Kat-arus dormía profundamente; Sofía miraba la ventana. Fuera nevaba fuertemente, el viento soplaba veras, golpeando contra la ventana, haciéndola tiritar; ella estaba perdida en sus pensamientos. Trataba de contener sus lágrimas, recordó por un momento a Gabriel; extrañaba su acento español, deseaba escuchar un instante su voz, anhelaba estar en sus brazos; lo extrañaba, siempre tenía la palabra justa, eso la hacía sentir segura. Al momento recordó a Emanuel y su sueño; temía que él muriera. También recordó la lucha entre el Growgor y el lobo; no entendió por qué todo se había detenido a su alrededor, qué poder podía detener los segundos por un momento. Todo esto la atormentaba; no entender la situación que la rodeaba la tenía perpleja.
Siguió mirando por la ventana, pensando en el mundo donde se encontraba y poco a poco se percató de que, otra vez, las cosas se ralentizaban: los copos se detuvieron en el aire; miró el fuego de la chimenea congelado como una estampa en la pared. Sofía comenzó a sentir un fuego brotando en su interior, sus manos comenzaron a temblar y el dedo índice empezó a escupir lava en forma de gotas. Del dedo comenzó a salir vapor; parecía un volcán y pronto otra ráfaga de lava empezó a brotar nuevamente. Una hilera de fuego que brillaba corría por sus venas; ella comenzó a gritar, el cuarto empezó a quemarse; de pronto el tiempo volvió a su ciclo y la pieza comenzó a chamuscarse por el fuego. Los guardias, en un abrir y cerrar de ojos, entraron por la puerta. Gruk saltó sobre Sofía cerrando su mano.
—¡No la abras por ningún motivo! —le ordenó Gruk, famélico.
En ese momento salieron justo del cuarto y toda la mampostería comenzó a declinar y caer sobre el cuarto.
Las manos de Sofía temblaban; el brillo dorado poco a poco comenzó a esfumarse; el temblor había desaparecido.
—¿¡Dónde está Kat-arus!? —preguntó Sofía exaltada.
—Aquí detrás de ti —contestó Kat-arus—. No me ha sucedido nada, solo estoy tragando un poco de humo.
Sofía se llevó las manos a la cabeza sin entender qué es lo que había pasado; se le ocurrieron miles de cosas por la cabeza, pero nada la dejaba en paz.
—No idees cosas tontas en tu cabeza —dijo Gruk, que aún sostenía la mano de la doctora.
—¿Qué ha sucedido ahí dentro, que ocasionó todo ese fuego? ¿Por qué de repente el tiempo se detuvo? ¿Qué hay en mi Gruk? —la mente de Sofía desvariaba.
—Contestaré todas tus preguntas, sabíamos que eras tú —dijo feliz.
—Gruk, confundes aún más mis pensamientos. Estoy tratando de no entrar en crisis; si no fuera por ustedes, Kat-arus hubiera muerto calcinada. Tendrías que haberme avisado. Si era yo o no, esto no hubiera ocurrido. Desde que llegué he entregado mi corazón. Nadie habla conmigo, ¿qué soy y de qué estoy hecha?
—No debes ponerte así, hemos tratado de guardarte, pero nada podemos controlar; el poder que hay en ti se ha despertado, o eso creo, irá creciendo gradualmente, o eso creo.
—¿Qué significa que irá creciendo? —preguntó Sofía conmocionada. Se llevó la mano a la frente y por ningún motivo deseaba abrir sus manos.
Gruk calló repentinamente. —Sígueme —le dijo finalmente—. Te lo mostraré, ya nada se puede ocultar, no te ocultaré absolutamente nada.
El rey llegaba presuroso; su rostro estaba mudado. Miró el desastre. Sofía lo seguía; su rostro estaba perplejo y sus ojos estaban confundidos, sus labios apretados entre sí.
—Es hora —dijo el rey— al inspeccionar lo sucedido—. Sabíamos que eras tú; la reina necesitaba estar segura, no podía mandar a alguien que no fuera. —Hoy termina tu práctica; en el camino aprenderemos juntos, de camino creceremos y nos fortaleceremos —dijo mirando los escombros y la llama que no se apagaba—. Mañana, antes del amanecer, saldremos. —Gruk te llevará al cuarto. Está preparado. —El rey dio media vuelta y sus ojos se clavaron con los de ella—. No temas ni estés confundida; el poder que está en ti te enseñará, guardará de ti y de los que te acompañan; no dudes de esto.
Gruk dio media vuelta dando órdenes a unos de los guardias del rey.
—He enviado al guardia a preparar el cuarto de las revelaciones —dijo Gruk haciendo una reverencia—. Con su permiso, mi rey, llevaré a Sofía; le enseñaré todo lo que debe saber.
Sofía se encontró frente a Gruk después de haber caminado varios minutos.
—Allí dentro encontraremos respuestas; solo se me permitió entrar una vez; esta sería mi segunda vez después de varios años. Es muy importante que prestes atención a todo lo que haya dentro; encontraremos respuestas a lo que te está pasando —dijo Gruk emocionado y nervioso.
La puerta se abrió repentinamente. La reina estaba parada frente a ellos e hizo señas a Gruk. Él acató órdenes, tomó del brazo a Sofía, haciéndola ingresar; ella lo siguió y la puerta se cerró detrás de ellos. Era una sala con estantes de arce llena de papeles y libros. Una gran mesa de madera estaba a un lado con un libro cerrado; era de cuero rojo.
La reina se acercó a la mesa, depositó sus manos sobre el libro y dijo: —Cuero de dragón, y no cualquiera; este libro tiene un poder sin igual, mal utilizado podría deshacer el mundo en un abrir y cerrar de ojos. El cuero de Belvebran era el más resistente. Un poder así necesitaba lo mejor: la reina agachó su cabeza, pronunciando unas palabras en voz baja en una lengua que Sofía no entendía.
Sofía bajó su rostro y algo comenzó a suceder desde su interior. Un fuego bajo repentinamente; su corazón se aceleró, apretó su mano por miedo a que el fuego volviera a reaparecer como antes, comenzó a marearse, todo a su alrededor comenzó a dar vueltas. De repente, empezó a entender las palabras que la reina comenzó a balbucear. Y algo delante de ella respiró; ella miró y todo estaba detenido, podía ver las partículas en el aire flotar. Una mano la alcanzó.
—Mírame —dijo la voz potente.
Ella cayó de bruces delante de aquel que hablaba con ella.