Las Crónicas de Aishla

Capítulo 8

Sofía se sentía preparada, tras unos minutos, tomo un vestido lila que hacía juegos con unos zapatos, se recogió el pelo, llevaba la gargantilla que le había obsequiado su abuela, se colocó unos aros de plata que llevaba incrustado unos diamantes violetas, se acomodó el vestido, al terminar alguien toco la puerta, en ese momento se acordó de Emanuel se llevó la mano al rostro, pensó en él que estaba muerto, y ya no podía hacer. en ese momento volvieron a golpear la puerta, Sofía salto de sus pensamientos y abrió la puerta, fuera había un soldado con un casco dorado, en su pecho había una insignia, una corona incrustada con perlas preciosas. El soldado agacho su cabeza invitándola a seguir con sus manos, él se retiró y la espero a fuera, Sofía se impactó al ver el corredor, el techo era antiguo de piedra y roble en semi circulo perfecto, el piso estaba adornados de piedras negras, perfecta mente cortadas.

— ¡Estoy en un castillo! — se dijo extenuada.

El soldado prosiguió, doblando por un pasillo con un gran ventanal, era de marfil, delante había una gran catarata congelada, que se perdía sobre el abismo, era un día ventoso, ella siguió caminando extenuada por la inmensa construcción, los arcos de piedras eran interminables, llegaron a un pequeño patio de flores había una gran escultura un hombre estaba sobre un montículo de piedra intentando erguir una bandera.

Debajo expresaba: al hijo del rey, sus hazañas están plasmadas sobre esta escultura.

El guardia volvió a doblar y el jardín se perdió de vista, unos jarrones del tamaño de un elefante estaban en las columnas rojas, la paredes estaba pintada de blanco, las flores colocadas sobre los jarrones parecían árboles arrancados por un gigante, sobre una puerta habían dos gigantes esculpidos custodiando la entrada, detrás de una de las patas salió un soldado, haciendo sonar una campanilla, al cabo de unos minutos una criada apareció con un gran tapete de piel, Sofía se lo coloco con la ayuda de la muchacha. Sofía estaba maravillada jamás había visto puertas esculpidas de esa manera, eran dos hombres uno sostenía la luna y el otro intentaba alcanzar el sol, los colores resaltaban cada detalle de la gran puerta, tendría un espesor de cuarenta centímetros, los goznes chillaron dando paso a un gran viento helado.

— Aquí estamos debajo de la montaña, tenga cuidado, puede que el piso este resbaladizo, ayer hubo tormenta— dijo el soldado.

En ese momento una criada tomo su brazo fuerte mente— No se preocupe, ahora está en mis manos, no se caerá— dijo la criada, era una muchacha joven.

Enfrente, el tapado la cubría del frio, al menos hacia diez grados bajo cero, de su aliento salía vapor, al cabo de unos minutos llegaron a otra inmensa puerta, en esta puerta estaba tallada una flor con un hombre sentado, llevaba una gran corona de oro, detrás había un rio y montañas, los colores daban vida a la puerta, los guardias se retiraron, y dos hombres rapados se pusieron delante del soldado, extendieron un pergamino, sacaron un sello rojo. Sofía sintió que dentro de la sala salía olor a comida, había bastante agitación, gente hablando, el tumulto se paralizo al ver a Sofía, un hombre sentado al final de la mesa se paró y dio la orden del avance del soldado, los cientos de ojos se posaron sobre la doctora, ella se sintió intimidada, jamás había visto reyes antiguos, eso era cosa del pasado, solo que ahora no sabía dónde se encontraba si era un futuro, un pasado o un presente en paralelo a su mundo. Ella caminaba erguida y con las manos hacia delante como solía verlo en la tele, como las doncellas en las películas. El soldado se detuvo junta mente con ella. A su lado aún seguía la muchacha.

Ella tironeo de su brazo— agáchese, ese hombre es el rey— ordeno la muchacha, mientras agachaba la cabeza, Sofía imitaba a la muchacha con respeto.

— ¡No, no, no! — dijo una vos.

Cuando Sofía miro hacia adelante, el rey la miraba fijamente, junto a él una dama de cabello blanco recogido, sobre ella llevaba una corona de perlas.

— No hagas tal sensatez — dijo la reina

en su trono, llevaba un gran vestido real ámbar ajustado al cuerpo, era una mujer mayor.

Ella se quedó en silencio sin saber cómo actuar. La corte miraba en silencio a Sofía.

—Ven aquí— dijo final mente el rey, estaba parado y con una de sus manos estaba dando una orden.

Sofía enrojeció, jamás había pensado estar delante un rey, los reyes en su época estaban en revistas, vivían alejados de la gente común. Ella dio un paso algo tironeo de su brazo, Sofía volteo viendo a la criada estaba petrificada, inmóvil.

— No puedo moverme — susurro la criada.

Sofía se acercó a la muchacha, tenía lágrimas en sus mejillas, se sentía apenada.

— ¿Qué ha sucedido, porque tienes esa cara de asustada? Pregunto la doctora intrigada, ella estaba sonrojada.

— El rey me ha llamado, temo lo peor— dijo sollozando.

— ¿Por qué lloras muchacha? — pregunto el rey de pie ante ellas.

La sirvienta se postro temiendo lo peor, Sofía miro al rey, que media unos dos metros, era un hombre canoso, abundante barba en sus manazas llevaba unas esmeraldas, tenía un cinto de cuero con enchapados en oro, sobre ellos llevaba una cadena de plata que se escondía en la espalda.

Él se acercó con sus zapatos de cuero— ponte de pie niña — dijo el rey, con su vos imponente— ¿a qué le temes? — pregunto inquietado



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En el texto hay: novela juvenil, aventura fantasia

Editado: 19.10.2023

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