Las Claves Del Indio

IX. EL KIOSCO DE CARAM

El kiosco de Caram, cerca de la casa del centro, se inundó de repente de distintos números de las Andanzas. “La extraña herencia“, “Venganza en el circo“, “La cola del diablo“, “Visita presidencial“, “Rescate difícil“, “Petróleo y champán“, “El fin del mundo“, “Armas para el caribe“ y otros de fines del ’61, principios del ’62, puestos a precio de oferta.

Ahora se me ocurre que es raro, porque justamente estamos situados en el momento en que dejan de salir los versitos, entrando ya en una contemporaneidad que me incluye. La última con versitos es la cincuenta y cuatro, “Peligro amarillo”, después empiezan a salir las que traían la leyenda ¡Inéditas! en la tapa, admitiendo así que esa condición era excepcional en la política editorial, ya que reeditaron antes y siguieron reeditando después. “La extraña herencia” es la primera sin versito ¡inédita!, aunque no lleve la leyenda en la tapa. Sí la siguiente “El espía x-113”, que agrega: serie completa en 170 episodios, para diferenciarlas de las otras, que generalmente traían dos o tres historias, si contamos las aventuras del Padrino, autoconclusivas en una única hoja, donde el Indio no aparece y la familia del tirifilo se reduce al Coronel, reeditadas de la Semanal y preanunciando las Locuras, que a veces, en los primeros números, como en el siete, “Cheque volador”, desarrollan extensamente el esquema argumental de alguna de esas hojas únicas, tiras cómicas en vez de historietas, desopilante y sano humor para toda la familia, como se anunciaba el semanario.

Ahora pienso que es raro, decía, que esos primeros ejemplares sin versitos se agolpen en el revistero de Caram, a precio de oferta. Quizá los seguidores del Cacique Tehuelche fueron siempre tan conservadores como el Viejo, no les gustan los cambios y por eso las tiradas que antes se vendían completas en un mes ahora sobran, se acumulan cerca de mi casa del centro, en el revistero de Caram.

Es posible también que lo de liquidar revistas fuese una práctica habitual de ese kiosco, cuando se le amontonaban sobrantes. Y esa hipótesis se afirma cuando en otra vida, donde soy adulto y ya existe la web y puedo recorrer en sitios de coleccionistas todas las portadas del semanario, y busco obsesivamente, entre centenares, aquella que me trajo papá en una de mis enfermedades, donde el amiguito porteño se moja los pies en el arroyo y lo pica un cangrejo, descubro que esa escena sólo existe en mi memoria. Las únicas más o menos parecidas son tres. En dos hay cangrejos, pero la que más me suena, sin embargo, es una en la que el porteñito, calzando unos zancos, simula nadar en un río donde hay peces, no cangrejos, y desde la costa el indiecito aplaude, asombrado por la falsa proeza. El ejemplar es de 1952, o sea catorce años antes de aquella enfermedad en el barrio del hospital, si yo estaba esperando que papá me trajera “El cuadro maldito”, o “El hombre de nieve”, o “El periodista”, cualquiera de esas Correrías. Catorce años antes de 1966, fecha de esos títulos, no sólo yo no había nacido, sino que ni siquiera mis padres se conocían.

Es posible que el kiosco de Caram, decía, cada tanto, pusiese en oferta números atrasados de distintas revistas. Y que mi viejo, pobre, con su escaso presupuesto, optara por la más barata que encontró con el nombre del Pequeño Gran Cacique, sin reparar en que no se trataba de una Correrías.

En Zárate corrían rumores acerca de la afición al juego de Caram y de su despreocupación por el negocio que la más de las veces atendía su sufrida mujer, y de ser así no resulta inverosímil que no se preocupara de realizar las devoluciones de las revistas a tiempo, y que cuando lo acuciaban las deudas de juego, como al Padrino, se acordase que las tenía y las liquidase.

El kiosco tiene peluquería anexa. Yo no me corto el pelo ahí. Papá me lleva a lo de un correntino, que vive en una casilla detrás del tanque de agua que abastece la zona, y que siempre corta de la misma manera, a la romana. No me gusta como queda, pero papá dice que corta bien y cobra barato.

Entonces Caram, el otro peluquero, decide rebajar el precio, no del corte, sino de las Andanzas, argumento que yo esgrimo ante papá para que me las compre todas, o por lo menos varias. Pero papá, inflexible, me hace elegir sólo una. Enfrentado a ese terrible dilema, termino eligiendo aquélla en la que se califica al Tata de impostor, la número sesenta y cinco. Es probable que me atraiga el robot que aparece en la tapa estrangulando al Indio. Quizá las otras tapas, igualmente atractivas, me resulten más lejanas, más adultas. Como la de “Armas para el caribe“, justamente la anterior, la número sesenta y cuatro, en la que el Padrino aparece pintado de negro y con el pelo enrulado, sin rastros de su tradicional peinado con jopo de tres pelos, casi irreconocible, algo sumamente intrigante. Pero gana el robot comandado por un sabio petiso, porque arriesgo que en la otra, el Padrino sentado con una mulata en la mesa de un cabaret, concepto que debo haber sacado de alguna Andanzas, me haga intuir que se trata de una historia non sancta, no apta para mi edad.



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En el texto hay: comic, coleccionista, historietas

Editado: 24.07.2019

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