejo de los yetis”, pertenecían a un tiempo que no era el mío. Me atraían pero me eran ajenas, lo mismo que las otras del Indio grande, con versitos. No entendía eso de los versitos. Alguien una vez me lo explicó o me mostró alguna de esa época, y así me enteré que hubo un momento en que dejaron de salir con versitos –desde julio del ‘61, la número cincuenta y cinco “La extraña herencia”, eso lo sé ahora- y empezó la modernidad de las "Inéditas!" en la que decidí incluirme y que después fue el pasado en que olvidé la explicación sobre las rimas que comentaban la acción y que supongo eran un remanente de las primeras épocas del lenguaje historietístico, donde no existían los globitos para que los personajes dialogaran y los dibujos sólo eran ilustración de un texto.

Salvo “El ojo de gato”, que un compañero de colegio del centro -al que vuelvo después del largo año de exilio- tenía y me la regaló o se la cambié por otra, todas aquéllas Correrías prehistóricas las había encontrado en el barrio de calles de tierra. Circulaban por ahí, polvorientas, como en algún momento circuló la número dos, y hasta quizá, inclusive, la uno. En ese lugar las revistas no se dejaban tiradas, ni las compraban todos. Tenían un valor que no se traducía en el atesoramiento, ni el cuidado siquiera. Era un valor de lectura. Iban pasando de mano en mano, y no importaba si lo que se leía eran números muy atrasados, casi deshechos por el trajín, bastaba con no haberlos leído y poder así entretenerse durante unos tres cuartos de hora, tiempo de lectura que podían insumir las cien páginas de entonces.

Mi interés creció con “La montaña del trueno”, “La prefabricada”, “El islote del diablo”, “El milagro”, “Suspenso en el ring”, “Carnaval maléfico”, “Juguetes diabólicos”, “Las islas felices”, “Millonario en peligro”, “La risa de la momia”, “¿Quién es quien?”. A todas ésas las leo -o miro los dibujos, no sé si para entonces ya se leer- en la panadería de Boedo y San Juan, donde los primos grandes, de Buenos Aires, las compran, y las guardan en un arcón, que es al primer lugar donde acudo cada vez que mamá me deja en esa casa, para ir a cuidarlo a papá, en alguna de las tantas operaciones. Las leo –o miro los dibujos-, mientras la espero a mamá, mientras mamá lo cuida a papá, siempre lo cuida.



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En el texto hay: comic, coleccionista, historietas

Editado: 24.07.2019

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