Las Crónicas de Aishla

Capítulo 16

—¡Kenwof! —dijo el muchacho de la izquierda, preocupado—. Perdón, nos tenemos que presentar. Mi nombre es Clen, nuestra hermana se llama Laria y, por último, el pequeño Brim. Por su gran nombre, nuestro padre murió hace tiempo y, en honor, mi madre le colocó ese nombre; luego mi madre falleció y mi abuelo cuidó de nosotros desde entonces. Ahora crecimos; el pequeño Brim está grande. Disculpa, Gabriel.

—Ahora que podamos entrar dentro de la casa y resguardarnos del frío, conversaremos todo lo que sucedió, hablaremos de nuestras vidas y de la tuya; ese miserable de Kenwof pagará caro todas las cosas que no hizo vivir; espero que esta vez sí acabe —dijo el muchacho, y calló bruscamente.

El viento había aumentado; los animales tiraban del carro con fuerza, Laria los guiaba con fiereza para que no salieran del camino, ya que el viento soplaba de frente y los copos de nieve caían a raudales. Llegaron a una cerca y Clen bajó rápidamente para poder abrir la arveja; los animales doblaron su fuerza mientras que Gabriel casi se cayó del jalón de los animales.

—Son fuertes; a pesar de que están cubiertos de lana, sufren calor. Ellos disfrutan de la nieve; es como tomar un té helado en medio del calor, claro, mientras haya aún hielo donde conseguir —dijo Laria gritando desde el frente.

Los árboles raquíticos parecían ser más gruesos de lo que pudo recordar Gabriel. El vendaval golpeaba contra la copa haciendo un ruido intenso.

Se abrieron paso rápidamente, y en pocos minutos llegaron a la cabaña. El rancho estaba bajo un manto blanco; el viento soplaba voraz. Laria dirigió los animales dentro del establo.

Gabriel esperó a Brim, que le hizo seña así para resguardarse dentro de la cabaña.

Al entrar, un golpe de calor le golpeó el rostro; rápidamente se sacó su tapado de piel. Abajo llevaba sus jeans negros; de su bolso sacó unos zapatos de vestir negros, quedando en camisa a cuadros.

Brim silbó, que se estaba quitando la nieve de sus botas de cuero: —Menuda ropa, esos son los trapos de tu mundo; diría que tendríamos que darte unos nuevos, ya que aquí serás carnada en este mundo. Aquí el que se viste diferente lo miran con recelo, la envidia flota hasta llegar al individuo, y no prefiero estar en tus zapatos.

—Por un momento me lo imaginé —asintió Gabriel de muy buena gana—. Quédate aquí, ponte cómodo; la hoguera está encendida, caliéntate un poco mientras Laria y Clen regresan.

Había una mesa de madera en la sala junto a unas sillas de madera; una cabeza de un animal estaba sobre la hoguera. Gabriel la observó, y tenía dientes grandes como cartuchos, una nariz parecida a la de un cerdo y orejas pequeñas; los ojos parecían ser oscuros y era velludo.

—Un Orlinak, lo atrapó Clen hace un año, fue su primer animal, ¿puedes creerlo?, un Orlinak, menudo suertudo, ves uno cada mil años —dijo extendiendo los brazos—. Tienes que tomar algo; esto volverá tu alma al cuerpo.

Gabriel lo observó y parecía café, pero tenía un gusto algo más amargo y espeso.

—Muy parecido al café de mi mundo —dijo Gabriel, que le provocaba una sensación de recuerdo, pero sintió como si el frío se esfumara en un abrir y cerrar de ojos.

—Te pido perdón por lo de hace un momento; no estamos acostumbrados a visitas, y todo el que se acerca llega porque escapa de alguien. Ya no somos muchos los que vivimos por esta zona; muchos se marchan al norte; el frío se está abriendo paso, como si cada año el frío tomara cada vez más terreno.

En un momento, Brim trajo unos pantalones gastados, una remera agujereada en la parte trasera y unas botas; por dentro estaban forradas de lana.

Laria entró muerta de frío, y lo seguía Clen; se quitaron la ropa, depositándola en un cesto de mimbre.

—Brim, ya eres bastante grande para dejar tu ropa así en el suelo. Ya te lo he dicho. —Subiré y me arreglaré, luego conversaremos, estuve pensando cosas. —Laria le echó una mirada a Brim.

Brim echó su cabeza hacia atrás, como aburrido de la misma cháchara—. Mejor levanto eso y seguiremos nuestra charla.

La casa estaba alumbrada por velas colocadas en la pared. El piso era de madera, las paredes estaban pintadas de rojo, sobre el techo colgaban todo tipo de comidas: jamón, chorizo ahumado, carne seca. Sobre el lado derecho de la hoguera estaba la cocina; había queso, leche, galletas, pan; sobre un estante había todo tipo de cosas envasadas, jarabe de maíz, miel. Mermeladas y muchas otras cosas.

Había una escalera donde Laria habría subido en la entrada y de abajo había lanzas justo donde Clen acomodaba las lanzas; había una espada, un escudo y un yelmo.

—Esto era de mi padre —dijo Clen—. Fue lo que usé para cazar al Orlinak.

Clen observó la empuñadura; al darse vuelta, Gabriel lo observó. Era alto, delgado, de ojos oscuros, tenía un corte en la cara, sus cabellos eran oscuros.

—Habrá sido difícil cazarlo —preguntó Gabriel, curioso.

En ese momento, Laria descendía con ropa más de casa, que era muy diferente a la que tenía antes; llevaba un pantalón grueso de lana verde, una remera blanca y su pelo blanco estaba recogido.

—Bueno, señor Gabriel, tome asiento, que estamos entre amigos, ¿verdad? —dijo mirando a Clen, que aún seguía mirando la espada.

—Oh, claro. —Dejó la espada en su lugar y se unió junto con Brim.

—Volvamos a Kenwof, ese fue el mequetrefe que vio en su mundo, ¿verdad? —preguntó Brim, inquieto.

—Eso fue lo que nos comentó de camino aquí; ese mequetrefe volvió después de todo. Cosas extrañas están sucediendo en estos tiempos, y estoy segura de que, si usted está aquí, no podrá volver a su mundo hasta cumplir esa tarea. Si usted piensa que vino porque busca a su novia, puede estar muy en lo cierto o totalmente errado.

—Si eso fuere cierto, nuestro abuelo tuvo que cuidar de nosotros hasta que fue llevado nuevamente a su mundo; esa fue su tarea, cuidarnos —comentó Clen.

—El libro tiene un poder que desconocemos, él te guiará —argumentó Brim.



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En el texto hay: novela juvenil, aventura fantasia

Editado: 19.10.2023

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