Las Crónicas de Aishla

Capítulo 1

— ¿Alguna vez te sentiste solo? — Solo dímelo — dijo su psicóloga con la lapicera en su mano sobre la hoja, esperando escuchar una respuesta, haciendo su tranquilidad elocuente.

Él se tocó el rostro, recordando una discusión que tuvo con su tío Roberto — No la recuerdo, fueron muchas las preocupaciones últimamente. Me confunde un poco entrar donde usted ya sabe, ellos me llaman todo el tiempo. 

Ella anotó en su cuaderno todo lo que creía que era relevante, hojas y hojas salían de sus manos, tachando y tachando, no pudiendo descubrir el real problema en la mente de Emanuel. El psiquiatra pensaba en subir la dosis nuevamente, Emanuel necesitaba tranquilidad, la pelea con su tío lo sacaba de quicio, haciéndolo retroceder meses de avance.

— ¿Ese episodio se sigue repitiendo entonces?  ¿Cuándo fue la última vez que entraste? — preguntó intrigada, ella pensaba que de alguna manera podía ayudar a Emanuel y así encontrar la salida juntos.

El asintió con su cabeza. — Anoche — Usted sabe, el ratón —   dijo con dificultad. Una parte de su rostro se paralizaba al hablar.

— Esas pastillas — dijo ella con desdén en su vos, desaprobando la nueva dosis.

A él mucho no le importo, lo que pasaba por su cabeza lo tenía preocupado.

— Me dijo que dentro de poco una puerta nueva se abriría, que las otras estaban a punto de cerrarse.

— ¿Puertas? — preguntó ella, entrando en la realidad de Emanuel — ¿A qué te refieres? — Ella lo miró queriendo saber más. Su rostro incrédulo volvió en sí a Sofía, recordó que era un paciente. Ella tomó apuntes nuevamente.

Los dedos huesudos de Emanuel no dejaban de moverse, las dosis que le habían suministrado lo dejaban pálido y con un poco de baba en su rostro, ella se lo limpiaba de tanto en tanto, el la miró con sus ojos marrones, y le suplicó que lo saque de la casa de su tío. Ellos no lo entendían, la mayoría del tiempo lo mantenían encerrado. Ella no podía hacer más que tratar de sacar información para los estudios que estaban por venir.

— ¿Crees que esa puerta te llevará a un nuevo mundo? —Preguntó Sofía.

— No, creo que no, esta vez volveré allí, a Aishla, dicen las voces que él está por volver, ya han pasado los años, usted me entiende y sin importar tendré que volver a recuperar el honor allí dentro.

— Entiendo— contestó Sofía mientras seguía anotando —Mírame Emanuel, no podemos encontrar la cura para tu problema, la caída que tuviste perjudicó uno de tus pulmones.

Emanuel movió rápidamente sus manos, llevándolas a un costado de su cuerpo y recordó la caída, pero no las que todo decían, él sabía que esa herida lo había causado otra cosa. Pero como siempre decía el: nadie me cree. Y no entendía por qué nadie vivía su vida, y solo él podía ser llamado. Intento por todos los medios hablar con alguien, siempre llegaban al mismo punto, se estaba volviendo loco, una enfermedad extraña estaba tomando su mente.

Sofía volvió a limpiar su baba y el la tomo fuertemente del antebrazo — ¿Usted me cree verdad? — Mientras más fuerte me siento, más débil me siento — dijo cuando soltó su mano y miro hacia un punto fijo en la esquina del cuarto donde había un reloj de oro.

— Quiero que me entiendas Emanuel, la gente no sabe cómo tratar ciertas anomalías, todo es vulgar, y me imagino que para ti es difícil, pero yo te creo — contesto Sofía.

Ella no sabía porque lo hacía, si por defender a Emanuel, o por ganar su confianza, ella pensaba que detrás de esto había algo oculto y que un pasado se estaba despertando en él.  No podía perder lo que habían construido juntos. Necesitaba llegar al fondo y algo la estaba llevando más allá.

— ¿Usted…d…d… me cre… eee…? — balbuceó feliz.  En su rostro resplandeció y sus ojos brillaron; ahora algo había cambiado dentro de

el y no sabía que era, tal vez nunca se sintió querido y esto avivaba una llama extinta. Quizás por primera vez sentía amor.

— Claro que si — dijo Sofía convencida. No tenía nada que perder. ¡Si todos habían decretado sobre la cierta enfermedad! El aplaudió de felicidad — Trataré de llevarte conmigo — dijo emocionado — ¿Mañana te parece? — Preparare todo y será una fiesta, no, no— dijo llevando su mano a la boca— Será una gran fiesta a la que solo entra el que cree — dijo Emanuel feliz.

— Bien —dijo Sofía— Por hoy hemos terminado— Mañana 15:00hs estaré allí para que me dejes entrar y poder seguir charlando — ¿Te parece? — dijo ella, expresando felicidad.

Sofía pensaba que estaba haciendo mal las cosas. Ir hasta la casa del paciente no le parecía una de las mejores opciones, pero, como había pensado antes, nada estaba perdiendo.

Emanuel se despidió de ella con una sonrisa en la cara —Mañana será tu gran día — dijo Emanuel emocionado.

Al salir Emanuel por la puerta, Sofía se quedó sentada sin hacer un movimiento, iba en contra de la política del hospital y podría traer graves consecuencias. Sofía siempre fue dedicada a sus pacientes, el ochenta por ciento salían adelante.

Ella se levantó sirviéndose un café negro, recostó su cabeza hacia atrás sobre el sillón. Sus ojos marrones se colocaron sobre el ventilador de techo que daba vueltas. Hacía calor. Alguien toco la puerta suavemente, ella se incorporó.

— ¡Ah, eres tú! —dijo Sofía extenuada.



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En el texto hay: novela juvenil, aventura fantasia

Editado: 19.10.2023

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