Llegó otro cumpleaños para mí.
La expectación por saber cómo ibas a felicitarme, por supuesto, no se hizo esperar.
Esa mañana llegué a la escuela, nos miramos.
Nada.
Te fuiste afuera, mis amigas me saludaron. Formamos, fuimos a ensayar.
Nada.
Cuando volvíamos hacia el salón, mi tocaya/ la que me caía mal se acercó a saludarme.
Vos lo escuchaste, te diste vuelta, me sonreíste y te acercaste.
— ¡Feliz cumple! Perdón, me había olvidado que era hoy —fue lo que dijiste apenas llegaste a mi lado y me saludaste con un beso en la mejilla.
Yo te agradecí, sonreí de vuelta y lo aguanté hasta que te diste media vuelta y te marchaste.
Pero la realidad es que me dolió.