Las crónicas de Aishla 2

CAPITULO 2

Sofía esperaba frente a un corcel blanco; sus crines eran doradas, respiraba fuertemente. Aún era de noche, y la luz del farol iluminaba gran parte del camino; se encontraba frente a la entrada de entrenamiento.

—Es un gran ejemplar. —Ella giró, reconociendo la voz; era Ills apoyado sobre una madera. —¿Está en tu práctica?

—Me temo que no, creo que ya no podré ejercitarme más, todos están más que convencidos de que soy alguien especial —dijo mientras recordaba los golpes, el frío y el Gronworth.

—¿Especial? —Ah, los humanos, no saben lo especial que podrían llegar a ser, hasta que llega al fin de sus días —expresó Ills mientras se acercaba al corcel y lo acariciaba.

Sofía se ruborizó Y no supo decir palabra. En ese instante llegaba una comitiva. Entre ellos se encontraba Eldrich, Varagot, Arch; traía un esbelto Oloblum de crines largas y pelos dorados.

Sofía quedó sorprendida ante su presencia. Arch se acercó reverenciado al rey, que justo llegaba con cinco soldados como escoltas.

—Gracias por asistir a estas horas; la mayoría está al tanto de lo que se debe cumplir; el heredero al trono está en peligro. Deben salvar su vida —manifestó.

Abrió el mapa sobre una pequeña mesa que uno de los soldados colocó. Desplegó tres hombrecitos de hierro sobre él.

—HE marcado tres puntos en el mapa, cada uno alejado del otro. Si bien no sabemos con precisión en cuál de los tres puntos el príncipe se encuentra. —Estamos seguros de que interceptaremos a esos mal nacidos —dijo el rey sobándose la barba—. Tendremos que hacer tres grupos. —Arremetió su puño contra el plano.

—Si me permite decir algo —expresó una voz curiosa—, mis más sinceras disculpas, oh rey, creo que, si nos dividimos, estaríamos en una posibilidad de un porcentaje muy alto de errar porque no sabríamos cómo distinguir a nuestro príncipe. —Se acercó Bonarg mirando el mapa.

—¿Y qué tienes en mente? —preguntó el rey preocupado.

Bueno, tendremos que darle a Sofía tiempo —él la miró. —Debemos confiar en que ella, o mejor dicho, en que el poder que se le otorgó, nos llevará a la victoria.

—¿Y cómo le daríamos tiempo? —preguntó ofuscado.

—De eso me ocuparé, sin duda, ellos no quieren matar al príncipe, sino que lo que desean es su sangre y, sin su armazón, es trapo de inmundicia —respondió Bonarg resuelto.

—Bueno, eso es real, la armadura de Leuname es exclusiva, y por ser especial no podía cruzar al otro mundo —relató Loxcran.

—. —Aquí entenderás algo del príncipe —dijo en voz baja Arch, acercándose a Sofía.

—Sabemos que el príncipe, de nacimiento, lleva una maldición en su cuerpo —se llevó la mano a la cabeza el rey, mientras recordaba el día. —Un conjuro cayó sobre él, Fehelgron, ese nombre, aquel hombre lanzó una maldición atroz. Condenó que viva como vagabundo, ciego, cojo y con facultades desde su mente hasta su razón.

Sofía se llevó la mano a la boca, tapándosela, recordando sesiones donde quiso hablar de sus maldiciones. Ella no atendió el suplicio, que los medicamentos nunca harían un efecto en su maltrecho cuerpo, que solo una cosa haría ese efecto. La culpa le devolvió el temor a volver a equivocarse.

—Creo que Bonarg tiene razón, nunca encontrarían al príncipe. —Tomó la espada, apretándola tan fuerte que recordó los primeros días en estas tierras desconocidas; lo que vivió, si su poder serviría para algo, sería para llevar adelante el rescate del muchacho.

La noche avanzaba, y el viento del invierno soplaba. —Disculpen el silencio; recuerdo las pláticas con él. —Secando sus lágrimas, prosiguió: —Alguna vez me dijeron que no debía entender, no escuché lo que se me decía; aun así, intenté doblegar mis pensamientos. Si podía ayudar a Emanuel desde un asiento, sin dudar lo haría.

—Estoy seguro —expresó el rey sin dudar—. No dudo de tu lealtad; nadie conoce al rey desde que se marchó a tu mundo; aún era un muchacho sin experiencia. Del otro lado lo aguardaba su madre, cosa que has conocido; cada vez que volvía del otro lado, volvía demacrado, hastiado, no dejaba que nadie viera su cuerpo; por fin, al entrar, revitalizaba colocándose su armadura. También su madre en tu mundo sufría de problemas desconocidos; es el precio de cada rey y reina, así asumimos el trono. —dijo el rey mirando el camino oscuro.

Una vez que el plan estuvo listo, prepararon sus enseres y la compañía de veinte soldados rodeó al rey. Sofía iba montada sobre el corcel blanco, Eldrich y Arch sobre unos caballos alazanes; Varagot e Ills caminaban tan rápido como los caballos cabalgaban. Una nube espesa se había depositado sobre el reino. Cabalgaron hasta llegar a los muros. Unos soldados se movieron velozmente, llamando a una comitiva para abrir las rejas. Una docena de soldados aparecieron, tomando una rueda, haciéndola girar; las rejas comenzaron a moverse lentamente.

El viento golpeaba el fuego en las antorchas de las paredes que aún seguían encendidas. Algún que otro hombre iba y venía con mala cara; al ver al rey entre ellos, reverenciaba y saludaba a su señor. Sus rostros cambiaban, y acto seguido seguían su caminata sin mirar atrás; sus ruedas golpeaban el frío suelo y más de uno caía preso del piso congelado.

Una vez abierto, procedieron a marchar hacia un destino incierto. Emanuel seguía allí fuera en algún lugar; Eldrich, Arch y Varagot conocían el rostro del príncipe, solo que deberían callar para no ser condenados. Cruzaron por un puente; el río estaba casi congelado, el aire fresco de una mañana nevada mostraba el terreno blanco. Siguieron un camino escarpado hasta entrar en un bosque tupido, avanzaron y se perdieron de la vista de las atalayas que miraban el horizonte en busca de algún peligro.

Mantuvieron el trote de los caballos moderadamente. Sofía estaba en silencio observando el bosque, en busca de alguna señal de aquel humo; Ills y Varagot la custodiaban, mientras el rey y su caballería conservaban el ritmo. Llegaron a una bifurcación, donde unos árboles esqueléticos aguardaban.



#5299 en Fantasía

En el texto hay: fantasia, aventura

Editado: 09.10.2024

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