Clen cayó bajo un poste de la casa; ardía a su alrededor la madera y consiguió alcanzar el libro que estaba a un metro de él. Lo abrazó con todas sus fuerzas; sintió que moriría indiscutiblemente.
Unos ojos oscuros aparecieron, y sus dientes que le cubrían el rostro se abrieron; una lengua como de serpiente se asomó, rebuscando en el aire.
—Demonios, este sí que será mi fin. Sentencio su fin. Mientras tanto, comenzó a llorar y recordar a sus hermanos y su abuelo.
Chispas caían en forma de lluvia, haciendo llorar al Ucals; de pronto un silbido se escuchó en el aire, el animal levantó sus orejas que parecían ser de murciélago y salió desapareciendo en la fría oscuridad.
Las llamas comenzaron a crecer, hasta llegar al aceite; explota. En la distancia, en la noche, se ve el humo que, devorado por el viento y la copiosa nieve, se mezclaba.
Pasada la noche, el temporal no había desistido; la nieve caía veloz sobre lo que quedaba de la vivienda. De las cenizas una mano se asomó. Como arrancado de un sueño, se levantó con el libro en la mano; sus ojos veían la nevada sobre lo poco que quedaba.
Se llevó la mano a la cara, quitándose el hollín; notó que tenía una armadura plateada y un casco.
—¿Qué es esto? —se preguntó curioso—. Podría ser que una fuerza extraordinaria pudiera vencer de esa manera el fuego.
—Fui yo. Dijo una voz que venía de algún lado: —Yo soy el que te salvó —dijo la voz tranquilizadora. Cayó al suelo pensando que estaba loco y que el golpe le causó una conmoción, o que posiblemente pudiera estar muerto.
—¿Por qué te haces llamar así? —. Pregunto sin saber dónde mirar.
—Bueno, ¿y cómo quieres llamarme? ¿El Salvador? — Preguntó la voz pacíficamente.
—¿Puedes ayudarme? —. Preguntó Brim.
—¡Por supuesto! —. Dijo la voz alegre: —Y si quieres, puedes nombrarme Adramediel.
—Perfecto, creo que ahora podemos entonar una charla agradable, pero ¿dónde te encuentras, Adramediel? —preguntó Brim, confuso.
—Si te lo digo, no me lo creerías—. Contesta Adramediel.
—¿En mi mente? —pregunto extasiado.
Rio, y sintió a alguien a sus espaldas caminar ligeramente; aun en el suelo, volteó y, para su sorpresa, un esbelto guerrero estaba detrás de él.
—¿Puedes ayudarme, Adramediel? Preguntó Brim, curioso.
—Bien.
Y de pronto escucho el ruido de una armadura detrás de él; él se da la vuelta llevándose un gran susto. Era un hombre esbelto y de gran tamaño; había hincado sobre la madera la gran espada que llevaba a su derecha, para tomar el libro tirado sobre el suelo chamuscado.
—Al fin lo he encontrado. Contestó Adramediel mirando el libro. Lo reviso, mirando sus hojas una a una. —Como creí, intacto.
—¿Lo conoces? —preguntó asustado y asombrado.
—Por supuesto. Contesto mirando el libro. Soy uno de los guardianes; esta espada es mítica, ¿no la conoces?
—¿Me preguntas por tu espada o por el libro?
Dio media vuelta, lo miro con sus ojos marrones, su cabello ondeaba por el viento gélido, era pálido de piel. Su armadura estaba magullada, al igual que su espada, que parecía oxidada. La postura del caballero producía miedo.
—¿Puedes devolverme mi libro? —. Preguntó Brim, asustado.
—¿Eres digno de cargar esta espada? —preguntó ofuscado.
—¿Digno? —. Preguntó Brim, con su voz trémula.
El viento frío comenzó a detenerse, mientras Brim en su mente resonaba esta pregunta una y otra vez. El fuego ahora era solo vapor; los copos de nieve poco a poco fueron apagando las llamas, convirtiéndolas en humo hasta tapar casi toda la casa.
—Bien, ¿qué contestas?
—Sigo siendo un cobarde, eso es todo lo que sé; estoy a una distancia inimaginable, y si usted pregunta tal cosa, mi respuesta es no. —Respondió furioso.
—Eso no es lo que piensa el libro; él te otorgó su bendición con esa armadura y esa espada que llevas enfundada. Creo que te sientes poca cosa, y creo que esto demuestra lo contrario. Usa el privilegio que se te dio.
Brim despertó en medio de la ceniza, exaltado, y se tocó el cuerpo. Para su sorpresa, el libro seguía sobre él. Miró el cielo oscuro y vio que caían copos de nieve sobre su cabeza. La choza había desaparecido, pero el suelo donde estaba seguía intacto. La armadura había desaparecido también. Se llevó la mano a la frente y recordó a sus hermanos.
Corrió al establo; los animales seguían allí, los preparó y salió por el camino blanco. Tenía que llegar a la salida de la cueva; quizás tendría oportunidad de llegar antes que Kenwof.
Editado: 09.10.2024