One Direction- Where Do Broken Hearts Go
El timbre suena indicando que el recreo acabó y que cada uno debe regresar a su respectivo salón.
Suspiro y con toda la paciencia del mundo me levanto de donde me encuentro sentada para trazar mi camino hasta la puerta de donde debo ingresar.
Últimamente regresar al lado de mi compañero no suena tan encantador como antes.
No me malinterpreten, lamentablemente mis sentimientos no han cambiado, al contrario, podría decir que aumentaron un poquitín más, pero ¿quién querría estar al lado de alguien que se la pasa con la cara pegada al celular y te hace sentir como si fueras agua pasada?
Pues yo no.
Me siento en mi lugar y saco lo que debo usar de mi mochila, miro hacia la puerta y veo como entras empujando a otro compañero y se ponen a pelear jugando.
Este tipo de momentos son los que me gusta observar y darle más importancia, porque me recuerdan a los días en los que creía que tenía posibilidades y me gusta creer que cuando nosotros nos encontramos en esa situación, todo sigue su curso. No hay nadie ni nadie en el medio, interponiéndose.
Cuando llega a su lugar, me saluda con su habitual modo molesto.
Hoy toca tomarme de las mejillas.
—Ay, esos cachetes de goma —me dice como si le estuviera hablando a un bebé y yo en respuesta le pego en la mano haciendo que me suelte mientras se ríe.
La clase comienza y corre con el transcurso normal de: yo prestando atención, él con el celular mirando cada tanto al profesor para fingir que está escuchando y a veces molestándome para no perder la costumbre; el profesor dándonos algún ejercicio, él preguntando que hay que hacer porque no entendió nada y yo ahí explicándole como una tonta.
Cuando terminamos, nos deja libre el tiempo que sobra hasta que toque el timbre indicando el recreo. Saco mi celular disponiéndome a leer algo ya que no tengo nada más que hacer, intentar hablarle me da algo de cosa porque se encuentra demasiado entretenido escribiendo un mensaje, y aunque las ganas de interrumpirlo no faltan, siento que me va a tomar como una molestia, así que busco mi salida más fácil: mis libros.
Sin embargo, una pregunta proveniente de una compañera al lado nuestro echa todo mi plan por la borda.
—Así que… ¿es verdad que tenés novia? —me congelo en mi asiento mientras sostengo el celular en mis manos. Veo como él lentamente bloquea la pantalla, deja el celular en el banco y mira en dirección a la chica que hizo la pregunta que va a cambiar por completo todo lo que era hasta ahora.
Lo peor de todo es que yo me encontraba en el medio de los dos, por lo que fingir que no había escuchado no era una opción.
—Sí.
Unos segundos (que parecieron una eternidad) después responde, y eso es todo lo que necesito para que todo se venga abajo.
Escucho como siguen hablando sobre cómo se conocieron, hace cuanto se hablan y hace cuanto están juntos, pero mi mente no parece procesarlo.
Las voces se oyen lejanas, como si provinieran del final de un túnel, uno que cada vez se va alejando más y más porque me voy encerrando en mi misma.
Me voy encerrando en el dolor que comenzó a tener lugar en mi pecho, en la forma en la que respirar supone un gran esfuerzo y en como las lágrimas toman lugar en mis ojos, pero no me permito soltarlas.
No tendría sentido hacerlo.
Todo este tiempo tuve la realidad frente a mis ojos, simplemente me negué a aceptarla. Él, en todo este último tiempo, me dejó en claro cuál era mi posición. Sin embargo me permití seguir creyendo que había una posibilidad, por más mínima que fuera.
Así que no me permito llorar por todas esas razones, porque no iba a hacer una escena en la que la típica amiga termina lastimada por estar enamorada de su amigo.
Respiro hondo y escucho como suena el timbre. Todos parecen salir del salón y es entonces cuando me permito levantar la mirada que no sé en qué momento se dirigió al suelo.
Y lo encuentro aun al lado mío.
Me mira con curiosidad, y como si fuera lo más natural del mundo, le regalo una sonrisa simulando que todo está bien.
Porque todo sigue igual, solo soy yo la diferente.
Y así transcurre el resto del día, como si nada hubiera sucedido.
Solo cuando llega la noche, cuando ya me acuesto en mi cama y me dispongo a dormir, cuando el silencio reina en la casa y la oscuridad de la habitación me cubre como un manto, me permito desmoronarme.
Permito que las lágrimas que estuve aguantando todo el día salgan como si de una cascada se tratase. Permito que todo ese dolor salga en pequeños sollozos que cubro con una almohada mientras observo la negrura del lugar.
Me permito descargarme porque por primera vez, sé lo que se siente tener el corazónroto.