Las Crónicas de Aincrad Vol.1

Argo: La Rata

< 10 de Noviembre del año 2022 >

Han pasado cuatro días desde que el juego de la muerte empezó. 10,000 jugadores quedaron atrapados en este juego mortal desarrollado por Akihiko Kayaba. En las primeras horas del juego pese a las advertencias de aquel creador se confirmaron 213 muertes y la cifra no hizo más que seguir aumentando mientras más tiempo transcurría en el castillo de Aincrad. Sword Art Online pronto fue manchado con la sangre de sus víctimas. Gran parte de los jugadores atrapados en la fortaleza flotante decidieron aventurarse. La idea de quedarse atrapados, perder contacto con sus familiares y amigos, perder sus trabajos, estudios, todo tipo de proyectos personales ahora serían borrados y perdidos. Todo lo que han construido ha sido en vano al ser atrapados. El temor por morir en un juego no hizo más que volver salvajes a sus jugadores.

Más de 700 vidas se perdieron en las primeras horas del juego a través de enfrentamientos brutales cargados de miedo y desesperación entre los jugadores, únicamente por conservar para ellos mismos determinadas zonas de caza para incrementar niveles y superar con o sin ayuda cada uno de los pisos de la fortaleza en la que están ahora mismo atrapados. Esto ocurre debido a que la tasa de reaparición de los monstruos de la zona disminuye conforme son cazados. En otras palabras, la cantidad de experiencia y dinero que se pueden obtener en un MMORPG son limitados, quien empieza y cace primero será el más poderoso de todos. Como resultado de esto, aquellos quienes en su ataque de locura mataron a otro jugador fueron condenados; Los habitantes de Aincrad poseen cursores verdes arriba de sus cabezas, algunos lo tuvieron de un color anaranjado unos días después del enfrentamiento y quienes cometieron asesinato han mantenido un colorido y brillante rojo en sus cursores. Muchos de ellos decidieron suicidarse ante el juicio y la presión del resto de los jugadores y otros tantos decidieron seguir adelante cargando con la consciencia de que había sangre en sus manos.

Los que más sucumbieron al terror y a la ansiedad se resguardaron en la Ciudad de los Inicios mientras todo el caos pasaba, aterrados en morir aprovechaban el consuelo de saber que los monstruos no invaden las áreas seguras. Además de que ningún otro desquiciado jugador podría arrebatarles la vida, por lo que podrían vivir ahí con tranquilidad mientras los más valerosos o desesperados completaban el juego por ellos. Entre todos esos jugadores yacían también niños pequeños quienes tuvieron el privilegio y la desgracia de estrenar aquel regalo de sus padres quedando huérfanos y asustados.

Otro grupo tomó una decisión mucho más radical. La incertidumbre que invadía las cabezas de este último grupo, el escepticismo y, además, ser guiados mayormente por el pavor de quedarse atrapados decidieron saltar desde los límites de la Ciudad de los Inicios al vacío. Las nubes impedían que los ahora habitantes de Aincrad observaran lo que había en la superficie terrestre, teñidas de un atardecer rojo, sangriento como si simbolizara el suicidio de toda esa pobre gente que tomó las decisiones más imprudentes y apresuradas llevando sus cuerpos reales a la muerte con el Nerve Gear friéndoles el cerebro con sus poderosas ondas radioactivas. Hasta el día de hoy, Akihiko Kayaba le ha arrebatado la vida a 1,684 personas.

 

Yo, Kirito. Un espadachín solitario de catorce años deambulaba a través de unos elegantes pasillos. El suelo era de mármol y los laterales de aquel estaban decorados por arbustos que daban una pinta de mucho dinero, este tipo de decoración solía verse en los jardines más simples de los más privilegiados en sus grandes mansiones. Al fondo había una sala oscura y podía verse un gran muro de mármol con algo escrito en él. Había otros jugadores que salían y entraban. En lo particular este ambiente era muy pesado para mí. Personas decaídas visitaban lo más parecido a una tumba que podrían tener. El gran muro que ahora yacía delante de mí debido a mis pasos ininterrumpidos, con colores oscuros y siendo reflejado por ligeros rayos de luz que provenían desde el techo tenia una infinidad de nombres en él; Nicknames, los puestos por los jugadores para representarse como sus avatares. Respiré hondo mientras leía los nombres en aquel lugar, algunos estaban tachados, pero aun así seguía siendo legible. Algunos en estos momentos estaban siendo tachados por un pincel invisible y no hacía más que apretar mis labios por la impotencia de aquel suceso.

Este es el Monumento de la Vida. Antiguamente durante la prueba beta este lugar servía para reaparecer cada vez que nuestro avatar desaparecía al fallecer. Ahora mismo este mural tenía los nombres de los 10,000 habitantes de Aincrad. Aquellos con una raya sobre sus nombres solo podía explicar una cosa; Eran muertos.

Mi objetivo para venir aquí se encontraba en las “K”. Procuraba venir una vez al día solo para confirmar si mi primer amigo hecho en este mundo continuaba con vida. No sabía cuantas veces iba a pasar esta adrenalina, el pulso de mi sangre y corazón que sentían miedo. En mi cabeza los recuerdos de haberlo abandonado a su suerte eran mucho más fuertes con cada vez que pensaba en su nombre. Mi respiración se aceleró y no queriendo finalmente me encontré con su nombre aún intacto, sin ninguna línea que pudiera significar que su alma haya desaparecido tanto de Aincrad como del mundo real. Solté todo el aire contenido en ese momento y finalmente pude relajar mi postura. A mi derecha había un pequeño grupo de 3 jugadores que lloraban desconsolados a un par de metros de distancia. Una chica de cabellos castaños, corto y con pecas que muy apenas pude apreciar, estaba siendo consolada por uno de sus compañeros y el otro se acercó a mí. Lo único en lo que pude pensar fue que haber cruzado miradas con ellos en su momento de luto fue lo más estúpido que pude hacer. Quizá estaría bien ignorarlo y retirarme. Cuando me di media vuelta escuché su voz, pero no me molesté en escucharlo, fingir que era sordo podría funcionar muy bien.




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