Las crónicas de Grea (en proceso)

CAPITULO I

“Desde niña siempre me han atraído la historia de las brujas…”

 

Desde niña siempre me han atraído la historia de las brujas —esas mujeres irreverentes y listas, que por mala suerte habían nacido en épocas equivocadas —era una atracción insana, un imán que me intrigaba cada día más, un magnetismo que no me dejaba respirar. A los diez años empecé a investigar sobre las brujas, sí, porque en clases una compañera me llamó bruja, y yo dije ¿qué es una bruja? Se lo pregunté a papá y me respondió que son mujeres con narizotas y granos enormes en la cara, que suelen ser sucias y despeinadas y que huelen a ajos, además siempre son las villanas de todas las historias; me quedé pensativa, entonces ¿yo era esa bruja fea y…? ¿Aún existen brujas en pleno siglo XXII?

Al verme preocupada, mamá dijo que no haga caso a papá, que es poco conocedor del tema para expresarse de ese modo y, que no le crea nada; ella dijo que las brujas son seres especiales y únicas en este mundo y muy a menudo solía repetir “Las brujas son eternas”. Papá y mamá siempre discutían y casi nunca estaban de acuerdo, pero se amaban y siempre estaban de acuerdo en temas de libros y cine, sí, eran unos cinéfilos empedernidos; mamá afirmaba que fue lo que más lo atrajo de él y papá decía lo mismo, que admiraba grandemente el análisis que realizaba mamá.

Un día, como todos los días mientras caminábamos por el bosque, empezó a canturrear en un idioma extraño, no era el inglés ni el francés, nada de lo que están imaginando, este era un idioma de susurros y sonidos producidos con la lengua y el tintineo de los dientes.

—Mamá, ¿qué sucede? —pregunté.

Continúo con su canto y, de a poco las lágrimas empezaron a caer por su mejilla. Su cabello se tornó en un rojo intenso. Los árboles se inclinaban hacia nosotras, las rocas nos seguían. Todo era tan mágico, hasta qué nuevamente levanté la vista y vi que brotaba sangre de sus ojos; grité sacudiéndole las manos.

—¡Mamá que te ocurre!, ¿te duele?

—Calma, mi niña, calma. No duele, son lágrimas de nuestras antepasadas, el dolor y la tristeza de ellas y, esto Grea no puede asustarte, al contrario, deberías de sentirte feliz y orgullosa.

—Entonces, ¿no te duele? —respondí incrédula.

—Claro que no, mi solecito —contestó con ternura

—Mami tu cabello ha cambiado de color a qué se debe —pregunté

—A ver, creo que ya estás en edad…—acota pensativa —No, no estas en edad. Eres muy pequeña aún —culmina.

No insisto. Seguimos caminando y llegamos a un peñasco muy alto, donde se observa casi todo el bosque incluyendo nuestra comunidad. El sol cae raudamente hacia nosotras. Y, de pronto, mamá grita;

—Aquí estamos de vuelta. Por ustedes hermanas mías…Aquí está la tataranieta de Dorcas Good, yo, Juana Grea Colbris y mi hija Grea Nurbris Colbris. Aquí estaremos siempre.

El eco se oye a lo lejos, los pájaros vuelan despavoridos y el viento nos golpea fuertemente haciéndonos tambalear, y enseguida mi cabello empieza a teñirse de un rojo brillante, sí, así como las brillantinas. Mamá sonríe y me apretuja contra su pecho y susurra…

—También eres la elegida —rompe en llanto —Recuerda, eres especial. Muy especial y eso nada ni nadie podrá descubrirlo, ningún mortal debe de saberlo. Te amo Grea. Mamá te ama —finaliza sonándose la nariz.

Y, es ahí cuando suena el teléfono volviéndonos a la realidad, inmediatamente desliza y pone en altavoz

—Es papá—dice secándose el rostro.

—¿Juana donde te has metido? —dice muy alterado —Y, Grea, ¿dónde rayos están? —levanta la voz aún más enfadado.

—Estoy con ella. Salí a caminar por el bosque —contesta muy tranquila arreglándome el cabello —Ah, y no tienes por qué gritarme ni mucho menos en frente de la niña —culmina cortándole la llamada.

—Creo que papá nunca aprende, siempre grita y, eso Grea me molesta —dice tomándome la mano para marcharnos.

—Papá, ¿está molesto? —pregunto —no me gusta verle enfadado, tengo miedo —finalizo.

—Grea, hija mía, es tu padre, no deberías temerle. Además, eres mi hija y pues la hija de Juana no le teme a nada —sonríe haciéndome cosquillas.

—Mami, me gusta mucho salir a caminar contigo. Y, espero que nunca dejemos de hacerlo, ¿sí? —digo haciendo un puchero.

—Solecito, siempre estaré contigo, siempre y, es una promesa de Juana Grea —dice sonriendo.

—Juana Grea, siempre cumple su promesa —respondo abrazando su pierna.

Sin embargo, todo lo que había observado últimamente en mamá me causaba curiosidad, las lágrimas de sangre, el cabello rojo, el viento…y, sobre todo, que también mi pelo se haya transformado en un rojo brillante ¿acaso mamá esconde algo? En ocasiones, sin que papá se da cuenta desaparecía misteriosamente es como si se teletransportara. Yo no podía preguntarle directamente, porque sabía que no me lo diría. Juana era muy astuta para evadir conversaciones. Por mi parte, empecé a ir a la biblioteca, no sabía que buscaba, pero había algo que necesita mi yo infante. Hasta que un día, decidí escaparme del colegio, porque reprobé un examen de matemática; sabía que la maestra informaría a mis padres, además sabía que papá se enfadaría conmigo. No había vuelta atrás y, me fui directo a la biblioteca, ahí en un rincón polvoriento encontré un libro inmenso con tapa dura y letras doradas, titulado “LAS BRUJAS SON ETERNAS”.

Inmediatamente, casi sin pensarlo lo tomé con dificultad, lo limpié con la manga de mi abrigo y empecé ojearlo. Y eso fue el principio de todo el telón que estaba por descubrir. 

Y es así que empecé a investigar sobre ellas; fechas, asesinatos, nombres…enterarme de la ejecución y la causa de sus muertes empezó a provocarme una tristeza incontenible. Una tristeza y llanto en las noches” ¿cómo una niña de diez años podría pasar por eso? Y la escuela dejó de interesarme, no entendía ninguna de las lecciones; mi mente divagaba en aquellas mujeres, me imaginaba a Salem, y así la escuela se convirtió en un infierno de gritos, burla, notas bajas, llamadas de atención.




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