Las cosas que nunca le dije (y probablemente no le dire)

Especial n°5: Un cumpleaños más

¿Era necesario poner un espejo en el pasillo que lleva de mi pieza al comedor?

En casos como estos desearía lanzarlo al suelo o simplemente cambiarlo de lugar.

Mejor la primera opción.

Me miro por última vez y voy a la cocina mentalizándome con que realmente fue la última vez que lo haría.

Para llevar mi mente a otra cuestión tomo el libro que estaba leyendo e intento continuar, sin embargo mi vista viaja al celular y de este al reloj de la pared frente a mí.

Hace un rato recibí un mensaje de él diciendo que se había desocupado y que luego de bañarse, vendría a mi casa.

El nerviosismo y la ansiedad desde entonces no me dejaron tranquila.

Mi mamá no ayudaba, en el instante en que se lo había emocionado comenzó a acomodar y limpiar suciedad inexistente que ya había limpiado más temprano, a preparar más comida de la necesaria, mientras tanto mi papá nos observaba con su habitual tranquilidad sentado en la mesa tomando mate.

Normalmente yo habría estado igual que él, metida completamente en la historia que me encontraba devorando. No obstante con ÉL, nada era tranquilo. Todo se convertía en un caos que era desconocido para mí hasta que irrumpió en mi vida, un caos que ya se estaba convirtiendo en algo natural.

Me levanto y doy una vuelta por la cocina fingiendo distraerme con lo que hace mi mamá, mirando por la ventana a mi perro y yendo a sentarme con mi papá, cuando es entonces que se escucha el sonido característico de la puerta del jardín.

La expectación se hace presente en mi estómago con las descritas como mariposas, cosa que odio pero no puedo evitar.

Desde que me dijo que iba a venir, cientos de escenarios se presentaron en mi cabeza.

Pero por supuesto, nada nunca sucede como imaginamos.

Apenas oí el sonido comencé a dirigirme lentamente al baño con la excusa de encerrarme allí y dejar que alguno de mis dos progenitores le abriera, no tuve tanta suerte.

— ¡A! Están tocando la puerta, anda a abrir —grita mi queridísima madre y quiero matarla por ello.

Vuelvo al comedor y noto como mi papá vuelve a sentarse en su lugar, de seguro iba a ir él pero mi mamá no lo dejó.

Mierda.

Me dirijo a paso lento a la entrada y cuando abro lo encuentro a ÉL en toda su gloriosa perfección habitual.

—Hola —me dice regalándome esa sonrisa ladeada que en mi opinión podría derretir a cualquier chica enfrente de él y me da un beso en la mejilla. Yo simplemente puedo lograr articular un débil “hola” —Feliz Cumpleaños —me pasa una bolsita y estoy segura de que mi sonrisa podría compararse con la del gato de Alicia en el país de las maravillas.

—Gracias —pego la bolsita a mi cuerpo y me hago a un lado invitándolo a pasar.

Entra y saluda a mis padres con una naturalidad sorprendente, es invitado a tomar asiento y yo mientras guardo el libro que estaba leyendo en su lugar, cuando levanto la mirada ÉL me devuelve el gesto y sonríe como diciendo “que raro vos leyendo” a lo que yo me encojo de hombros sonriendo levemente y tomo asiento enfrente suyo.

Las horas transcurren con ÉL hablando con mis papás como si se conocieran de toda la vida y yo participando de vez en cuando, luego mirándolo interactuar y repitiendo que no voy a dejar de admirar la facilidad que tiene para llevarse bien con todos.

También pensando en cómo sería si eso fuera normal, ÉL como mi novio, viniendo cada dos por tres y teniendo este tipo de momentos. Como una especie de familia.

No. Sacudo mi cabeza. Prometí que no iría a ese lugar otra vez, en donde me lastimaba con mis auto-falsas ilusiones.

Pero a veces es tan difícil.

Ya atardeciendo salimos al patio porque quiere ver a mi conejo, mientras nos dirigimos hacia allí juega con mi perro y bromea con que va a cocinar a mi pequeña bola de pelo amante de las zanahorias.

— ¿Muerde? —pregunta apenas nos encontramos frente a él, quien salta festejando el hecho de tener visitas.

—No, tranquilo —río un poco —mira —le acaricio la cabeza y se va calmando hasta recostarse en el suelo. ÉL con cierto temor acerca la mano e imita mi acción.

Entonces los siguientes minutos trascurren así, ambos uno al lado del otro, nuestras manos cercanas a la otra mientras miramos al pequeño animal que disfruta de este gesto por parte de los dos.

Hasta que llega un punto en que la magia se corta cuando dice que debe irse ya.

La desilusión se hace presente en mi sistema pero la felicidad y el cariño que siento por atreverse a haber venido a pesar de que no estaba obligado no dejan que gane esa sensación.

Se despide y como siempre lo acompaño hasta que lo veo desaparecer de mi campo de vista.

Con este tipo de acciones, superarlo no se siente como una opción.

En lo absoluto.

 



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En el texto hay: tristeza, amor, amor adolescente

Editado: 20.11.2020

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