Las Crónicas de Aishla

Capítulo 9

Sofía sentía náuseas; todo empezó a girar a su alrededor, las voces explotaban en su mente, sentía un bullicio, alguien hablaba de ella. Por momentos los gritos se apagaban en su mente. De súbito, un hombre encapuchado entre la masa la llamó; sus manos eran huesudas, sus ojos eran oscuros.

—¿Qué haces aquí, Heblan? Creí haberte matado —dijo su voz rasposa; le costaba respirar—. Hace tiempo ya que no sentía la sangre de alguien a quien tuviera miedo. Donde estés te encontraré.

Sofía temblaba; algo le había sujetado los tobillos. Al mirar, unas cuerdas estaban subiendo poco a poco; parecía ser una raíz negra mezclada con sangre. Sus ojos vislumbraban la cara del hombre encapuchado.

—Kiarios, Glonda, Rugulta —pronunciaba sin parar.

Mientras Sofía seguía sintiendo que todo a su alrededor seguía girando, vio a Emanuel, que estaba atado de pies y manos; seguía con vida y luchaba por desatarse.

—Sofía, no dejes que te domine, él quiere entrar, dile a mi padre que sigo vivo, Fehelgron, dile este nombre, él entenderá. —En ese momento una puerta se abrió, un hombre alto entró vestido de harapos y lo golpeó.

En ese momento, la voz rasposa dejó de pronunciar esa palabra, se dio media vuelta y se marchó, esfumándose entre la multitud. Sofía volvió en sí, como si una fuerza volviera a traerla; se secó las lágrimas. Ella levantó su mirada y vio a la reina a punto de marcharse por la puerta.

—¡Fehelgron! —gritó sin importarle quién la miraba. La reina detuvo su marcha; el rey la miró con una mirada seria. Sofía había quedado petrificada; el comité nuevamente había quedado mirándola con incógnita. —Lo vi a Emanuel —explicó con voz trémula.

—¡Explícate! —protestó la reina—. ¿Quién dijo que pronuncies ese sucio nombre en la corte real?

Sofía no entendía por qué habían callado. ¿Quién era Fehelgron? —Disculpe mi insolencia, solo he dicho lo que Emanuel me dijo que le dijera al rey. Él estaba atado a una silla; de repente, un hombre mal vestido abrió una puerta abofeteándolo. Eso fue lo que vi.

—¡Una bruja entre nosotros! —dijo un hombre adulto con canas; llevaba un morral y chaleco oscuro de cuero.

—¡No seas insolente, Bonarg! —espetó el rey—. ¡Ella es una invitada especial, el príncipe decidió traerla aquí, nadie puede injuriar por encima de mí!

Bonarg quedó en silencio y poco a poco sus mejillas tomaron un color rojizo. La sala quedó nuevamente en silencio, esperando el veredicto del rey. La reina parecía intranquila; sus dedos se movían sin parar, los anillos friccionaban entre sí, sus dedos perfectamente cuidados poco a poco se fueron lastimando; no sabía qué pensar.

—¡A la mesa! —finalmente dictó el rey.

Un soldado corrió, miró a la reina a los ojos, que estaba inmóvil.

—Su majestad —dijo con una reverencia— prepare la mesa.

Ella salió de su pensamiento sin atención a las palabras del soldado; ella se movió y el soldado desapareció detrás de la puerta.

—Sofía —dijo el rey—, acompáñanos, tienes que estar reunida con nosotros.

La reina se dio medio vuelta y se marchó por la puerta donde el soldado habría entrado; el rey la siguió. Con temor, Sofía avanzó tras los pasos de Loxcran; tras ellos, tres individuos la siguieron. Ella los miró de reojo; uno de ellos era un hombre viejo, que todo el tiempo permanecía callado; los otros dos lo siguieron. Dentro del salón, donde una gran mesa se posaba, tenía unas flores en el medio; un cuadro colgaba en el centro de la sala: el rey y la reina estaban pintados. Parecía ser que llevaba años colgado; era apariencia de su juventud. Otra cuadra se posaba en la punta de la mesa; era un muchacho joven fuerte, tenía una espada en sus manos, el pelo llegaba a tocar su espada al volverla. Sofía sabía que en algún lugar lo había visto. Ella estaba impresionada por las esculturas; había hombres y mujeres posados sobre unos tronos, y dos sirvientes esculpidos sostenían la mampostería como columnas.

—Impresionante, ¿verdad? —dijo una voz amistosa—. El decorado fue invento de mi madre; mi padre ayudó en la escultura.

Sofía volteó, viendo al viejo que habría entrado tras ella; ella asintió con su cabeza.

—No te quedes de pie y siéntate al lado mío, mi nombre es Gruk. —Él le extendió su codo.

Ella lo miró sin saber qué hacer; luego recordó que la anciana había hecho lo mismo. Ella imitó lo que Gruk hacía, sentándose y sin decir palabra alguna.

—Mujer que mide palabras, es respetada —volvió a recitar Gruk.

Ella lo miró y le devolvió una sonrisa.

En ese momento, Loxcran levantó sus manos: —Señores, la mesa está abierta, necesito escuchar todo lo que tienen, así llegar a un veredicto; el príncipe se encuentra en problemas. Mejor diría que es un problema de muerte; el enemigo fue astuto.

Un hombre levantó sus manos; era el más viejo de los que se encontraban allí. Killian, con dificultad, dijo: —¿Es necesario que el príncipe pierda la vida? —preguntó—. Claro que no, está claro cuál es el camino por tomar; será incierto, el más acertado tampoco es, pero me temo que si Leuname no se ha transformado, estaremos en problemas. He visto a Arch y Eldrich; dicen que Varagot estará dispuesto; tres podrán acorralar al enemigo. El camino es largo e incierto; el destino es traicionero.



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En el texto hay: novela juvenil, aventura fantasia

Editado: 19.10.2023

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