Las Crónicas de Aincrad Vol.1

Horunka

En mi campo de visión ligeramente obstruido por los polígonos brillantes de color azul que desaparecían lentamente ya podía contemplarse una imponente figura de un molino de viento que era característico del pequeño pueblo de Horunka. Sus NPC que eran mayormente aldeanos humildes laboraban con tranquilidad y calma sin ninguna preocupación aparente. Fue para mi totalmente visible el contraste de la pacífica vida de los NPC mientras que todos los jugadores en este momento estaban tan alterados que me atrevería a pensar que serían capaz de matar a otra persona solo por la impulsividad de sus sentimientos desbordándose en una inmensa nube negativa. Mientras avanzaba continuaban mis pensamientos traicionando mi decisión, haciéndome dudar si era lo mejor haber abandonado a mi primer amigo hecho en este mundo, pero, ante cada problemática de ello yo mismo me daba una retroalimentación. Es la mejor decisión para mí. Ya lo había intentado explicar antes a mi compañero, pero no estaba de más volverlo a repasar para disipar todas las dudas que mi mente pudiera seguir desarrollando. Los MMORPG tienden a usar sistemas de regeneración de monstruos cada cierto tiempo en ciertos lugares, significa que, si hay un grupo considerablemente grande de jugadores vaciando esa zona todo el tiempo, la tasa de regeneración se haría más lenta hasta que se volvería imposible farmear experiencia y subir de nivel eficientemente. En este caso era un problema mucho más grande que consideré apenas había comenzado todo el caos en la Ciudad de los Inicios; los jugadores eufóricos eran diez mil y las zonas de caza cercanas era lo que sería vaciado con desesperación. Lo vi muchas veces antes en la realidad ante ciertas crisis cuando la gente salía a vaciar sus bolsillos con las compras de pánico, en este caso sería la caza de pánico, sin embargo, había un problema fundamentalmente mayor a ese aún, y es que la posibilidad de una batalla campal entre jugadores que estaban desesperados por subir de nivel podría ser inminente. En este mundo no había nada ni nadie que pudiera detenerte, no existían policías ni leyes ni personas responables de cuidar que hagas las cosas bien. Lo único que podría evitar una colisión así sería la consciencia moral y la ética de los jugadores, pero, ¿quién conserva esa consciencia en una situación de crisis? Resguardarse las zonas de cacería y la experiencia de determinada zona, luchar para sobrevivir eran solo unas cuantas cosas que podrían verse próximamente. Cada vez que lo pensaba el sentimiento de culpa me recorría el cuerpo entero como un escalofrío angustiante y un sentimiento de presión en el pecho que quería obligarme a volver a ayudar a Klein, pero nada de eso sería ventajoso para mí.

Otro detalle es que además de mí, hay otros 999 beta testers que también conocían el juego, los diversos pasadizos ocultos y algunas misiones secretas que llegaron tan alto como yo en los pisos y podían usar eso a su favor para ubicar rápidamente las zonas más altamente eficientes de farmeo y subir de nivel con facilidad, por lo tanto, tendría que competir en experiencia contra ellos y si la situación lo requería debería ser capaz de poder protegerme a mi mismo de los ataques de jugadores hostiles. En el mundo de los MMORPG los jugadores de mayor nivel e ítems siempre serán los que ganen una batalla; no hay y nunca existen ni han existido factores externos capaces de alterar el sistema para que alguien más débil decante la batalla a su favor, tendría que existir un milagro para que eso ocurriera, por ello si tenía que sobrevivir tenía que buscar ser el más fuerte posible dentro del juego usando a mi favor ese sistema injusto de niveles y experiencia. Lo que además me daba otra preocupación. En particular, no soy un jugador excepcional con un índice de suerte alto, aunque no lo parezca hay en MMORPG’s probabilidades y suerte, algo que beneficia a muchos jugadores que pueden obtener mejores equipamientos y/o habilidades… yo no pertenezco a ese grupo de personas privilegiadas, sino más bien que pertenecía al otro grupo promedio de jugadores que para obtener ítems raros debía hacer la misión una y otra vez, y en estos momentos debía aprovechar toda la ventaja que me otorgó ser parte de la beta del juego tanto como pudiera con respecto a la información, los peligros, patrones de ataque y áreas de farmeo más eficientes.

Mis primeros pasos en el pueblo humilde pero hogareño de Horunka me guiaron hacia una tienda NPC donde se desplegó una lista de los ítems que podría encontrar en ese momento y vi los precios; eran considerablemente más baratos que los del a Ciudad de los Inicios como suponía.

— Incluso la economía es afectada, ¿eh?

El NPC me miró extrañado como si fuera lo más obvio del mundo, juzgándome con la mirada mientras yo repasaba la lista de precios, aunque realmente no me interesaba en lo más mínimo; era solo un NPC sin sentimientos ni opciones múltiples, nada que pudiera interesarme particularmente. A un lado de aquella tienda había un espejo para poder ver mi apariencia completa… y real. Tragué saliva al verme, fue casi un shock. Indudablemente podría decir que todavía no asimilaba bien la idea, pero Kayaba nos había entregado un ítem que nos hacía tomar la apariencia real de nuestros cuerpos y ahí estaba la mia. Un niño de catorce años con un equipamiento básico de aventurero espadachín, botas y pantalones café, una playera de manga larga abultada de color azul y una pechera de cuero para nada resistente que parecía más un chaleco del mismo color opaco y café. Ojos oscuros, grises que se reflejaban perfectamente con el cielo oscureciéndose, en compañía de mi larga cabellera que caía sobre los costados de mi cabeza; mechones de cabello azabache distribuidos cubriendo parte de mis orejas.

— Este… soy yo.




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