Teresa la tomó del hombro, golpeando su rostro para que despertara. Le llevó unos minutos hasta que Sofía volvió en sí. La doctora se llevó las manos al cuello, recordando las manos frías y ásperas; estaba agotada y sudaba.
—Niña, ¿no estarás embarazada? —preguntó Lidia intrigada.
—¿Embarazada? —preguntó Teresa abrumada; en sus ojos había una inquietud.
—Claro que no —contestó Sofía—, son mis pastillas, no las he tomado.
Lidia le hizo una seña a Roberto para que le traiga un vaso de agua. Él corrió y en lo que cantó un gallo ya estaba con el agua; ella tomó su cartera de cuero negro, sacó un pequeño frasco y las pastillas eran de color café.
—En unos minutos estaré bien, suelo tener estos tipos de mareos, son náuseas o, la mayoría de las veces, todo empieza a girar a mi alrededor —dijo ella llevándose la mano al cuello nuevamente.
Sofía había dejado sus cuadernos de lado un momento, y pensó en Emanuel un momento. Se llevó nuevamente la mano al cuello y recordó algo en el sueño: un pendiente que se mecía en el cuello del individuo. Cuando su mente estuvo a punto de dibujarlo, una voz la llamó.
—So… so…fia —dijo Emanuel entusiasmado—. Sus ojos brillaban; en ella miraba con admiración.
—Emanuel —dijo ella con una sonrisa en la cara; parecían viejos amigos. Era un nuevo comienzo; ahora estaría en lo íntimo de la vida de Emanuel y eso le gustaba. —Te he esperado con muchas ansias, ¿está todo listo? —preguntó ella entusiasmada.
—Es hora de mostrarte. —Al ver que su familia estaba mirando, se avergonzó.
Ella lo miró y entendió por qué calló tan repentinamente. —¿Podremos empezar? Me urge entrar.
Él asintió con una sonrisa, invitándola a subir.
—Primero es lo primero —dijo Emanuel sacando de su bolsillo un pañuelo naranja—. To…to…do… es una sorpresa. —Él la hizo voltear; ella asintió. —A…a…hora, sígueme —dijo con dificultad; estaba nervioso, no sabía cómo reaccionaría Sofía.
El la acerco hasta la escalera, comenzaron a subir, ella tomo coraje dejándose llevar por la manos huesudas del muchacho, ella tropezó varias veces, él la tomo fuerte y la llevo rápida mente, arriba, él la izo torcer a la derecha caminaron unos diez pasos, hasta llegar al dormitorio, ella sintió un perfume que volaba en el aire parecía mágico, la hacía sentir bien, pocas veces había sentido esa sensación, él la dejo a la entrada y le dijo que por favor espere, ella imagino que Emanuel podía ser un gran escultor en madera, así poder presentar su arte, él podía viajar a diferentes partes del mundo si real mente su talento era genuino, sintió unas nuevas fuerzas de querer ayudarlo, ella se mentalizo que podía salir adelante, y nada ni nadie podía detenerlo.
—Ahora puedes entrar —dijo Emanuel; tenía una voz alegre—. Sí… sí… siéntate.
Ella rio preguntando: —¿Cómo podré sentarme? Apenas visualizo una luz —dijo emocionada Sofía.
Se volvió hacia ella y, al tomar de sus manos, la llevó a su asiento, acomodándola en una vieja silla de madera de arce. Él le quitó el pañuelo; Sofía queda maravillada, calló mientras admiraba la obra de arte de Emanuel, y descubrió cosas que nunca vio, animales que no podía describir.
—¿Qué crees? —preguntó emocionado—. Este es el mu… mu… ndo que siempre te conté en nuestras charlas.
Ella quedó hipnotizada; su aliento por un momento se había esfumado; era más de lo que creía.
—Creo que es fantástico —finalmente contesto Sofía, emocionada—. Me emociona saber que no te guardabas nada, y yo era tu primicia.
—Aún falta la mejor parte —dijo aún más emocionado—. Te los presentaré. —Emanuel tomó cuatro personajes y los colocó frente a ella—. Arch, este ratón es mi amigo más fiel; he vivido fantásticas historias en Levongran, la vieja Aishla. Eldrich, mi compañero de armas, es un gran hombre. Es de la villa cerca del castillo; sus padres murieron en la oscura batalla de Menatrins, al sur de nuestro país Palgen. Herb es mi Oloblum (un caballo de la realeza); temo que esté triste por mi ausencia. Por último, Varagot, él me enseñó a entender que sí puedo salir adelante; es muy optimista. El día que te lo cruces, lo llevarás en tu corazón.
Sofía recordó a Teresa diciendo una vez más que no lo entendiera, y ahora mismo estaba entendiendo esas palabras. Ella no omitió palabra alguna; en un momento sintió pena por Emanuel, su mente estaba dañada, y nadie podía evitarlo. Sofía quedó penosa ante tanta imaginación; el muchacho necesitaba tratamiento intensivo. Pensó en miles de posibilidades; todas llegaban al mismo punto: el dinero era el mayor estorbo. Ella lo miró admirada, pero quebrada al mismo tiempo. Sus pensamientos pasaron por delante de ella en unos segundos.
—Muy bien —dijo ella— con voz de admiración—. Jamás imaginé semejante arte en ti, Emanuel, porque no me contaste que tu mundo lo habías traído aquí y no lo habías dejado allí.
—Si… si… siempre esperé que alguien me escuchara y usted me cre… cre… yo —su corazón explotaba de alegría— pe… pe… pero esto no termina aquí.
—¿Aún tienes más amigos para presentarme? —preguntó Sofía, incrédula.
—No, tú tienes que presentarte a ellos, ellos esperan por ti, he hablado con ellos que me visitarías.
Ella lo quedó mirando incrédula; ahora tenía que hablarles a sus amigos imaginarios.