Una vez te hice caer.
Estábamos en tecnología y mi cadena se había roto.
Cuando viste que hacía un montón de esfuerzos por repararla sin éxito, la tomaste de mis manos y en un santiamén la arreglaste.
Feliz por tenerla otra vez, me nació el impulso de querer abrazarte como muestra de mi agradecimiento.
Y lo hubiese hecho de no ser porque te encontrabas hamacándote con la silla y cuando apoyé mi brazo para poder rodearte, fuiste de espalda al piso.
Mi primera reacción fue preocuparme por si estabas bien a causa de la caída, pero cuando vi que me lanzabas una mala mirada y te incorporabas bien comencé a reír al compás de todos nuestros compañeros.
Sintiendo mi cara arder a causa de la vergüenza.