Tuvimos un acto en donde me tocó llevar la bandera, ya sabes, por mis buenas notas y todo ese rollo. ¿Lo malo? Tener que hacerlo frente a toda la escuela.
Ventajas y desventajas del oficio.
La cuestión es que cuando iba entrando para desfilar por el pasillo que me llevaría al escenario me gritaste: “¡Vamos, A!” y yo te miré como pude e intenté contener en vano la sonrisa que amenazaba con abandonarme.
Porque me trajo recuerdos, recuerdos de todas las veces en las que había sucedido algo parecido, y mientras estaba allá arriba y te veía en el fondo me di cuenta de lo que significaron en todo este tiempo.
De porque aparecían con más frecuencia.
Lo comparé con ese momento antes de la muerte, turbio y oscuro, sí. Pero fue lo primero que llegó a mi mente.
Lo comparé con ese momento en que uno sabe que está en sus últimas y todos los recuerdos se agolpan en su cabeza. Todos y cada uno de todo lo que había vivido.
Pues eso estaba ocurriendo con nosotros.
Entonces desde mi vista en la especie de cima, te vi sonreír y yo sonreí levemente a causa de la formalidad, pero sabiendo que si pudiera, te habría correspondido de la misma manera.
Porque sentí que de esa forma estábamos sellando lo que frente a nosotros se presentaba.
Porque este, de alguna forma, era nuestro final.