Entro al salón luego de que la estampida, mejor conocida como mis compañeros de clase, lo hacen.
Estiro las mangas de mi suéter, escondiendo mis manos dentro de ellas y logro escuchar mentalmente la regañina de mi mamá debido a la acción. Busco con la mirada mí banco y me dirijo hacia allí entre empujones y gritos.
Cuando llego me dejo caer en mi asiento y comienzo a sacar lo necesario de la mochila, unos segundos después siento que ÉL hace lo mismo en su asiento, al lado mío.
Nos miramos en silencio y dejamos que la resolución se asiente entre nosotros.
Hoy nos cambiaban de lugar. Nos iban a separar.
Sí, lo sé. Suena muy dramático.
Pero es que nuestro banco era nuestro espacio. Ahí bromeábamos, nos molestábamos, charlábamos (las veces que las palabras lograban abandonar mi boca, claro), trabajábamos juntos, juntos, esa es la clave.
Luego cuando salíamos esa especie de nube se rompía y cada uno se iba por su lado. Así que ese es el riesgo que corríamos. Si nos separaban, literalmente íbamos a tomar caminos separados.
Sigue siendo dramático pero tendrían que estar en mi piel para entenderlo con exactitud.
En ese momento entran el profesor, tutor nuestro, y la preceptora. Nos hacen levantarnos de nuestros asientos y debaten sobre qué lugar es conveniente para cada uno.
Esto es una injusticia muy grande ya que por culpa de unos cuantos que no conocen lo que es la palabra “respetar” pagamos el pato todos, pero no se puede decir nada.
Mientras algunos ya están siendo movidos, él se acerca un poco y me dice: —Realmente espero que sigamos juntos.
Yo dibujo una media sonrisa y asiento en respuesta, diciendo que espero lo mismo, porque las palabras no salen… nunca lo hacen, no en estos casos.
De repente dicen nuestros nombres y debemos movernos del lugar, el temor y la expectación por quien va a ser mi nuevo compañero no se hacen esperar. No es lo mismo estar con alguien de confianza que con un completo desconocido.
La realidad termina siendo que quedamos cuatro chicos parados en último lugar: yo, él, su mejor amigo y mi mejor amiga.
Irónico, ¿no?
Al menos sé que lo voy a tener al frente mío, eso es mejor que nada.
—Por último… —nos mira y dice nuestros nombres. Ambos nos miramos y las sonrisas en nuestras caras son difíciles de ocultar. Sin embargo yo finjo resoplar por tener que estar otra vez con él y escucho su risa.
A paso rápido nos acercamos hasta nuestro nuevo lugar y ambos frenamos antes de chocar entre sí. Volvemos a mirarnos y mis ganas de abrazarlo son tantas que creo que no lograré resistirme.
Pero no hago nada, al igual que con las palabras mi cuerpo jamás parece reaccionar ante una orden de mi corazón.
Y tengo miedo de que nunca logre hacerlo y luego me arrepienta de las oportunidades perdidas.
No obstante, mientras tanto, decido disfrutar de este pequeño instante.