Cuando era pequeña, siempre imaginaba un mundo lleno de color. Ese mundo que todos los niños viven por primera vez, uno perfecto en el que la única luz que puedes ver es la de tus padres.
La primera palabra que aprendí a decir fue "Gracias". Una palabra pequeña, compuesta por siete letras pero con un peso enorme y lleno de sentimiento. Cuando decía esa palabra me hacía sentir bien, que era una buena persona ejemplar pero que también traía con ella un intercambio; Comencé a pensar que así como la decía también quería que me la dijeran. Fue entonces que comencé mi camino de la observación y la conciencia.
En el transcurso de mi niñez siempre que veía a una que otra persona que no decía gracias cuando le entregaba algo, un mísero dulce o un favor. Sentía que algo faltaba, que algo pasaba ahí. Me sentía vacía. No entendía ese sentimiento y así aprendí la palabra arrogante. Una palabra que tiene doble peso y una gran comprensión. Si, en ese entonces a pesar de ser una niña ingenua, comenzó a ver ese mundo que antes era lleno de color tornándose de gris. Pero el gris no solo es un color "sin vida" sino un color que te hace pintar el mundo, un color que te hace imaginar como es un objeto u imagen. Para mi ese color no era sin vida sino que era la vida misma.