Las Crónicas de Aishla

Capítulo 14

Gabriel había estado buscando por días a Sofía. Su corazón latía con fuerza al mostrar la foto de su prometida por varios sitios. Había un gran póster frente a las plazas con su rostro; decía que cualquier información sobre su paradero podía ser de gran ayuda, y si la llevaban a ella o había algún indicio de que ella estuvo allí viva, se pagaría generosamente.

Buscó por los lugares más despreciables que jamás pensó entrar, en zonas donde la prostitución era parte del mundo; no hubo mujer ni hombre al que él pudiera preguntar. Días de estrés colmaban su vida; su celular sonaba sin cesar. Cada llamado pudo ser una gran hazaña, ya que cada pista era falsa o llamadas burlonas o muchas veces haciéndose pasar por ella.

El cansancio lo estaba aniquilando; subió a cada tren que pudo: colectivo, taxi, subte, estación de servicio, almacén, y nadie la había visto. Cansado y desanimado, subió a un andén y allí esperó un milagro, un maldito milagro que supo que no llegaría. Habían transcurrido ya tres semanas de su desaparición.

Tomó su celular; lo primero que vio en pantalla fue la cara de Sofía, en una vacación al sur, donde las montañas cubrían casi todo el paisaje. El cielo estaba nublado, y ella sonreía para él. Gabriel la miró un largo rato, ya sin saber qué hacer; todo lo que pudo pensar y más lo llevó a cabo.

Se levantó de improvisto apoyándose sobre una reja, fuera de un túnel. Sintió un jalón fuerte, que lo obligó a forcejear; no pudiendo dejar su mochila, se soltó de ella. Al mirar qué fue lo sucedido, miró por arriba de la reja y una cosa de ojos saltones saltó hacia la oscuridad y lo miraba desde allí dentro. Gabriel miró hacia ambos lados y nadie podía ver lo que sus ojos veían, ya que una niña con su madre pasaba y no salieron dando gritos ni saltos.

Él se restregó los ojos para ver si podía quitar de vista esa cosa que no supo describir, pero allí estaba mirándolo fijamente; bamboleando estaba su mochila en su mano huesuda y lo llamaba a que lo persiga. Él miró hacia ambos lados; el gentío se agolpaba sobre él al llegar un tren cargado; ellos bajaban como estampida y nadie percibió la cosa.

—Gabriel, te estás volviendo loco —se dijo llevándose las manos a la cabeza y cuando miró su mochila, estaba tirada delante de él.

Un hombre le advirtió que su mochila se había caído y que se la estaba devolviendo.

—Muchas gracias, buen hombre —contestó amablemente Gabriel.

—¿Usted es el del anuncio, verdad? Disculpe, me llamo Alberto —y le extendió la mano.

Él lo miró, y le sonrió, como pudo.

—Mi más sincero pésame por su novia. Hay gente indeseable en un mundo extenso lleno de vida; déjeme decirle que si pudiera ayudarlo, lo haría con toda mi fuerza. A pesar de que soy un hombre mayor, tengo fuerza de diez muchachos.

Gabriel extendió su brazo sobre el hombro del hombre y le dio las gracias: —Estuve a punto de tirar mi toalla, daría lo que fuera por estar con ella y no he podido encontrar solución a este problema. —Titubeó un momento, haciendo gesto en el aire.

—Dígame, ¿vio algo diferente? —preguntó sin saber qué decir el anciano.

Él apuntó sus dedos hacia Alberto: —Acabo de tener una imaginación muy fuerte, sentí que alguien arrebató de mi espalda mi mochila y, al querer ver quién era el ladrón, vi una figura horrenda que no puedo describir. —Se llevó las manos a la cabeza y se dijo—: Creo que me estoy volviendo loco.

—Muy interesante lo que me cuenta. A veces la mente nos juega una mala, y más en tu búsqueda desesperada —advirtió el hombre—. Nos descartó que haya sido real.

—¿Usted dice que pudo ser? —preguntó Gabriel estupefacto.

—En un mundo tan grande y que está sostenido por la nada, todo puede ser, ¿no le parece? —preguntó Alberto.

—Muy correcto, todo puede ser —agregó Gabriel—. ¿Usted lo vio, al que se llevó mi mochila?

—Es muy posible que lo haya visto; no descarto absolutamente nada —dijo y agregó Alberto—. En un mundo tan inusual, todo lo imposible es posible si crees.

La charla con Alberto se volvía extraña. —¿Y cómo es eso? Siempre utilicé mi razón; debía estudiar para así poder graduarme, o si no, eso no pasaría. Eso puedo asegurarle que sí era imposible haber sorteado la tarea.

Alberto lo miró profundamente con sus ojos oscuros y su nariz rechoncha; llevaba un gorro gastado celeste de pescador, sus botas negras y jeans gastados. Una remera negra y un bolso color café de cuero. Metió la mano dentro de su bolso y sacó un libro pequeño: Léelo y tal vez te encuentres con muchas respuestas.

Él extendió su mano y lo revisó; no parecía ser de este mundo, o eso es lo que creyó al abrirlo.

—¿Qué clase de cuero es este? —se preguntó, solo que lo dijo en voz alta.

—Si te cuento —dijo Alberto—, no me creerías.

—¿Creerte? Ya no me queda nada; si tengo que ir a la iglesia para volver a creer, lo haría.

—Muchacho, comienza a creer, porque tendrás que pelear y así no morir. Puedes morir de tristeza o dejar de lado todo lo que creías para comenzar la verdadera batalla.

—¿Y dónde encontraré a Sofía, con todo esto? —Él extendió su mano queriendo devolver el libro—. No quiero ser malagradecido, pero siento que estoy perdiendo el tiempo.

—¿Tiempo? ¿Qué es el tiempo? Cuando lo inviertes bien, ¿acaso no sentías eso cuando estudiabas, que era una pérdida de tiempo, porque no entraba en tu mente toda esa tarea?

—Es verdad —asintió con su rostro mirando el suelo—. ¿Cómo sabes eso? Que recuerde, nadie supo eso. Ni Sofía, que conocía todos mis secretos; eso lo guardé para mí.

—Muchacho, si hay alguien que se conoce los secretos más profundos, ese es Dios y tú mismo, tú me lo acabas de decir. Usa tus palabras para que escucharas cómo hablaste conmigo. Solo cree y verás, no mires con los ojos. Trata de no entender lo que te digo, y entenderás.

Alberto, sin decir más, dio media vuelta y se marchó. Él se quedó parado allí un momento; estaba solo, ya era de noche; sin darse cuenta, el libro quedó allí en sus manos. Alberto ya no estaba; no podía dárselo. Lo abrió incrédulo; las letras comenzaron a formarse solas:



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En el texto hay: novela juvenil, aventura fantasia

Editado: 19.10.2023

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