Gruk y Sofía caminaban hacia el campo de entrenamiento.
—Espero que te sientas a gusto con esa ropa; puede que sea un poco pesada, es lo que había dentro de la armería; no hay mujeres soldadas en estos tiempos —dijo Gruk mientras cruzaban un gran patio lleno de gente— dentro de Levongran.
—Me encanta —dijo Sofía con una gran sonrisa—. Necesito hacer esto, Gruk, ¿quién sabe cómo Emanuel está a esta hora?
Ellos caminaban entre la masa de gente, soldados a caballo se paseaban custodiando las calles, el viento soplaba fuerte, la nieve caía copiosamente; la multitud caminaba como días de sol.
—En las calles hay alegría, a pesar del frío —comentó Sofía, mirando a una niña que jugaba con otro pequeño. Correteaban aterrizando sobre un montículo de nieve.
—Por supuesto, este reino está de fiesta. Hace poco nuestro reino sufrió un daño terrible; la guerra acaba de terminar, miles de soldados fallecieron a merced de los enfrentamientos y los soldados volvían de los viajes. Uno de ellos trajo como obsequio la cabeza de nuestro enemigo Fehelgron; su cabeza yace en lo oculto del reino. Sin cabeza no podrá cumplirse la profecía.
Maldito es el día, descubierto estarás, oh Levongran, cautiva estarás en mis garras. Te desgajaré como un árbol caído; reuniré los pájaros, se servirán de ti. Tus canciones, tus victorias, ¿quién las recordará? Fehelgron resurgirá desde el centro de tus entrañas.
A Sofía le recorrió un escalofrío. —Temo por esos niños; la muerte visitará una vez más este reino.
—Eso tememos, el secreto de la profecía se develará dentro de unos días; para entonces ya no estaremos, la misión del príncipe era secreta, Fehelgron lo sabía.
—Hay algo que no me cierra. —Si Fehelgron fue derrotado, ¿cómo puede ser que aún siga allí fuera causando terror? —preguntó Sofía, intrigada.
—Es una sombra, un espíritu, un susurro, una brisa, oscuridad, tinieblas, neblina —contestó rápidamente Gruk—. Él no es más que el miedo, es una fuerza que abate en la oscuridad; no puede estar en todas partes. Pero tiene espías a su disposición. Camina sin un cuerpo viviente, se alimenta del débil; en los caminos lo llaman el pordiosero. Se gana la confianza del caminante, le muestra su hospitalidad, lugares de descanso; al bajar la guardia, el individuo no vuelve a despertarse como era. Lo aprisiona utilizando su fuerza para manipularlo; tienes que tener mucho cuidado, él sabe que estás aquí, vendrá por ti.
Sofía caminaba pensando en todo lo que Gruk decía. Él seguía hablando del reino de los viejos reyes que comandaron hordas, los ataques al reino, cómo los enemigos siempre implementaban un nuevo ataque. Doblaron en una esquina; un camino de piedras se abrió. Aquí había comerciantes vendiendo peces, verduras, frutas, vino, carne, aves, tapados de pieles. La multitud era extenuante; el griterío se escuchaba por doquier. A medida que avanzaban, la calle se ensanchaba aún más. Delante de un gran arco de piedra, le seguían muros inmensos; un hombre escoltaba la entrada, seguido por un gigante. No era cualquier gigante.
—¡Gruk! —vociferó el gigante.
—¡Varagot! ¿Dónde te habías metido? —contesta Gruk.
Sofía miró a Varagot; tenía una gran pregunta pendiente. Se sorprendió al verlo; era un gigante espléndido, parecía que en vez de vello le salían pequeñas hojas puntiagudas por todo su extremo. Su mentón estaba lleno de pequeñas ramas oscuras, y sus ojos oscuros le llamaban la atención; había un aire de tristeza.
—Los estaba esperando —dijo con su voz resonante—. Arch ya me ha comentado absolutamente todo; ayudaré en el entrenamiento de la señorita Sofía. —Él la miró, rastreando su mirada, su respiración—. ¿Cuál es la sorpresa de mi señora? —preguntó Varagot, intrigado.
Sofía, que no esperaba esa pregunta, la sacó de su profunda inspección. —Disculpe, ¿cuál fue la pregunta? —Ante la imponente voz se quedó petrificada, su boca estaba abierta, sus ojos buscaban un escape.
Varagot rio de muy buena gana, y no volvió a preguntar —como dije, los estaba esperando.
Varagot dio media vuelta, y sus pasos causaban conmoción; se sentía una leve vibración en el suelo. Gruk y Sofía lo imitaron, llegaron a un campo inmenso, donde cientos de soldados preparaban sus cuerpos. Muchos de ellos, al ver a Sofía, rieron sin darles importancia a Varagot, pero al ver a Gruk, todos volvieron a sus quehaceres.
Un soldado de improvisto se acercó por la retaguardia, tomando a Sofía por la espalda.
—Aquí serás carnada fácil —dijo con su aliento apestoso.
Sofía quedó petrificada; quiso forcejear. A medida que ella más peleaba, el sujeto apretaba la daga con fuerza sobre su cuello. El soldado la soltó, tirándola al suelo; una daga voló en medio del cuadrilátero. Los soldados empezaron a arrimarse uno a uno, vitoreando. Sofía buscó a Gruk; parecía que la masa de soldados hubiera quitado al viejo. Ella estaba sola; el soldado miraba a la doctora con desprecio, escupiendo el suelo, y agitaba la mano para que la masa vociferara con presteza. Sofía sintió caminar algo sobre su estómago: “Emanuel”. Algo hizo que ella pensara en él. Se llevó la mano al cuello, tomó aire, respiró profundo, saltó sobre la daga a medida que su contrincante alzaba sus manos y le daba la espalda. El soldado se movió rápidamente, golpeándola sobre el cuello; ella cayó de bruces sobre un montón de hombres transpirados.