El aula estaba en silencio. Bueno, casi. Porque silencio y Leandro nunca iban en la misma oración.
—Simón... —susurró con voz dramática, inclinándose sobre su carpeta como si estuviera en una telenovela—. Hoy estás más lindo que nunca.
Simón levantó la vista, con la birome a medio camino de subrayar.
—Leandro, ¿otra vez? —bufó—. Te dije que no me molestes.
—¿Molestarte? ¡Si lo que siento es amor verdadero! —respondió Leandro, con una mano en el pecho y la otra apuntando al techo como si hubiera luces celestiales iluminándolo—. ¡Cásate conmigo, Simón!
Algunos compañeros empezaron a reírse por lo bajo. La maestra miró de reojo, acostumbrada ya a los shows de Leandro.
Simón rodó los ojos.
—Ay, no, basta. No me gustan los hombres. ¿No te entra en la cabeza?
Leandro sonrió de manera diabólica.
—Eso decís ahora, pero tus ojos me dicen otra cosa. No me mires así... que te cojo.
—¡Asco, enfermo! —saltó Simón, casi tirando la silla para atrás.
—Simón, ¡te amo! —insistió Leandro, dramático como si estuviera en "Pasión de Gavilanes"—. Desde que vi tu cuaderno de matemáticas, supe que eras el indicado.
El aula estalló en carcajadas. Simón se hundió en su asiento, rojo de bronca y vergüenza, mientras Leandro le lanzaba besitos al aire.
Pero nadie sabía que... ese solo era el comienzo del Amor.
El timbre sonó y todos salieron corriendo al recreo. Todos menos Leandro, que se quedó apoyado en el pupitre de Simón como si fuera su guardián personal.
—Dale, anda a molestar a otro —dijo Simón, guardando sus cosas.
—Imposible, mi corazón solo late por vos —respondió Leandro, con una sonrisa de esas que irritaban y, al mismo tiempo, parecían imposibles de borrar.
Simón resopló, empujando a Leandro para poder pasar. Pero en ese empujón, su mano rozó el brazo de él. Un segundo nada más. Un contacto mínimo.
Leandro se quedó quieto, sorprendentemente callado.
—¿Qué? —dijo Simón, incómodo.
—Nada... es que... tus manos son suaves —susurró Leandro, más bajito que nunca.
Simón se puso rojo al instante.
—¡Dejá de decir boludeces!
Y salió del aula, como si estuviera escapando de un incendio.
Leandro se quedó ahí, mirándose el brazo donde lo habían tocado, sonriendo como un idiota.
—Un roce hoy... un abrazo mañana... un beso . Todo a su tiempo, Simón... todo a su tiempo.
..
El patio de la escuela estaba a pleno. Los pibes jugando a la pelota, las pibas en ronda con el mate, y en una esquina... el circo de siempre: Leandro jodiendo a Simón.
—Simón, vení, dame un besito, dale —le decía Leandro, estirando los brazos como si fuera a recibir un abrazo.
—¡Andate, enfermo! —le contestaba Simón, reculando con el sanguchito de milanesa en la mano.
Ahí apareció, Sofía, con un agua saborizada y cara de cansancio.
—Ay, por favor, ¡cojan de una vez! —gritó sofia a todo el patio, exagerando, y varios se empezaron a cagar de risa.
—¡Sofi, cerrá el orto! —se quejó Simón, colorado como un tomate.
—No, pará, que tiene razón —se metió Elías, tirándole la pelota a Tiago—. Si Leandro le dice "te amo" todos los días, en algún momento Simón va a aflojar.
—Obvio —asintió Tiago, con una sonrisa pícara—. Para mí que cuando no lo vemos se chapan atrás del kiosco.
—¡¿Qué decís, pelotudo?! —saltó Simón, re caliente, mientras los demás se cagaban de risa.
Leandro, mientras tanto, se subió a un banco y abrió los brazos dramáticamente:
—¡Escuchame, Simón! ¡Delante de todos! ¡Me caso con vos en la preceptoria, aunque no quieras!
El patio entero estalló. Algunos aplaudían, otros gritaban "¡beso, beso, beso!".
Simón se agarró la cabeza.
—Ay, me tienen podrido, loco.
Sofia lo miro con una sonrisa maliciosa.
—Dale, Simón, si igual en el fondo lo
disfrutas.
Y Simón, sin saber qué responder, se quedó callado. Porque, aunque lo negara... ese quilombo ya no parecía tan joda.
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mucho humor jajajajajaja, mucho amor y desamor, mucho amor discusiones reconciliacion
Editado: 10.10.2025