Las Claves Del Indio

XV. EXPIACIÓN

Con mamá quería confesarme, no con papá ni con un cura. Se y hago cosas que me perturban, que no dejan en paz mi conciencia, cosas pecaminosas que no se condicen con la religión y me están pesando demasiado ahora que estoy cerca de tomar la comunión. En algún lado leí con terror –o me lo dijeron en catecismo- que es pecado mortal recibir la hostia sin confesarse antes, y es a mamá a quien elegí para hacerlo. Es mamá la que tiene que perdonarme en esa cama compartida, pero no me atrevo, no alcanzo a decirlo y sigo releyendo en silencio “El pueblo perdido” y “Peligro en la ruta”, esperando que pare la lluvia, y ver si las calles no se embarraron demasiado, como para que pasen los colectivos, a lo mejor a tiempo todavía para llegar al cumpleaños. Sigo callado releyendo, hasta que llama a la puerta la viejita, que no es otra que la amiga disfrazada, y me libera momentáneamente del peso del pecado, que después volverá una y otra vez, pero por ahora todo es risas al descubrir la broma.

Otra noche de fiebre, de una enfermedad, otra pero rara, no un resfrío común porque la fiebre es muy alta. No entiendo, algo me ocultan mamá y papá, hablan bajo con el doctor lejos de mí, en el living- es la casa del barrio del hospital que tiene living, separado de la cocina- yo ahora sí instalado en el dormitorio de mamá y papá al lado de la ventana, antes de crecer e ir al living y después al cuarto cuyo destino era ser baño, en reemplazo del que estaba en el patio.

Mamá y papá lo deben ver todo, como Dios, que ve los pecados, porque al otro día -dormí hasta tarde-, mamá me trae –seria, sin los mimos habituales- el desayuno a la cama. Papá viene después y trabajosamente, como una obligación cumplida a disgusto, quizá a sugerencia del médico, aborda el tema de prácticas que yo creía secretas, la causa posible de mi enfermedad. Me empieza a sermonear: eso no se debe hacer, te debilita, cuando te agarren ganas tenés que pensar en otra cosa, caminar hasta la esquina, distraerte. A pesar de mi vergüenza alcanzo a decirle que algo me habían enseñado de eso en el colegio. Es probable que yo advierta que le cuesta hablarme y lo esté ayudando, para abreviar y no seguir soportando ni mi incomodidad ni la suya. De todos modos, como confesión, resulta muy pobre, ni miras del gran acto de contrición que imaginaba. Y ni siquiera ante mamá, sino ante ese hombre débil y trabado, no Dios como lo creí por un instante, al haber adivinado mis secretos.



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En el texto hay: comic, coleccionista, historietas

Editado: 24.07.2019

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