Las Claves Del Indio

XI. EL VIEJO Y EL INDIO

Pero cuando todavía esas transformaciones ni siquiera se avizoraban, muy chico, todavía en la casa del centro, la primera, donde nací, mando una carta, sin saber como se mandan las cartas, es posible que ayudado por mamá, a Lambaré 1012, sede de la editorial, pidiéndoles que me regalen la número uno de las otras dos de la familia, que entonces era sólo de dos si no contamos las Semanales, que yo no conocía. Nunca me contestan.

Pienso ahora que si papá o mamá hubieran podido entender la importancia que esas revistas tenían para mí, por esos años tempranos, V de las Andanzas, IV de las Correrías, con apenas medio centenar de números publicados, podrían habérmelas conseguido todas, con poca plata y algo de esfuerzo. Simplemente visitando de tanto en tanto el viejo local de Juan Bautista Alberdi, que en ese tiempo sería algo así como el paraíso de las Correrías y las Andanzas, a precio de usadas en los estantes atiborrados. O en el Parque, cuando las tenían todas sobre una sábana en el piso. O yendo a la misma editorial, donde se vendían números atrasados a precio de tapa.

Pero mamá y papá no sólo eran cortos para entenderme sino también para andar por Buenos Aires, a la que sólo visitaban por las enfermedades de papá. Incluso si, por vía de hipótesis, los dos condicionamientos anteriores hubieran podido ser superados, quedaban las enfermedades, que les consumían la poca plata con que contaban. Y en tren de seguir disculpándolos, debo considerar que si las hubiera tenido por decisión de mamá y papá y no por mi propia revelación, con la noventa y cinco, ”Monaguillo del diablo”, la historia sería distinta, y que aún cuando la primera colección hubiera estado completa, eso no cambiaría, de todos modos, que la terminase regalando al cumplir los catorce.

Décadas más tarde, entro por primera vez a la editorial (otra carta que había mandado y que ahora sí me contestaron porque soy adulto, tengo letra de adulto), ya en la calle Santa Fe, ya en franca decadencia, ya no ese mítico nombre de calle desconocida Lambaré 1012. Me regalan algunos posters, suvenires, calcomanías, que no desprecio, pero no colman en nada mi aspiración. Después se que otros coleccionistas han tenido mejor suerte. Lo esencial ni siquiera me es mostrado, apenas atisbos, que parecen puestos en escena para gozar con mi deseo.

El Viejo vivía entonces, ¿estaría ahí, en alguna oficina, a unos pocos metros ese mismo día? Pensando, quizá, melancólico, en el momento en que el Indio lo acompañase al más allá, aunque todos los coleccionistas -menos yo- crean que sigue estando acá, mientras que en realidad continúa dialogando sólo con él, como lo hacía en aquélla lejanísima foto, donde aparece en el aire, sólo apoyado en su hombro, revoleando contento las boleadoras como un perro que mueve la cola ante la presencia de su joven amo, que le pide, hablando en globitos como él, que le avise cuando esté listo para empezar sus nuevas andanzas y el Indio le contesta: ¡Metéle, canejo! Estoy que me salgo ‘e la vaina por largarme a trotiar por “El Mundo”.

Y es conjeturable que sea justamente el tiempo transcurrido desde aquella memorable foto, que se sacaron juntos por diciembre del ’35, lo que está haciendo pensar al Viejo, ahí, cercano a mí en aquella visita, en la cercanía de la muerte, que sin embargo se produce bastantes años después, llegando a los noventa y tres, longevo el misterioso Viejo, que comete el error de quebrar la leyenda de su mutismo de décadas –desde el ’31 sólo se sabía de él por sus creaciones- con el olvidable reportaje que en el ’96, cuatro años antes de morir, concede a la revista de un diario, contestando por escrito apenas seis preguntas insulsas formuladas por un lego, contestando sin ningún entusiasmo, repitiendo lo que había escrito una y otra vez sobre el Cacique Tehuelche, guardándose para sí lo esencial.

Lo único verdaderamente rescatable entre las trece páginas a color rellenas de archiconocidos datos y algunos testimonios de dibujantes es la foto: el Viejo, esta vez no en el tablero de dibujo ni con el Indio, sino callado junto a su mujer, rodeado de fastuosidad, todavía entero, conservando un aspecto señorial, distinguido. Acorde a la prosapia de nobles piamonteses que se hizo fabricar a pedido, tal como él se la había confeccionado a su criatura, a la que dotó de antepasados egipcios.

En su famoso decálogo instructivo, escribía el Viejo a sus guionistas y dibujantes, en la época en que empezaba a dejar en sus manos las creaciones: El Tehuelche es el hombre perfecto, configura el ser ideal al que todos aspiramos... Su poder sobrehumano emana de una misteriosa fuente de energía que proviene de lo más recóndito de sus orígenes. Su condición de imbatible cifra un símbolo, esotérico y mítico. Es como si toda la enigmática fuerza de su raza, de sus antepasados, acudiera en su auxilio cuando necesita de esa arrolladora energía para hacer triunfar al Bien sobre el Mal.



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En el texto hay: comic, coleccionista, historietas

Editado: 24.07.2019

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