Al salir Emanuel vio a su tío sentado en una silla semidormido. Era un hombre canoso con bigote, en la cara llevaba un corte ocasionado por un accidente. Él se acercó y lo despertó.
— ¿Qué hacías allí dentro? — contesto de mala manera.
— Fueron muchas preguntas— contesto feliz, ahora nada le iba a sacar su felicidad.
— Muchas preguntas— dijo enfurecido— ¡Bien, en marcha! — dijo Roberto con desdén en el rostro.
Su tío se levantó y comenzó a caminar dirigiéndose al auto, un Camaro rojo fuego, Roberto lo cuidaba muy bien, tanto qué Emanuel tenía que esperar que su tío abra la puerta. Allí estaban sus pantuflas, él sabía que la orden era quitarse los zapatos desgastados. Una vez adentro cerraba con delicadeza la puerta. Ahora él tenía que mantenerse callado todo el viaje. A su tío no le interesaban sus visitas a la doctora, nunca preguntaba cómo le había ido.
Mientras, Emanuel sonrió todo el viaje pesando en como entraría en aquel lugar que fantaseaba, nadie le creyó por años, hoy tenía la oportunidad de mostrarle a alguien el mundo que descubrió. Mientras su tío manejaba se cruzó con un gran corcel negro que lo detuvo en seco, las llantas chillaron y el corcel se quedó quieto, llevaba sobre su lomo un hombre con una insignia en el pecho que el tío no pudo divisar, era de oro, con perlas alrededor de una corona, llevaba una gorra antigua con una pluma purpura, un atuendo que no se veía en estos tiempos.
— ¡Puedes salir de mi camino! — Vocifero Roberto enfurecido. El hombre se hiso a un lado, dejándolo pasar.
Esto paso en un momento, al incorporarse Emanuel para ver qué es lo que había sucedido, su tío había apretado el acelerador furioso, había avanzado tan rápido que no entendió a quien le había gritado. Se redujo su curiosidad y no quiso preguntar, porque eso lo llevaría a la confrontación. Apaciguó sus dudas con la felicidad de qué sería visitado por Sofía, broto como un rio su felicidad. Al parar en un semáforo, Emanuel vio unas patas negras pasar por el costado del auto, le llamo la atención y miro al hombre que estaba sobre el caballo; era el mismo hombre que hace cuadras atrás había retrasado a su tío. Roberto lo vio por el retrovisor enfurecido y empezó a vociferar una sarta de palabrotas.
— ¿Qué es lo que desea? — dijo finalmente Roberto ruborizado de ira.
— Una carrera justa— invito el hombre montado a caballo. — Creo que los hombres en este tiempo no conocen modales.
Roberto sabía que nadie podía ganarle a su V8, menos un caballo, sin dudarlo apretó el acelerador con violencia. El Cámaro se sacudía de derecha a izquierda, rugía como un dragón, echaba humo de su caño de escape.
— ¡Fanfarrias! — dijo Roberto encolerizado.
— Recuerda, no es la velocidad quien gana en una competición, hay obstáculos grandes por sortear. — Solo recuerda— dijo el hombre montado a caballo, muy seguro de sí, pero el tío de Emanuel estaba muy enojado para escuchar.
Los segundos transcurrieron, su auto rugía como león enjaulado, el hombre estaba preparado, azuzando a su caballo negro. Emanuel miro al hombre asombrado, tenía un cinto de cuero con incrustaciones de oro y esmeraldas, llevaba una gran insignia; parecía reconocerlo, pero las pastillas jugaban un rol malvado muchas veces. A veces pensaba que hablaba con alguien y solo era la mesa ratona de su cuarto. Su mente, la mayoría de las veces, emanaba secuencias ficticias. El semáforo cambio, Roberto llevo el pedal hasta el fondo, los neumáticos chillaron. Emanuel sintió la furia, el tío acelero el paso de tal manera que el caballo había desaparecido detrás del humo sin importarle. Cuando se quedó sin cambios deseo tener más, Emanuel miro el kilometraje ¡ciento treinta kilómetros!
— Debemos detenernos— advirtió Emanuel. Su estómago daba vueltas.
— ¡Solo cállate! — regaño su tío — Este mequetrefe no se meterá más con un Camaro.
Emanuel solo atino a vomitar.
— ¡Qué estás haciendo! — gruño Roberto— Tienes que parar— pisó el freno acomodando el auto en el cordón, abrió la puerta de Emanuel y con una sola mano empujo al muchacho tras un árbol — ¡Quédate ahí hasta que termines! — rezongó Roberto.
La cara de Emanuel estaba amarilla, había inhalado el humo del motor, en ese momento paso el hombre a trote y Roberto lo quedo mirando, rojo de furia. Si hubiera escuchado al hombre desde el principio esto no hubiera acontecido.
—Eh ganado— dijo el hombre sin detenerse.
Eso hizo que Roberto se enoje aún más. No podía dejar a Emanuel en ese árbol, su esposa le recordó bien que no trate mal al muchacho. Roberto dio media vuelta mirando su coche, estaba impregnado de vomito, en ese momento Emanuel estaba más repuesto.
— ¿Terminaste? — trato de preguntar amablemente, pero al mirar dentro del auto, sus bigotes se quemaron al gritar, estaba todo sucio, aun mas que afuera— tienes que venir adelante conmigo— dijo amigablemente.
Emanuel corrió y se subió rápidamente. A su tío no le gustaba que nadie se suba adelante menos el, pero esta vez era la excepción, trago airé, se sentó y; al querer arrancar el auto no pudo. Solo escucho el contacto, parecía que el burro estaba muerto. Se llevo la cabeza al volante decepcionado.