La primera versión del cartelito Compro Correrías, Andanzas, Locuras, anteriores a los ’70, lo pegué en la vidriera del negocio que tenía en Campana, con mi segunda ex - mujer, cuando por aburrimiento me volvió la fiebre del coleccionismo.
Publico además el mismo texto en la Segundamano, el antecedente en revista de Mercado Libre, consignando allí el teléfono del local.
No bien aparece publicado, me avisan que hay un llamado a raíz del anuncio. Dejo todo lo que estoy haciendo para atender y es alguien que dice tener material del Indio. Le pido especificación, pero no lo sabe describir bien y queda en volver a comunicarse. Me ilusiono y espero.
Al final resulta ser una broma urdida entre una empleada -que me hablaba desde un teléfono público cercano- y mi ex - mujer. Cristina nunca pudo entender qué significaban para mí esas revistas.
Aunque sin entenderlo, tuvo un gesto.
Una noche, cerca de las fiestas, veo en sueños una Correrías que no existe, titulada “El regalo de Cristina”. Al otro día, ella vuelve de Buenos Aires con un paquete chiquito. Me lo entrega, sonriente, y yo imagino lo que contiene, porque poco antes le había comentado el impacto que me provocó ver en el Club del Comic los primeros números –impecables y a precios inalcanzables- de Correrías.
Desenvuelvo el paquete y, en efecto, ahí están, con sus maravillosas tapas, la tres, “Los misterios de Bagdad”, la cuatro, “Secuestradores a bordo”, la seis, “Las siete piedras del templo”.
No puedo creer, aun cuando lo haya presentido, que ella haya gastado tanta plata en mí.
Y tengo que reconocer que, aunque la convivencia fuera un desastre, esa mujer me hizo el regalo más hermoso de mi vida, repitiendo los que mamá me hacía. De ahí vendría el sueño. Porque en las parejas que tuve, ellas siempre fueron un poco mamá, y yo, claro, un poco papá, como supongo le pasa a casi todo el mundo, no voy a descubrir nada nuevo ahora.